Con unas palabras parecidas a las que tiene el título de la carta que os dirijo, como resumen del Año que acaba de terminar y como horizonte para elaborar el proyecto con el que hemos de vivir en el año que comienza, se dirigía San Agustín en uno de sus sermones a sus contemporáneos. ¡Qué fuerza tenían sus palabras!: “Despiértate, hombre: por ti, Dios se ha hecho hombre” (S. Agustín, Serm., 185). En la Navidad, el Omnipotente se hace niño y pide ayuda y protección. En su modo de ser Dios pone en crisis nuestro modo de ser hombres. ¡Qué fuerte interpelación nos hace! Desea que revisemos nuestra relación con la vida y nuestro modo de concebirla. A mí me duele ver cómo los hombres, por no despertar del sueño, por no poner al Dios que se ha hecho Hombre en el centro de sus vidas y de la historia y, por tanto, por vivir por sí mismos y desde sí mismos, con su luz y con sus razones, hacen caer en más oscuridad a sus vidas, a su historia y a todos sus proyectos. La humanidad no sale a la luz marginando a quien ha venido a este mundo y nos ha mostrado cuál es el verdadero rostro humano. Sin Cristo, la luz de la razón no basta para iluminar al hombre y al mundo. La Iglesia no puede cansarse de decir a los hombres aquel mensaje de esperanza que daba el Concilio Vaticano II: “Realmente, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado” (GS 22).
Salidas a los problemas
Por ti, Dios se ha hecho hombre. ¿Qué podemos hacer en este momento de la historia que vivimos para buscar salidas a todos los problemas que nos preocupan? ¿Podemos presentar algún proyecto que nos haga salir de tantos atolladeros en que tantas personas y familias están sumergidas? Estos días he pensado y he dirigido esta oración a Dios: “hombre moderno, que te crees adulto y, sin embargo, eres débil en el pensar y en el actuar, hombre que estás a mi lado y veo que tu voluntad se debilita, ¡déjate llevar de la mano por el Niño de Belén! Aprende de la Virgen María, el ser humano más excepcional que ha existido. Ella, desde el momento que dijo ‘sí’ a Dios y comenzó a existir en su vientre el Hijo de Dios, se puso en camino. ‘María se puso en camino y va a prisa a la montaña’. Gracias porque, con este gesto, nos manifiestas que tu vida no se quedó en meras palabras, tu ‘sí’ a Dios lo pones rápidamente en práctica. Vas a prisa. Y es que el Amor urge darlo. Vas a encontrarte con tu prima Isabel, una mujer estéril, pobre y, por su situación, despreciada en aquella cultura. En Isabel ves a todos los hombres y mujeres de este mundo que sufren, y a los que hay que allegar el Amor verdadero que nos hace dar de lo mismo que Dios nos ha dado. Tú, María, has acogido en tu vida a Dios y llevas todo un proyecto para los hombres. Es una manera nueva de ser hombre la que nos revela y nos entrega tu Hijo, el Niño que nace en Belén. Es un proyecto que se realiza desde el Amor, la Gracia y la Fuerza de Dios que llevas en tu vientre, que lo experimenta el niño que llevaba en su vientre Isabel que ‘saltó de gozo la criatura en su vientre’ e, incluso, que lo experimenta Isabel misma en su propia persona que ‘se llenó del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: bendita tú entre las mujeres´”.
Presta atención: por ti, Dios se ha hecho hombre. ¡Qué maravilla! El mensaje que nos da la Navidad es muy sencillo, pero de un calado tan profundo que todo lo cambia: Dios ha venido a nosotros porque nos ama y espera nuestro amor. Dios es amor, pero no un amor sentimental, sino un amor que se hace entrega total hasta el sacrificio de la cruz, comenzando por el nacimiento en la cueva de Belén. Para acoger al Niño de Belén, se necesita fe y humildad. Acoger al Niño de Belén en nuestra vida, supone realizar el mismo compromiso de María, construir un nuevo orden fundado en el Amor mismo de Dios, en vínculos de confianza, de ayuda mutua, de justicia, de unidad para afrontar los numerosos problemas del momento: los derechos fundamentales de la persona humana que más están padeciendo en la situación actual. Es necesaria la humildad y la fe de María que creyó con todas las consecuencias en la palabra del Señor. Es lo que más admira Isabel de María, “dichosa tú que has creído que lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”. Es la humildad y la fe de María la que le llevó a inclinarse ante el pesebre y adorar el Fruto de su vientre. Es la humildad y la fe de San José que tuvo la valentía de la fe y prefirió obedecer a Dios por encima de todas las cosas. Es la humildad y la fe de los pastores que acogieron el anuncio del mensajero celestial y fueron a la santa cueva. Como siempre, los protagonistas de la Navidad son los que viven en la humildad y la fe, los auténticos constructores del Reino que viene a establecer Nuestro Señor Jesucristo, reino de justicia, de amor y de paz.
La luz de Cristo
Presta atención: por ti, Dios se ha hecho hombre. Acoge a Jesucristo en tu vida. En Belén Dios manifiesta que Él es la prioridad de las prioridades. ¿Por qué? La luz de Cristo ilumina a todo ser humano y viene a dar consuelo a todos los que viven en tinieblas y sombras de muerte, pues destierra la miseria, la injusticia, la guerra. La luz de Cristo viene y es luz para todos los que desean que los derechos y aspiraciones legítimas de los hombres se realicen, como son una subsistencia segura, una búsqueda de la salud integral para todos, una educación que desarrolle todas las dimensiones del ser humano, un trabajo estable, un techo en el que cobijarse. Las dificultades, incertidumbres y crisis económica que viven tantas familias, pueden ser estímulo para el calor de la sencillez, el valor de la familia cristiana, la fuerza de la amistad y de la solidaridad. El Evangelio nos dice que los pastores después de haber escuchado el mensaje del Ángel, se dijeron unos a otros:
“Vamos derechos a Belén… Fueron corriendo”. Y todo porque lo que se les había dicho iba más allá de lo acostumbrado, pues cambiaba el mundo, ya que había nacido el Salvador. Ellos entendieron que era necesario dejar lo que estaban haciendo e ir donde debía estar el Salvador. El Evangelio nos manifiesta que Dios tiene la máxima prioridad.
Por ti, Dios se ha hecho hombre. En este momento de la historia de los hombres, donde tantos problemas nos envuelven, descubramos la unidad que tiene el amor a Dios y al prójimo. Son inseparables. Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, los ha unido para siempre. Acoge a quien nace en Belén. Si en nuestra vida falta el contacto con Dios y la acogida de Dios en mi corazón, podré ver siempre en el prójimo solamente al otro, pero no reconocer en él la imagen de Dios. Y, también, si en mi vida omito toda la atención al otro quedándome solamente en un “buenismo”, se marchita la relación con Dios; podrá ser una relación correcta, pero sin amor. Los santos han adquirido capacidad de amar al prójimo de manera siempre renovada gracias al encuentro con el Señor eucarístico y este encuentro ha logrado realismo y profundidad en su servicio a los demás. Amor a Dios y amor al prójimo son inseparables y ambos viven del amor que viene de Dios. La fuerza que tiene el Misterio de la Encarnación es que nos descubre en su contemplación que la mejor defensa de Dios y del hombre consiste, precisamente, en el amor, y que Dios es amor (cf. 1 Jn 4, 8) y se hace presente en los momentos en que no se hace más que amar, en dar lo que es mío. Sobre todo, porque lo más mío es de Dios, pues somos imagen y semejanza de Él.