EVA ALCAYDE | 19.5.2021
Ángel Ardid tiene ahora 83 años, pero empezó a colaborar con Manos Unidas con 58. Sabía de números pues trabajó durante 26 años en temas de contabilidad en una agencia de publicidad, “de las más importantes de aquella época”. Lo dice con orgullo porque entró de botones y pasó por todos los puestos de la escala administrativa hasta llegar a jefe de segunda. Después fue administrativo en una entidad bancaria, de donde se prejubiló a los 58 años.
Con esa edad Ángel se encontraba joven, activo y con muchas ganas de seguir haciendo cosas, por eso no se lo pensó mucho cuando le propusieron colaborar con la contabilidad en Manos Unidas. “Mi consuegro conocía a quien llevaba las cuentas en Manos Unidas y me propuso que fuera un día a la semana como voluntario y yo acepté”, recuerda Ángel que se implicó tanto en la tarea que al cabo de tres años fue elegido Tesorero de la entidad.
Ángel Ardid se ríe cuando reconoce que tenía fama de tacaño. Y es que en su puesto de tesorero fue implacable con las tijeras. “Antes las cosas no se hacían de forma profesional y yo, que venía de ser jefe administrativo, empecé a cortar gastos por lo sano, especialmente los gastos más superfluos”, recuerda Ángel que explica que ahora todo es distinto y el tema de contabilidad está controlado por los servicios centrales de Manos Unidas en Madrid.
Y eso no es lo único que ha cambiado. “A mi las pesetas me gustaban más, aunque claro, como todos, al final nos acostumbramos a los euros y sin problemas”, dice Ángel entre risas y reconoce que cada época es diferente: “Antes trabajábamos con ocho o nueve entidades bancarias y ahora solo tenemos tres cuentas”. En la época de Ángel, como ahora, cuando más se recaudaba era en la campaña de febrero, el segundo domingo, cuando las parroquias destinan todas sus colectas a los proyectos que lleva a cabo Manos Unidas en los países del Tercer Mundo. “Eso sigue igual, pero se nota que los donativos han disminuido”.
Buenos y malos momentos
Ángel ha pasado en Manos Unidas muy buenos momentos. Y está orgulloso de su labor allí. Además de las tijeras para los recortes también ha puesto al servicio de la entidad otro de sus talentos: la música. Y es que Ángel es un gran amante de la música desde niño. Con ocho años ya aprendió solfeo y tocaba la bandurria en la Rondalla de Burjassot. Después pasó a la Banda de Música de Burjassot, donde tocaba la trompeta y más tarde a la Banda de Música de Almàssera.
“Lo dejé cuando me casé y tuve a mi hija. Tenía otras obligaciones y tuve la bandurria colgada en la pared durante más de 30 años. Un día me encontré a un profesor que tuve de niño y me animó a recuperarla”, recuerda Ángel que entonces, se apuntó al grupo de Rondalla de la Sociedad Coral del Micalet. Y allí llegó a organizar algunos conciertos benéficos para recaudar fondos para los proyectos de Manos Unidas, algo que recuerda con mucho cariño y algo de añoranza.
Pero Ángel también ha vivido malos momentos, aunque en ellos no tuviera nada que ver Manos Unidas. Estando allí, en la sede de la entidad, en la calle Avellanas de Valencia, Ángel sufrió un ictus y salió en una ambulancia hacia el Hospital Clínico. Fue grave y se quedó sin habla, pero han pasado ya tres años y está prácticamente recuperado. “Después de un tiempo volví a Manos Unidas, pero luego vino la pandemia y ya me he jubilado también de voluntario”, dice de nuevo con risas.
Ángel recibió un merecido y emotivo homenaje de sus compañeros y el 21 de diciembre de 2020 se despidió de todos ellos, después de 23 años como voluntario haciendo lo que mejor sabe hacer: llevar las cuentas para ponerlas al servicio de los más pobres del planeta. El ‘tesorero de los pobres’ se siente orgulloso de ello y asegura, con toda la rotundidad que es capaz de expresar, que “cada euro donado llega a su destino, con toda seguridad”.