❐ 21.07.2022
El 26 de julio celebramos la memoria litúrgica de San Joaquín y Santa Ana, padres de la Virgen María y abuelos de Jesucristo, según la tradición de la Iglesia y, por ello, también conmemoramos el Día de los Abuelos. Lo hacemos con un especial agradecimiento por todo lo que transmitís y ofrecéis en este momento de vuestra vida, con la sabiduría y la experiencia que aportáis a vuestras familias. El Papa Francisco nos habla ampliamente y cada vez más frecuentemente de la grandeza de los abuelos en el amor en la familia, y su papel muchas veces insustituible en la transmisión de los grandes valores a sus nietos, y muchas personas pueden reconocer que deben precisamente a sus abuelos la iniciación a la vida cristiana. “Sus palabras, sus caricias o su sola presencia, ayudan a los niños a reconocer que la historia no comienza con ellos, que son herederos de un viejo camino y que es necesario respetar el trasfondo que nos antecede». Ciertamente esta frase del Papa Francisco debería estar grabada en nuestros corazones para agradecer su valiosa contribución a la evangelización y a la edificación de un futuro mejor para la sociedad.
El anuncio del Evangelio es hoy cada vez más necesario y por ello quiero animaros a todos los abuelos y mayores a sentiros partes importantes y esenciales en la misión de la Iglesia. No os canséis nunca de sembrar esa semilla de la fe que lleváis en vuestros corazones, acogiendo en vuestro regazo a vuestros nietos, como también lo harían Joaquín y Ana con nuestro Señor Jesucristo.
Ni los Obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas o laicos, ancianos, adultos o jóvenes, ninguno de los cristianos, estamos eximidos de esta urgencia de evangelizar. Un año más tambiéncelebramos el 25 de julio la fiesta de Santiago Apóstol, Patrón de España, aunque parece que son menos las comunidades autónomas que lo celebran. La verdad es que a él está ligada Europa, como nos recuerdan el Papa San Juan Pablo II, y su alocución en Compostela, tan hondamente europeísta, y el Papa, Benedicto XVI, en su viaje como peregrino a Santiago de Compostela, que recordó las raíces de Europa, ligadas al Apóstol Santiago, con palabras imborrables.
Escucho una gran llamada: Evangelizar. Que el mundo crea, que nuestros contemporáneos crean, que se conviertan a Dios. Qué no daría o haría para que el mundo conociese a Jesucristo. Santiago Apóstol, el Mayor, no escatimó nada en conocerle, seguirle y quererle, como en España, gracias a Santiago. Por eso, ese amor que impulsa a que, ya, sin más detenimiento ni excusas, hagamos llegar a nuestros hermanos, los hombres y mujeres de hoy, un mensaje de bien, de verdad, de belleza; un mensaje para hacerlos felices, para iluminarlos, para llevarlos a los verdaderos y auténticos valores, y, para construir con ellos una nueva vida, como hizo Santiago con las gentes de Hispania.
Esa Europa que va más allá de lo estrictamente económico, siente necesidad de volver a sus raíces de solidaridad, verdad, paz, unidad, diálogo y encuentro, que tienen en la fe cristiana su fundamento, como querían los fundadores de la Europa, en medio de grandes sufrimientos recientes como han proclamado tan grandes europeístas como San Juan Pablo II y Benedicto XVI.
En palabras del Papa San Juan Pablo II, el nuevo milenio en que nos encontramos se nos abrió a toda la Iglesia, “como un océano inmenso ante o en el cual hay que aventurarse, con la ayuda de Cristo” (NMI 58). Atreverse a vivir la más noble y bella aventura que pueda vivirse hoy: llevar el Evangelio a los hombres de nuestro tiempo, a este mundo nuestro de hoy que vive en unas especiales condiciones de vida que todos tenemos ante nuestros ojos. “Nos espera una apasionante tarea de renacimiento pastoral. Una obra que implica a todos” (NMI 29): Evangelizar, evangelizar de nuevo, evangelizar como en los primeros tiempos, como Santiago.
Por ello, queridos abuelos, de vosotros hemos recibido la sabiduría acumulada en la rica tradición que nos precede. Gran parte de vosotros pertenecéis a esa generación que tanto se han sacrificado por los suyos, de privaciones sin nada a cambio y sin esperar ningún reconocimiento, simplemente gran ejemplo de generosidad. Habéis trabajado, luchado, sencillamente, habéis amado. Nos habéis dejado un gran testimonio de vida familiar, de amor a la familia, de luchar por la familia. Nos habéis legado esta cultura que nos humaniza. Nos habéis educado. Además, y con esto acabo, habéis sido capaces de dejarnos una sociedad en paz, en armonía, reconciliada, dispuesta a olvidar y perdonar. Gracias.
De esta renovada experiencia de fe y de amor a Jesucristo podrá nacer un nuevo ímpetu en la misión de la Iglesia, una nueva esperanza para todos. La esperanza de todo ser humano se colma, por su victoria del amor sobre el odio, del perdón sobre la venganza, de la verdad sobre la mentira, de la solidaridad sobre el egoísmo. Nadie, ningún cristiano, en consecuencia, debería eximirse del sagrado deber de comunicar este anuncio salvífico a los hombres y mujeres de nuestro tiempo.
No busquemos otra respuesta a los grandes retos que se nos abren en la etapa que estamos viviendo. Por mayor empeño que pongamos en dar ingenuamente con “fórmulas mágicas” no hallaremos otro camino verdadero que Cristo para los grandes desafíos de nuestro tiempo. Es a Él al que los hombres buscan aun inconscientemente y a veces por vías contrarias a la suya. El Papa San Juan Pablo II nos lo recordó con unas palabras bellísimas en su Carta, tan extraordinaria como alentadora, “Al comenzar un nuevo milenio”, y vuelven a recordarlo Benedicto XVI y Francisco: “No será una fórmula lo que nos salve, pero sí una Persona y la certeza que ella nos infunde: ¡Yo estoy con vosotros!” (NMI 29). Por eso se trata ahora de buscarle de todo corazón y seguirle para una apasionante renovación de nuestro mundo.
Mis queridísimos abuelos y abuelas de la diócesis de Valencia, que San Joaquín y Santa Ana, abuelos de Jesús, que son también vuestros patronos, os premien. De vosotros aprenden vuestros hijos y nietos, en la gran escuela del hogar cristiano que rezuma humanismo, entrega del uno al otro, servicio, comunión, fe, amor y esperanza. Esta manera de vivir en la presencia del Señor, es la que estáis llamados a transmitir, en vuestro entorno familiar, a las nuevas generaciones, con vuestras palabras y vuestro testimonio. Que Dios os conceda vivir en esa confianza de ser tan necesarios para todos nosotros.
Tened la certeza de que la Iglesia está a vuestro lado y que vuestro Obispo os quiere de verdad. Con gran afecto, recibid mis saludos y bendiciones para todos los abuelos. Que Dios os pague tanto amor y cariño.