Con esta entrega concluye el relato de nuestro fotógrafo recorriendo los territorios de misión en Perú. La historia de la familia de Pablo y Noemi pone el broche final a un mes lleno de recuerdos que atesorar al lado de aquellos cuya vida está completamente entregada a la misión.
❐ ALBERTO SAIZ | 24.11.2022
“Misioneros católicos” reza en cartel que ocupa más de media luna de ancho en la camioneta que viene a buscarme al aeropuerto. En la jungla de ‘Callao’ Lima (Perú). Mejor llevar el emblema, “para evitar problemas con la policía” “o soborno o multa”, me cuenta Pablo. Con maestría, humildad, algo de pena y mucho compadreo evita multas o sobornos que pondrían en juego la delicada economía familiar. Llevan una vida austera, como uno más de sus votos laicos.
La misión es ahora
Las misiones no son ni de otra época ni de consagrados. La misión es ahora. Hecha por matrimonios jóvenes junto a sus niños. Pablo y Noemi, partieron desde su parroquia Santo Tomás Apóstol de Valencia como familia misionera en el año 2012. En unos ejercicios del Camino de su parroquia, “tras recibir una palabra” al mirarse a los ojos entre ellos “se ofrecieron”. Al poco les dieron como destino Perú. “No es que buscásemos la misión, sino más bien ponerse a disposición de la Iglesia”.
Eran 6 y ya son 12+1. En estos diez años les ha dado para vivir de todo, y seguir haciendo crecer la familia. La mitad de sus hijos han nacido en la misión, en Lima. Cada uno en un barrio diferente, pues son muchas las mudanzas que han hecho en esta última década. Cinco o seis casas en barrios diferentes: Ventamilla, Gambeta y la Perla.
24/365 de vocación de servicio
Sus 24/365 de vocación de servicio a los demás, hace que aparezca a buscarme al aeropuerto Pablo con tres de sus hijas. Voluntariamente se han sumado a venir a buscarme. Desde el minuto uno me siento como en casa pero a 12.000 km. Ahora los extranjeros son los demás. Me acompañan María y Sara, coincidiendo los nombres con dos de mis hijas, solo faltó que Teresa se llamase Irene para acertar en todos. De los ojos se les sale la ilusión y de sus caras la sonrisa, están encantados de ver a alguien de Valencia. Los pocos kilómetros que separan hasta su nueva casa, me doy cuenta que estoy en la jungla de la macro ciudad de Lima. Calles más rotas que asfaltadas. Basura “botada” y amontonada en cualquier parte. Pablo mete el morro de su camioneta bruscamente en el hueco que deja el desastroso tráfico. Camioneta, furgoneta, microbús según se tercie la ocasión pintada de necesidad de quien le pida ayuda.
Huele a golosina
Hacerse misionero es a día de hoy un atrevimiento, más aún si cabe, si lo haces con toda una familia a cuestas. “¡Huele a golosina!”, grita Juan al darme el beso de bienvenida. Confundido por el olor de mi ‘vaper’, sabor a frutos del bosque. Con sus 7 años, es el chico más pequeño de la casa, el penúltimo de la saga, el octavo en orden de sucesión dinástico. Sale ilusionado a recibirme, por valenciano, por español, por fotógrafo y de Iglesia. Antes de poder ni contestarle, levanto la vista al escuchar los lloros de Gracia.
Vienen hacia mí tres jóvenes. Dos Pablos, un Isaac, y Clara, que con sus caras iluminadas y sonrientes vienen a darme la bienvenida. ¿Cómo será la misión para un niño? ¿y para un adolescente?
Pablo sobrino de Pablo, llego a Perú desde Londres para seis meses, y lleva tres años. Tiene clara su vocación sacerdotal.
Clara, con 19 años, la mayor de todos los hermanos, ya ha entrado en un convento, de las clarisas en Soria. Este verano que viene, profesará los votos temporales.
El camino infinito
Noemi y Pablo ya concluyeron en su parroquia de Santo Tomás el Camino Neocatecumenal con su viaje final a Jerusalén. Ahora, en Perú empiezan de nuevo. Al irse de misión pierdes hasta tu parroquia. Como en el barrio en el que están ahora, está empezando el Camino, ellos han empezado de nuevo. Y mil veces lo harán si es necesario. “¡Cómo seréis que el Señor os ha hecho empezar de nuevo el Camino!” les dice su catequista en tono de guasa.
Pintura por personas
Pablo profesionalmente tenía en España su trabajo. Al irse de misión lo dejó todo. Al poco de estar en Perú la marca de pinturas para la que trabajaba no tardó en buscarlo de nuevo. Sin embargo, pensó que mejor dedicarse a las personas, era más consecuente con la misión. Por lo que dejó de nuevo un buen trabajo con las pinturas, para dedicarse exclusivamente a las personas. Ahora es profesor de Educación Física en el colegio Santa María de Guadalupe, de los Cooperadores de la Verdad ubicado en el antiguo edificio del seminario que el arzobispado de Lima les cedió hace unos años. Además, participa muy activamente en todos los proyectos de la parroquia. Cursos de orientación familiar, preparación de matrimonios… Tienen también a niños en acogida. Niños que ha sufrido, maltratos, abusos…
María Pilar, Mateo, Guadalupe y Estrella son 4 hermanos que tiene la guarda y custodia Irene. Varios de la parroquia le echan un mano en todo. Juvenal y Estefanía, un joven matrimonio venezolano sin hijos, viven con ellos.
Dios está en todas partes
Incluso en los robos. A la mayoría de cristianos nos cuesta encontrar a Dios en nuestro día a día. Lo buscamos muchas veces infructuosamente. Pero ellos no lo buscan, lo ven en todas partes. No dudan que está ahí.
Clara la hija mayor, veía en sus pendientes una ostentación inecesaria, y así se lo comentó a sus padres. Ese misma tarde en un pequeño atraco por el barrio de la Perla, se los robaron. “Fue Dios el que la ayudó a desprenderse de ellos, y por eso dio gracias”.
Parecido le paso a su primo Pablo con el teléfono móvil, Dios quiso que lo robaran. Y así fue.