Tiempo de vacaciones, y para mí también
Con los meses del verano llegan para muchos las tan necesarias vacaciones de verano, en pleno julio. Es el tiempo en que se cierran las escuelas y se concentran los días de descanso. Todos necesitamos de ese descanso reconfortador, de reposo físico, psicológico y espiritual. A cuantos tienen la fortuna de poder gozar de ese espacio reconfortador les deseo una buenas vacaciones. Y para quienes carecen de las mismas desearía que tuviesen la posibilidad de gozar de ese tiempo en el que cesan las ocupaciones ordinarias para dedicarlo al descanso y a otras importantes dimensiones humanas que la vida diaria no facilita. Las vacaciones son un derecho que a todos debería alcanzar. Por ello mi recuerdo especial y lleno afecto hacia quienes no pueden dejar su ambiente ordinario, impedidos por la edad, por dificultades económicas o por otros problemas. Yo también necesito de ese descanso y marcho a mi pueblo, Sinarcas a descansar, rezar, gozar del trato con el Señor más distendido y amplio, leer, escribir lo que no he podido escribir durante el curso o reflexionar preparando el próximo curso, estar y disfrutar de la familia, de mis sobrinos, de mi cuñado y de mi hermana, la persona a la que más quiero y debo de este mundo, ayudaré al cura de mi pueblo, D. Gilberto. Tendré vacaciones, las necesito como ser humano que soy y que también se cansa, pero no os olvidaré, todo lo contrario, pues os tendré en todo muy presente, sobre todo en la oración y la eucaristía, gozaré del don de Dios, de la naturaleza y del oratge o “tiempo” de Sinarcas, que es único allí. Una vez más me sentiré lleno de paz, sin prisas ni agobios, gozando del Señor y de la compañía de los cercanos y próximos, porque todo es gracia suya, don suyo. Espero regresar fortalecido, con renovado vigor y ánimo, si Dios me lo concede, para bien vuestro. Pido que reconforten las visitas que haga a los santuarios de Nuestra Señora del Remedio, en Utiel, y de la Virgen de Tejeda, en Garaballa (Cuenca), y de la recepción, en Sinarcas, de la imagen peregrina de Nuestra Señora de los Desamparados y de su siempre alentadora y aliviadora ayuda y descanso de la Madre del cielo. Llevaré a Sinarcas la reliquia de Santa Úrsula, patrona de Sinarcas, que nos ha regalado la diócesis de Toledo, y visitaré a mis queridísimos difuntos, a los que tantísimo quiero y que no olvido, cuyo amor y cariño están siempre a mi lado y siempre gozo, porque ellos viven y me avivan la esperanza y la alegría de estar un día con ellos para siempre. Gozaré de la presencia de mis queridos paisanos sinarqueños y utielanos y de la familia querida a los que no veo o con los que no estoy desde hace tiempo.
Las vacaciones se viven muy a menudo y principalmente como una deliciosa pausa que interrumpe con un disfrute físico y exterior la monotonía profesional del propio trabajo. Son días donde se intensifica el bienestar y se vive en la evasión. “Evadirse” puede ser útil, a condición de que no se huya de los sanos criterios morales, de sí mismo y de los demás, del siempre debido respeto a la propia salud y, sobre todo, de Dios en quien hallamos el verdadero reposo, el encuentro con la propia existencia, la alegría del vivir, la amistad más profunda con los otros y la reconciliación con su obra de la creación.
En las vacaciones, además del bienestar o de la evasión del descanso, hay algo más. Para que ese bienestar sea auténtico y más hondo es preciso que, en la temporada vacacional, la persona encuentre su equilibrio tanto consigo mismo como con los otros, con el ambiente y la naturaleza. Por ser tiempo de descanso, se deberían cuidar los momentos de interioridad, de reflexión personal, de silencio, de escucha… Un fin de las vacaciones es, precisamente, ése: que cada uno se encuentre a sí mismo, y halle el propio pensamiento, su ánimo, la propia y verdadera libertad, el sentido de la propia vida.
Las múltiples ocupaciones y afanes de la vida ordinaria y de trabajo, con frecuencia, no nos dejan espacio para algo tan fundamental como el silencio interior. Nos urge hablar y obrar en favor de los hombres y de la sociedad, en favor de los demás y de los nuestros. Pero con ello olvidamos frecuentemente, sin duda, lo más importante: desde dónde obramos y hablamos. El silencio, la libertad interior, la disponibilidad total, el estar a la escucha de Dios son las condiciones necesarias para escuchar efectivamente la Palabra de Dios y, desde ahí, poder hablar y obrar; pero no simplemente por hablar y hacer cosas sino para iluminar y liberar.
La gente de hoy apenas tiene tiempo para pensar y meditar con calma. Vivimos en una sociedad agitada. Parece que entre todos, procuramos que nadie se encuentre consigo mismo. El ambiente en que nos movemos es poco propicio para la reflexión. La agitación de este mundo nuestro nos aturde y nos lleva a perder la capacidad de prestar atención a las necesidades del prójimo, e incluso la capacidad de encontrarnos a solas y sinceramente con Dios. Por esto, que las vacaciones que, con demasiada frecuencia se convierten en unos días de todavía mayor agitación que la ordinaria, no nos tiendan una trampa, y que las aprovechemos, para ese silencio, y esa paz sosegada que tanto la necesitamos para poder sobrevivir. Por ello mismo, la pausa en el ritmo ordinario del trabajo no debe ser puro ocio ni mera diversión o distracción exterior, sino que debería ser ocasión para encontrar al hombre interior, adentrarse en la conciencia personal y cultivarla, avanzar hacia las cumbres del espíritu, ahondar en la experiencia de Dios que sosiega el ánimo y la llena de vida, de fuerzas y de esperanzas.
Con frecuencia las vacaciones para no pocos resultan abandono y enfriamiento del alma y de la experiencia religiosa, cuando, por las especiales circunstancias que en ellas concurren, podrían y deberían constituir unos días para todo lo contrario, es decir para la meditación, la oración, la lectura y escucha de la Palabra de Dios que se oye en el silencio y con el alma sosegada, para recuperar las fuerzas del alma y un renovado vigor que alienten a reemprender la marcha de la vida azotada por tantos desasosiegos y el desgaste del camino. Por eso es muy recomendable en este tiempo – cada vez son más los que lo van descubriendo – el retiro o ejercicios espirituales, la visita o peregrinación a santuarios y otras actividades veraniegas que ayuden al silencio exterior y la escucha interior, al encuentro con Dios, en suma.
Al escribir esta página, me viene a la memoria el pasaje evangélico de Marta y María. Acogida y servicio, hospitalidad, pero inseparablemente dar todo el espacio a lo que es lo más importante de la vida, o sea, la escucha de la Palabra del Señor. Jesús le dice a Marta, con gran afecto, que no se preocupe ni se agite por muchas cosas; porque hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. La palabra de Cristo es clarísima, ningún reproche por la vida activa, ni mucho menos por la generosa hospitalidad; sino una llamada clara al hecho de lo único importante y verdaderamente necesario: escucharle a Él, que es la Palabra, contemplarle. Todo lo demás pasará, pero la Palabra de Dios es eterna y da sentido a nuestra actividad cotidiana.. Palabra adecuada a las vacaciones y nos recuerda que la persona humana debe trabajar y empeñarse en las ocupaciones domésticas y profesionales. Pero ante todo tiene necesidad de Dios, luz interior de verdad y amor. Sin amor hasta las actividades más importantes pierden valor y no dan alegría. Sin un significado profundo, toda nuestra acción se reduce a un activismo estéril y desordenado. ¿Quién nos da la verdad y el amor sino Cristo? Por eso aprendamos a ayudarnos unos a otros, pero antes a elegir juntos la parte mejor, que es y será siempre nuestro mayor bien.
También la lectura es un elemento muy importante en el tiempo vacacional, la lectura de un buen libro y de fácil lectura, es decir, un libro que ofrezca grato descanso a la mente y fértil semilla de sanos, agradables y reconfortadores pensamientos. Vivir las vacaciones es oportunidad preciosa e inestimable para nuestra reconciliación con la naturaleza, en su más genuina expresión: el espacio, la atmósfera, los animales y las cosas; el mar, los ríos, las fuentes, los montes, las llanuras; el cielo con sus auroras, sus mediodías, sus puestas del sol, sus noches estrelladas y encantadoras; todo ello nos habla de Dios y nos habla del hombre. Contemplando todo ello, uno no puede menos que exclamar con el Salmista: “¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él?”. Inseparable de toda esa riqueza del tiempo de vacaciones es la oportunidad espléndida que se nos ofrece para las relaciones personales: las relaciones en la familia que, a veces durante el año, resultan escasas, insuficientes y dominadas por las ocupaciones y preocupaciones diarias; relaciones de amistad en la libertad y el gozo del tiempo libre y no interesado; relaciones y amistades nuevas y enriquecedoras con gentes venidas de otras partes. ¡Qué duda cabe que uno de los valores de las vacaciones es el encuentro, el estar juntos a los demás por el gozo de la amistad, y el compartir momentos de paz, de diálogo, de charla apacible, de compartir la mesa, y la conversación amiga…!