❐ BELÉN NAVA | 13.04.2023
Con la bendición del “nuevo fuego” en la Puerta de los Hierros y el posterior lucernario en el interior de la catedral de Valencia comenzó la solemne Vigilia Pascual el Sábado de Gloria, que fue presidida por el arzobispo de Valencia, monseñor Enrique Benavent. La celebración continuó con la liturgia de la Palabra, la renovación de las promesas bautismales y la eucaristía, y durante su desarrollo se interpretaron cantos gregorianos y populares.
El regalo de la vida
En su homilía el Arzobispo resaltó la importancia de la celebración de la Vigilia Pascual afirmando que “cuando estamos esperando un acontecimiento importante, permanecemos en vela hasta que este acontecimiento sucede. Esta noche, la más santa del año, los cristianos la pasamos en vela porque estamos esperando algo importante: la Resurrección del Señor. Este acontecimiento que ha cambiado el curso de la historia de la humanidad y del mundo. Pero no estamos en vela sin hacer nada, escuchamos la Palabra de Dios que nos narra una historia y nos ayuda a comprender cómo el obrar de Dios tiene un sentido y una meta. Y al escuchar la Palabra de Dios permaneces en oración. En toda esta historia de Salvación hay dos elementos fundamentales: por una parte la gracia de Dios. Toda la historia de la salvación es por parte de Dios una historia de gracia. En el relato de la creación hemos visto cómo Dios nos ha dado el regalo de la vida. Es el primer acontecimiento de toda la historia de la salvación”.
Porque en esta historia de la salvación “vemos que lo primero es la gracia de Dios y Dios acompaña siempre su gracia de una promesa, una promesa de vida. Si Él ha creado a la hombre, a nosotros, es porque quiere hacernos hijos suyos y quiere darnos la vida eterna. Sin este horizonte de la vida eterna, la vida humana estaría abocada al fracaso”.
Y esa gracia de Dios, monseñor Enrique Benavent explicó que “va siempre acompañada de la promesa de un don mucho más grande. Pero muchas veces podemos dudar de Dios y pensar que tarda al cumplir sus promesas”. Recordó que “esta noche celebramos que Dios en la Resurrección de Jesucristo cumple plenamente su obra de salvación. Todo lo que Dios nos ha prometido se ha cumplido en su hijo Jesucristo y nos lo ha dado en Él. Toda esta historia que empieza en la creación y que esta noche hemos recordado mientras orábamos, tiene un momento culminante. Es una historia orientada a Cristo. Una historia en la cual el acontecimiento central es la Resurrección del Señor. Acontecimiento que cambia nuestro miedo y lo transforma en alegría y esperanza, como le sucedió a María Magdalena y a la otra María que fueron al sepulcro al, alborear el primer día de la semana. Iban buscando un muerto y se encontraron con el anuncio de que aquel a quien buscaban entre los muertos estaba vivo. Iban con miedo y el encuentro del Señor transformó ese miedo en alegría, hasta el punto de que fueron enviadas a anunciar a los apóstoles la buena noticia de la Resurrección”.
Tal y como explicó, “ahora sabemos que el contenido de las promesas del Dios es la vida de Cristo resucitado y ahora estamos seguros de que Dios ha cumplido y quiere cumplir en nosotros su promesa de salvación. Dios nos ha dicho en Jesucristo resucitado que su promesa de salvación es una vida nueva, sin fin, sin muerte; una vida libre de los temores que nos acompañan a lo largo de esta vida terrena, porque es una vida para siempre con Él”.
Una noche importante
El arzobispo de Valencia quiso recordar por qué “esta noche es tan importante”. Porque, esta “es la celebración de los dones que Dios ha ido dándonos en su gracia y de las promesas que nos ha hecho, que se han cumplido ya de una manera irrevocable y que esperemos que se cumplan en cada uno de nosotros. Esta noche, recordaremos también nuestro Bautismo. Fuimos insertados en la muerte y resurrección de Cristo y Dios nos dio su gracia. Realizó su promesa de salvación en cada uno de nosotros. Porque los dones que recibimos en el Bautismo son los más grandes que podemos imaginar. Nos hizo sus hijos. Nos mira con los mismos ojos lleno de amor con los que mira a su hijo resucitado. Nos ha hecho miembros de la Iglesia, nos ha liberado del pecado, nos ha ofrecido su amistad. No podemos imaginar regalos más grandes. En esta noche agradecemos al Señor los dones de la gracia en los que se derrama sobre nosotros la vida nueva de Cristo resucitado”.
La gracia del Bautismo
Monseñor Enrique Benavent también hizo especial énfasis en la importancia de la gracia del Bautismo que no es otra que la fe. “La promesa es la vida eterna. La vida de Cristo resucitado. Dios no nos podía dar ni prometer nada más grande. Por eso esta noche renovamos las promesas de aquel día y lo tenemos que vivir como si fuéramos bautizados de nuevo. Porque renovar significa revivir de nuevo. Revivir la ilusión con la que recibimos la fe. Reavivar la gracia que Dios nos regaló en nuestro Bautismo. Reafirmar la condición de ser hijos de Dios que recibimos aquel día. Vivir con el deseo de crecer cada día más en la amistad con Dios. Que esta noche todos salgamos de aquí con el deseo de ser cada día mejores cristianos. Para que nuestra vida cristiana no vaya apagándose hoy renovamos las promesas de nuestro Bautismo y le decimos al Señor: quiero ser cristiano, no solo de palabra sino de vida. Quiero vivir de verdad como hijo tuyo no quiero que la gracia del bautismo llegue a morir en mí. Que la renovación de estas promesas sea un momento de gracia que nos dé fuerzas para seguir caminando hacia la vida eterna”.
El camino que va del Bautismo a la vida eterna es largo. “A veces podemos cansarnos, podemos tener la tentación de pensar que las promesas de Dios no se cumplen. Nos podemos desanimar. A menudo sentimos que nos faltan las fuerzas y miramos atrás. La Eucaristía es el alimento que nos sostiene en el camino que empezamos a recorrer el día en el que fuimos bautizados y que acabará cuando lleguemos al Padre. Por eso la Eucaristía presencia del Señor resucitado que se hace alimento para el camino es el elemento central en la celebración de esta noche de Pascua”, resaltó el Arzobispo.
Y concluyó exhortando a los fieles a “que nuestra vida cristiana no vaya de más a menos. Que nuestra fe, una fe viva, vaya de menos a más. Que la gracia del Señor resucitado nos dé fuerzas en el camino de la fe”.