Muy queridos hermanos obispos, sacerdotes y diáconos, muy estimadas y dignas autoridades, hermanos y hermanas muy queridos de la Archicofradía de Nuestra Señora de los Desamparados, muy queridos niños escolanes de la Escolania de la Virgen, hermanos y hermanas valencianos que celebráis a vuestra Patrona muy querida por todo buen valenciano que se precie de serlo, en las actuales circunstancias, estáis siguiendo esta Santa Misa en directo, aquí en su plaza, o a través de diversos medios de comunicación. Vosotros, todos, estáis con la Virgen y Ella está con vosotros, a vuestro lado, en medio vuestro. Su presencia, como en Pentecostés, es una presencia confortadora, perque sabem que ella seguix complint el paper que Crist li va assignar desde la Creu: “Ahí tens a ta Mare”. Ella es Mare de tots i cada u, i tots sentim sa companyia, sa presencia, sa maternità ara, per la pandemia, que es quan mes necesitem d’Ella. En todas las tempestades, dificultades, tiempos de hambre y de peste, en toda tribulación y desamparo, el pueblo valenciano acudimos a Ella, porque es nuestra protección, nuestro único remedio, sostén y asilo, nuestro amparo, nuestro refugio como los polluelos que se refugian y cobijan bajo las alas de sus madres. En estos momentos duros y difíciles, Ella es nuestra esperanza y amparo, bajo su manto nos refugiamos y amparamos.
Hui, dia de la seua festa, celebrem també la Pascua dels malalts y el dia de Valencia misionera, tots hem de demanar a la nostra Patrona, la Mare de Déu y dels Desamparats, que faça sentir la seua dolça presencia maternal i el consol i la força del Esperit a tots aquells que sentim vivament la sensació de desampar i de soletat: nostres malats, especialment hui el malats del virus de la pandemia del covid; els nostres ancians; el gran numero de persones que careixen de treball i colocació; els afectats per problemas familiars; el que se senten incapaços d’eixir del cercol en que els ha tancat qualsevol, i també nostres misioners. Per a tots ells, esta matí hem tindre el nostre recort davant de la nostra Mare, la Verge María i Mare dels Desamparats.
La Iglesia en Valencia, como la Virgen María, se siente hoy llena de gozo y de fe que le anima y alienta, y que revive en esta Basílica o en esta plaza. Los valencianos no sabemos ni podemos separarnos de Ella. Muchos no han podido acudir aquí, como es su deseo, a esta plaza de la Virgen o a su Basílica a verla y decirle una oración, por eso su imagen peregrina ha salido a las calles de Valencia y de los pueblos del área metropolitana para visitarnos y estar con todos. Algunos de vosotros decían: “Aixó es de veres? No m’ho puc creure”. A muchos los pillaba desprevenidos su paso o su visita, sin creer que la imagen de la Virgen pudiese estar con ellos, a su lado; y le aplaudían y le decían “VIXCA”, la piropeaban, sacaban el móvil para grabar el momento, ¡qué emoción tan grande! La comunidad cristiana, en medio de la tristeza del momento, por paradójico que parezca, vive con alegría desbordante este día de su Patrona queridísima y en lo más íntimo y hondo del corazón de cada uno de nosotros surge de lo más hondo la súplica de los dos discípulos de Emaús dirigida a Jesús, dirigida ahora a María: “Quédate con nosotros”. Quédate con nosotros porque se va a hacer tarde y sin ti, Madre, la oscuridad aumenta en nuestros corazones. Quédate porque necesitamos de tu presencia alentadora para ser mejores discípulos de tu Hijo, y parecernos más a ti, ser como Tú. Bien sabemos que Tú no nos abandonas nunca, que somos nosotros los que te olvidamos y abandonamos a veces: perdónanos. Pero, aunque así fuera, aunque por desgracia acaeciera así, queremos implorarte, particularmente hoy y este año, como tantas veces lo hemos hecho, pues aunque nuestro amor te olvidara, Tú no sólo no te olvides, sino que, de hecho, jamás te olvidas de nosotros, tus hijos; y que en el horizonte de nuestra vida surges siempre como estrella de aurora que anuncias un nuevo amanecer, eres estrella que anuncias la gran noticia para el mundo entero de tu Hijo: eres misionera, estrella de las misiones, de la evangelización.
Por eso, este día, en medio de tristezas que nos afligen y que Tú conoces, Madre, el pueblo valenciano con júbilo filial incontenible, te canta en esta fiesta tan entrañable porque en esta imagen bella, que nos mira desde el Camarín de la Basílica con profunda ternura, y ante esta imagen de tan celestial hermosura rodeada de mágico resplandor no puede contener este pueblo tuyo su alegría. Celebramos la fiesta de la Virgen de los Desamparados: algo maravilloso, un desbordamiento de júbilo y de alegría; un permanente e ininterrumpido grito de unánime de alabanza y de victoria porque eres consuelo de los afligidos, salud de los enfermos, misionera de buenas noticias, luz y esperanza nuestra.
“Tots a una veu, ¡Vixca la Mare de Déu” y un aplauso sin cesar marcaba otros años el recorrido de la imagen de la Virgen por las calles valencianas durante la procesión en la que tantas flores, como caricias, plegarias, piropos se derramaban. ¿Por qué eso, dirán algunos que ignoran el alma valenciana, en pleno siglo XXI, de plena modernidad? ¿No han desaparecido todavía, dirán algunos pseudoilustrados, estas cosas atávicas que no catalogamos en el progreso de este mundo? Sencillamente, NO; y sencillamente porque ese es el pueblo valenciano, a quien algunos olvidan o no conocen sencillamente, que esa es Valencia: la Virgen de los Desamparados; porque Valencia contempla y quiere a la Virgen, su Madre del amor hermoso, de piedad y de misericordia, que lleva en sus brazos, abrazando y mostrando a su pequeño, Jesús, y mirando con ojos misericordiosos, entrañables, a los dos pequeños, desamparados e inocentes a sus pies. El pueblo valenciano ve y palpa en Ella la ternura y la cercanía inigualables de Dios que quiere de verdad y sin medida humana a los hombres, a todos, con amor infinito, y que, así, lo ha apostado todo por el hombre, gracias a María, hasta el extremo de un rebajamiento y de un despojamiento total por amor al hombre, como nos hace ver el Niño con la cruz en sus diminutas manos, acompañado de otros dos pequeños y desvalidos alzando sus manos en actitud de súplica ante su desamparo. Nada ni nadie podrá separarlo de nosotros, ni a nosotros de Él, por María, por el Hijo de sus virginales entrañas.
Mirad hermanos, en María sabemos que Dios no quiere ser Dios sin el hombre, sin tomar parte en su desamparo. Así, se ha comprometido irrevocablemente con el hombre, con todos y cada uno de los hombres, con los necesitados de todo, particularmente de compañía, cariño y de ayuda, de manera especial los enfermos. El Hijo de Dios y de María ha entrado en nuestra historia con el llanto de la criatura que llega al mundo. Ahí nos aceptó y ahí nos aguarda incansable su amor escondido y crucificado. Junto a la Cruz, en la Cruz, y desde la Cruz, no en balde, Jesús nos la dio y confió como Madre: su Madre y Madre nuestra. Ella nos da a su Hijo, el Hijo de sus entrañas: ¿Cabe mayor amor hacia nosotros que el de Dios y el de María? Ella nos da a Jesús, fruto bendito de su bendito vientre, que es la única respuesta a nuestro desamparo, enfermedades, soledad e indigencia y pobreza, la única respuesta a nuestra esperanza, la verdadera luz en la oscuridad de la enfermedad o de la ignorancia del amor de Dios manifestado en Jesucristo y su Madre, madre nuestra.
La única medicina para el desconcierto, el desasosiego, el desánimo o el desencanto que muchas veces paraliza, bloquea, hiere y llena de miseria el corazón humano es Jesucristo, el Hijo de María. Para los creyentes, Jesucristo es la esperanza de toda persona porque da la vida eterna, en Él está la plena felicidad y colma toda esperanza. Él es la palabra de vida venida al mundo para que los hombres tengamos vida en abundancia. Jesucristo, el Hijo de María, nos ha traído todo el infinito amor de Dios, que “hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos, liberta a los cautivos, abre los ojos al ciego, endereza a los que ya se doblan, cura a los enfermos, sana a los justos, sustenta al huérfano y a la viuda y trastorna el camino de los malvados” (Sal. 145), sostiene a los que no tienen trabajo o lo han perdido. Jesús, nacido de María, nos ha hecho posible acceder a ese amor tan inmenso de Dios que no pasa de largo del hombre caído, robado, sin trabajo donde sin embargo radica su dignidad, malherido y maltrecho, tirado en la cuneta, a la vera del camino por donde tantos pasan y pasan, y no se paran siquiera ante la miseria, el robo y las heridas; Jesús, a quien gestó en su seno su Madre María, nos ha hecho ver, tocar y palpar ese amor en su persona misma que ha venido a traer la buena noticia, el Evangelio, a los que sufren. Que anuncia, como signo suyo, su Evangelio de misericordia y amor preferencial a los pobres y desvalidos, a los enfermos. En Jesucristo, vemos y palpamos a Dios, amor infinito e incondicional por el hombre y por la vida del hombre. Dios, el Misterio que da consistencia a todas las cosas, se nos ha revelado en Jesucristo, nacido de María siempre virgen y entregado como amor infinito e incondicional por el hombre y por la vida del hombre, se nos ha revelado como amigo y cercano a los hombres, compartiendo sus pobrezas y sanando sus heridas y enfermedades. Hermanos: ¡Dios ama a los hombres, nos da a cada uno de nosotros, tal y como somos, con todo el peso de miseria y dolencia que llevamos dentro de nuestro cuerpo y corazón! Experimentamos estos días que vivimos nuestra limitación, nuestra fragilidad, el acecho de la muerte.
Mirando y oyéndolo, tocándole con nuestras manos en su carne tangible de los enfermos, pobres, sufridos y marginados con los que se identifica, podremos hallar la única esperanza que puede dar sentido a la vida: Jesús. En Él, en Jesús, Dios con nosotros, tenemos la verdad y la grandeza del hombre, lo que vale el hombre, la grandeza de la vocación y esperanza a la que somos llamados. Por el don que se nos ha hecho al darnos a conocer a Jesucristo, gracias a María, su Madre y nuestra Madre, podemos ser conscientes de que toda persona es un sagrario vivo e inviolable, un portador de Cristo, que se identifica singularmente con los pobres y débiles, los que padecen hambre o sed, los que no tienen techo bajo el que vivir, los desahuciados, que carecen de vestido, están enfermos, son extranjeros o inmigrantes, están privados de libertad o han perdido su puesto de trabajo, viven en las esclavitudes antiguas o nuevas, están amenazados en sus vidas o son privados de ella vilmente con la persecución o el exilio, mueren perseguidos por su fe o en las pateras que surcan el mar buscando una situación mejor para sí mismos o sus familias; y en Él podemos ver y palpar nuestro destino que es Dios mismo, la morada junta a Dios, donde está Cristo y nos lleva junto a Él, porque nos quiere.
Estamos, hermanos, en una situación muy difícil, no sólo por la pandemia del covid-19, sino por las múltiples crisis derivadas de ella, entre las cuales es muy sensible la gente y la destaca: la gravísima crisis económica con unas cifras escalofriantes de destrucción de empresas pequeñas y negocios, y la pérdida de miles de puestos de trabajo con todo lo que esto significa, y sin que se observen por parte de los que debiera partir, planes bien estudiados, reales y eficaces, para solucionar tan grandes males; y tened por muy cierto que Jesucristo está abrazado y unido a todos estos y a esa multitud ingente, incontable, de los que gimen bajo la dura realidad de las múltiples y nuevas pobrezas, como la del covid-19, o la de las múltiples enfermedades que afligen a este mundo, muy querido por Dios, por Jesucristo que nos quiere de verdad.
De Él escuchamos su voz que nos dice y pide que permanezcamos en su amor, que no nos apartemos del amor de Dios y a Dios, por encima de todo, y que nos amemos unos a otros con el mismo amor con que somos amados todos los desamparados por su Madre amantísima que nos fue dada como Madre junto a la cruz, la cruz de esa ingente multitud de hijos que sufren hoy; esta situación llama e interpela a la conciencia de los cristianos de Valencia que tendrá que hacer mucho, cuanto esté de su parte, como ya he comunicado en otros momentos con la Fundación diocesana Pauperibus, o la comisión diocesana por el Empleo, y otras iniciativas en curso con medidas concretas para toda la diócesis y en toda la diócesis, y que entre todos hemos de asumir y llevar adelante con la ayuda de nuestra Mare de Déu dels inocents y Desamparats, sempre lligada a les necessitats dels valencians, ampar dels malats, auxili dels missioners, protecció per exemple de la fundació Maides, que demana la nostra col.laboració.
Benvolguts valencians, la Mare de Déu dels Desamparats, l’image santa de la qual portem sempre en lo cor, es i seguirá sent Patrona dels valencians que acudim a Ella a cada instant, pero casi instintivament quan mes necessitem que se nos ajude i ampare com ara mateix, demanant sa valiosa i maternal protecció. Es inescusable que renovem y ratifiquem nostra voluntat comuna de mantindre-la com a Patrona, advocada i intercesora; la festa de la Mare de Déu dels Desamparats es una occasió optima per a reavivar en els cors dels bons valencians l’entranyable devoció que professem a sa venerada Patrona: una devoció sentida i expresada fervorosament. Les paraules de Jesús desde lo alt de la Créu: “Ací tens a ta mare”, que acabem d’escoltar en l’evangeli de la festivitat, han segut recibides amorosament pels seus fills valencians, que com Joan, l’han acollida en sa casa. Perque es en de veres que Maria, la Mare de Jesús, baix d’ese titul de Verge dels Desamparats, està en Valencia com en sa propia casa, rodejada de l’afecte, de l’amor filial, de la veneració respecte dels seus fills valencians; devoció sentida que procedix de nostra fe, ha de reflectir-se en nostres comportaments de justicia e caritat i en nostres vides de compromis con l’Evangeli y con nostres germans, perque una devoció de veritá auténtica deu implusar-nos sempre a ser mes autentics discipuls de Crist. Eixa es la voluntat de Maria, nostra Mare. Les paraules de Maria que pronuncià en Caná de Galilea revestixen per a tots nosatres un valor programatic: “Feu lo que Ell, Crist, vos diga”. La verdadera devoció a María nos porta sempre a fer lo que Cristo nos diu. Y en estos momentos, y siempre nos dice: “Dadles vosotros de comer, estuve enfermo y me visitasteis, sed misericordiosos”. Y ser misericordiosos entraña el hacer en estos momentos cuanto podamos por los parados, por los que han perdido su trabajo, que tantos dramas están causando, y exigir quien debamos hacerlo que gestionen bien la cosa pública y Dios les ilumine de tal manera que a los trabajadores nadie les robe la dignidad del trabajo, que se cree riqueza por el mantenimiento de las empresas, y promuevan un rearme moral que está en la base para un cambio de situación tan grave como en la que estamos sumidos; y que todos juntos, con lealtad, caridad, verdad y generosidad colaboremos unidos, en la medida de nuestras posibilidades, también la diócesis en cuanto tal se suma, por ejemplo, renovando y poniendo en vigor una Comisión o Junta diocesana plural y pluridisciplinar, por los parados y el empleo y la regeneración social, de lucha contra el paro y en favor de un empleo digno: una Comisión diocesana de cristianos comprometidos, libre, muy libre, de pensamiento, crítica e independiente, que ya está trabajando desde hace meses en este sentido, que no solo se fija en lo económico, que sin duda lo va a atender prioritariamente, sino que se fija también en otros aspectos necesarios para el bien común y el bien de la persona, moral, humana, espiritual y la urgente recomposición, moral, espiritual y cultural del tejido social, como es, por ejemplo, el campo de la educación y de la formación para el trabajo.
Viendo y contemplando a la Virgen María, inclinada hacia esa multitud de desamparados e inocentes, el pueblo valenciano vibra, como nada le hace vibrar. ¡No es para menos!, porque ahí encuentra la ternura, la misericordia, la mirada entrañable que derrama amor y misericordia del que andamos tan necesitados. Intuye que en la Madre y en su Hijo tenemos lo que andamos buscando: amor, misericordia, perdón, consuelo. Por Ella, la fe en el pueblo valenciano no muere, como no muere en ninguna parte en que se intuye el misterio de amor que nos envuelve: el que vemos en Jesús y en su Madre, María, el de Dios; ahí tenemos la respuesta a nuestro desamparo y nuestra esperanza.
Al abrigo de su manto protector de Madre de Dios y Madre nuestra, este año la Virgen de los Desamparados, con el Maremóvil está visitando nuestras calles y los pueblos del área metropolitana de Valencia, porque quiere ver, lo necesita, y comprobar nuestro cariño y nuestra fe, que por Ella no muere en las tierras valencianas. Gracies, Mare! Vixca la Mare de Déu dels Desamparats! Tots a una véu. Vixca, vixca, vixca la Mare de Déu, Mare dels bons valencians!