JAVIER BAILÉN LLONGO SJ 

La regla 50.2 de la carta Olímpica dice que “No se permitirá ningún tipo de manifestación ni propaganda política, religiosa o racial en ningún emplazamiento, instalación u otro lugar que se considere parte de los emplazamientos olímpicos” pero es posible que los recientes Juegos Olímpicos y paralímpicos de Paris 2024 hayan sido los Juegos donde más manifestaciones religiosas ha habido. 

Muchos atletas de diferentes disciplinas deportivas han querido mostrar su fe en el momento previo a su ejercicio deportivo o una vez terminado. 

Llama poderosamente la atención que haya sido precisamente en un país como Francia donde las manifestaciones religiosas están muy controladas. Ya pudimos ver en el acto de apertura, la gran polémica con la presunta simulación de la última cena de Jesús.

Pero volviendo a los atletas, ¿por qué sucede esto?, ¿qué buscan con este tipo de manifestaciones de fe? La respuesta es bien sencilla, aunque requiera de una explicación: Los atletas buscan “todo y nada”.

Para los atletas, al igual que nosotros los creyentes de a pie, la fe lo es todo, pero con ella no buscamos nada. No es una herramienta de producción económica o emocional. Es, simplemente, una gracia recibida que nos lo da todo. 

El atleta encuentra en la fe una respuesta a la necesidad antropológica de búsqueda de sentido. Esa condición trascendental, que vamos desarrollando desde que somos niños, nos abre a una búsqueda espiritual que, en algunos casos, puede llevar toda la vida. El encuentro con la persona de Jesucristo sacia esa necesidad de búsqueda y conforma en la persona un estilo de vida muy particular. Podríamos destacar tres aspectos fundamentales que han mostrado los atletas y que se producen tras el encuentro con Jesucristo: Acompañamiento en el esfuerzo; agradecimiento,  y deseo de comunicar la gracia recibida. 

Atletas como la gimnasta Rebeca Andrade,el tenista ortodoxo serbio Novak Djokovic o la tiradora Adriana Ruano compartieron la misma idea tras conseguir sus medallas olímpicas: “Dios me da la fuerza y la confianza”; “Dios me ofrece la posibilidad de estar aquí”, o el testimonio de Rebeca Andrade cuando dice: “Esta medalla no fue porque le pedí a Dios una medalla, Él me dio la oportunidad de conquistarla. Pasé por todo lo que tuve que pasar, trabajé, sudé, lloré, me esforcé, reí, me divertí, viajé. Entonces siento que hice esto posible también y Él siempre estuvo allí bendiciéndome, protegiéndome y sintiéndose orgulloso de mí”. En estos testimonios podemos ver como los atletas sienten que Dios está presente en sus entrenamientos, en las adversidades, en sus pequeñas y silenciosas conquistas de todos los días y es ahí, en lo oculto del entrenamiento, en la búsqueda de dar lo mejor de uno mismo, donde se cultiva esa fuente de agradecimiento y el deseo de compartir lo vivido. 

Nadie le dijo a la judoca italiana Odette Giuffrida, tras perder con Larissa Pimenta, que fuera a su lado y, arrodillada, le dijera al oído a la campeona: “levántate y da gloria a Dios”.

El caso de la saltadora de altura Nicola Olyslager es muy bonito. Ella utiliza un cuaderno donde va recogiendo todos sus movimientos interiores cuando realiza cualquier ejercicio. Escribe los aspectos técnicos deportivos, pero también qué le sucede internamente cuando lo realiza (consolación, desolación, frustración, esperanza), así como dibujos que van acompañados de frases del evangelio. Pero a ella, tampoco nadie le obligó a decir en voz alta, antes de realizar un ejercicio de salto, con toda la presión y responsabilidad de una fase de clasificación: “For all the days of my life, I will seek You, Lord (Por todos los días de mi vida, te buscaré, Señor”) o el caso de Katie Ledecky, la mejor nadadora en la historia olímpica, manifieste en una rueda de prensa, con alegría y gozo, que siempre reza un Ave María antes de cada competición. 

La fe produce tanta fuerza interior en la persona que no sólo permite a los atletas tener la posibilidad de sentirse acompañados para conseguir grandes éxitos, sino que todos nosotros, también podemos sentir una conexión con ellos porque reconocemos que en nuestras “competiciones diarias”, las que nos toca realizar en lo cotidiano de nuestras tareas, también, sentimos que Dios nos ayuda, también tenemos necesidad de agradecer y queremos transmitirlo a los demás.

El mundo entero ha sido testigo en Paris, frente al mayor escenario deportivo de la tierra, los Juegos Olímpicos y Paralímpicos, de cómo la fe está íntimamente ligada a la vida de los deportistas, y a su vez, nos ha mostrado la necesidad de mantener un cuidado pastoral de los deportistas, sus entrenadores y equipos deportivos. La pastoral deportiva está más presente que nunca. z