El tiempo. Ese don que Dios nos ha dado y que no siempre lo sabemos aprovechar adecuadamente. Es un valor extraordinario…y gratuito. El tiempo es para el hombre, no el hombre para el tiempo y los jóvenes que forman parte del grupo católico ‘Deja huella’ lo tienen muy claro. Su tiempo es el tiempo de los demás, de los más necesitados. ¿Y por qué no ofrecerlo con una sonrisa y un chocolate caliente?
❐ BELÉN NAVA | 23.2.2023
«Les digo la verdad, cuando hicieron alguna de estas cosas al más insignificante de estos, mis hermanos, ¡me lo hicieron a mí!». Mateo 25, 31-46.
Descubrir al mismo Dios en el encuentro con el hermano que sufre. Esto es lo que han hecho jóvenes misioneros que forman parte del grupo católico Deja Huella Valencia. Abandonar la comodidad del hogar -y más en estos días en los que el frío aprieta- para salir a la calle y repartir chocolate caliente, sopa y alimentos a personas que no tienen hogar ni un lugar donde resguardarse ante las inclemencias del tiempo.
Se trata de poner en práctica la ‘salida de sí hacia el otro’ de la que nos habla la exhortación apostólica ‘Evangelii gaudium’. Es experimentar la auténtica caridad. No como un mero ‘postureo’ sino como verdadero amor a Dios que vive realmente en mi prójimo.
Y esto es lo que hicieron Ana, Raquel, Juanjo, Agustín, Celia, Laura y Paloma con la hermana Mª Jesús al frente. Desde las cocinas del colegio Pureza de María, se pudieron manos a la obra: calentaron chocolate con leche, caldo, hicieron bocadillos y guardaron en bolsas magdalenas para el desayuno del día siguiente. “Antes de partir, compartimos nuestras ganas de ayudar y el momento de oración que nos daría fuerzas para llevar a cabo nuestra misión”, comentan los jóvenes que participaron.
Al llegar al centro de Valencia se encontraron con dos realidades claramente diferencias. De una parte, la gente gastando dinero y de otra, la gente que pide dinero. “Nos acercamos a la primera persona que vimos y nos dimos cuenta de que más que el alimento, necesitaban a alguien que les escuchara”, explican. Un simple “muchas gracias por pasar tiempo conmigo, hago lo que puedo” fue la recompensa a un vaso de chocolate y un rato de charla con él. La siguiente persona a la que se acercaron les contó que lo que peor llevaba no era pasar hambre, sino que la gente le mirara y se burlara. “Nosotros estamos aquí”, le respondieron. Y, sin ninguna necesidad de darles nada a cambio, les regaló una chocolatina.
“Después, nos acercamos a una zona donde había seis personas juntas. Al principio desconfiaban, pero, al ver que les ofrecíamos algo caliente, se empezaron a abrir más y nos contaron cómo habían llegado hasta esa situación”, comentan.
Tras estas personas, escucharon otras muchas historias: un joven contaba que la situación que vivía le había cambiado la vida y que la calle “me ha hecho buena persona”. Una mujer les explicaba que no aceptaba ir a albergues porque tendría que dejar a sus gatos en la calle y, mientras pedía mantas, dos personas ajenas al grupo aparecieron justo con lo que ella necesitaba: mantas y ropa de abrigo.
Otra mujer pedía café y justamente llegó un señor con un vaso recién comprado… “Todo era obra de la providencia”, aseguran.
“Es muy difícil ofrecer una conclusión u opinión general de todo lo que vivimos durante el reparto”, indican aunque todos ellos destacan una idea sobre todas: es una experiencia que permite valorar lo que se tiene y ver otras realidades: personas que, aunque carezcan de hogar, son capaces de ofrecer una sonrisa o de dar lo único que tienen como muestra de agradecimiento por compartir con ellos, tan solo unos minutos de su tiempo.
Eso sí, no dudan al afirmar que “aunque el reparto ya haya pasado, todas estas personas nos siguen necesitando. Por eso mismo, el grupo misionero Deja Huella te invita a venir a los próximos repartos, para que sea Dios quien deje huella en ti”.