L.B. | 20-12-2013
Luis Carmelo García y Concepción Sánchez son un matrimonio excepcional, aunque ellos se consideran “completamente normales y para nada ejemplares”. Luis es ciego y Concepción apenas tiene un resto visual. A pesar de ello, decidieron adoptar a una niña, Lucía, también ciega, porque “por nuestra propia experiencia, pensamos que seríamos los que mejor podríamos educarla”.
Su casa es acogedora, cálida y cómoda, con multitud de cuadros, libros, fotografías y hasta una imagen de la Virgen de los Desamparados. Ahora, además, un tapiz del Niño Jesús anunciando la Navidad y un belén adornan el salón. “Hacemos una vida normal, estamos estupendamente, cómo nos vamos a quejar, cómo no vamos a dar gracias a Dios”, dice Luis.
Luis, burgalés de 56 años, y Conchín, valenciana de 57, se conocieron en Madrid en el colegio de la ONCE en el que los dos estaban internos. Concha consiguió un trabajo como telefonista en el Banco de Valencia, y aquí han vivido desde que se casaron. Tienen dos hijas mayores: Conchín, de 33 años, ingeniera de la Ford; y Miriam, de 30 años, periodista y egiptóloga, que en la actualidad vive y trabaja en El Cairo.
El matrimonio destaca que su vida ha sido como la de cualquier otra familia. Han educado a sus niñas y les han transmitido la fe y valores cristianos. “Los dos trabajábamos y, cuando terminábamos, recogíamos a las niñas del colegio del Perpetuo Socorro. Una vez en casa, a hacer las labores del hogar. Ha sido una vida absolutamente normal aunque algunas cosas las hemos tenido que hacer con un poquito más de esfuerzo”, explica sonriendo Conchín.
Luis y Conchín saben que hay cosas que nunca podrán hacer, “como conducir, pero a parte de eso, lo puedes hacer casi todo”. De hecho, el matrimonio ha viajado con sus hijas por toda España, parte de Europa y Egipto; hacen deporte y senderismo; tocan la guitarra, cantan en el coro y colaboran con su parroquia, San Raimundo de Peñafort.
“Hemos ido con las niñas a todas partes sin ningún problema. Incluso Luis tuvo que viajar solo con la mayor a Madrid cuando ella tenía 2 años. Se fueron en avión y la niña decía ‘papá, yo te guío’”, recuerdan.
Y es que sus hijas han desarrollaron una sensibilidad especial y se daban cuenta de que sus padres necesitaban alguna ayuda y, cada uno, de una forma. Por ejemplo, explica Conchín, “si a mí se me caía algo, me lo acercaban; pero si se le caía al padre, las niñas se lo ponían en la mano”. Reconocen que esta experiencia ha sido muy buena para ellas y gracias a ella son sensibles a muchos problemas y destinan parte de su tiempo a tareas sociales.
Y llegó Lucía
Cuando sus hijas ya eran mayores, la jefa de servicios sociales de la ONCE comentó que habían abandonado a una niña recién nacida ciega total. Luis estuvo un mes dándole vueltas, hasta que se decidió a comentárselo a Conchín. “Un 1 de noviembre, paseando por Siete Aguas, donde tenemos el chalet, se lo conté. Su respuesta inmediata fue: vamos a adoptarla ya. Nuestras hijas estuvieron también de acuerdo”, explican.
La trabajadora social no entendía cómo, siendo ciegos, querían adoptar a la niña y les hacía recapacitar sobre los muchos problemas que iban a tener. “Por propia experiencia, teníamos claro que éramos quienes mejor podíamos educar y tratar a la niña. Sabemos dónde están los recursos y los medios, y cómo utilizarlos, sabemos cómo afrontar los problemas”, comenta Conchín.
Y cuando hablan de Lucía, que ahora tiene 9 años, no pueden evitar sonreír. “Está siendo una experiencia muy enriquecedora. Nos llena mucho y nos da infinitamente más de lo que nosotros podemos darle. Es muy cariñosa, despierta y traviesa. Está siempre cantando, tocando el piano, haciendo ruido. Te llena la casa. Da mucha vida. Somos muy felices con ella”, señala el matrimonio.
Ahora Lucía está aprendiendo a tocar el piano, “tiene muy buen oído, sólo con oir una canción la sabe tocar”, dice Conchín. Y es que a ellos también les gusta la música. Luis toca la guitarra y dio clases a los Juniors de su parroquia. Además, con motivo de la visita de la imagen peregrina de la Virgen, en la parroquia formaron un coro y una rondalla, ‘Samaruc’, que ha actuado hasta en el Palau de la Música y ha grabado discos. También han formado parte de varios coros.
Esclavas de María
Lucía estudia 4º de Primaria en el colegio Esclavas de María Inmaculada. “No hay palabras para agradecer al colegio lo estupendamente bien que se está portando. Los profesores están aprendiendo el sistema braille en la ONCE para poder trabajar con Lucía. Desde la directora, sor Pilar, hasta la pedagoga, Susana, y sus profesores, Lumi, Laura, Pepe… son todos fantásticos”, manifiestan realmente agradecidos.
Lucía tiene además profesoras de apoyo de la ONCE, Bea y Ana, que le enseñan braille y colaboran con el colegio. Y en la ONCE le escriben en braille los libros de texto para que pueda estudiar.
Con los compañeros tampoco tiene problemas. “Como es muy alegre, Lucía tiene muchos amigos en el cole que se preocupan de que no esté sola en ningún momento”, añaden.
Además, da clases de inglés, música, informática y teatro. “No le da vergüenza nada”, dice su madre. “Como le dés un micrófono, has de pelear con ella para quitárselo porque se pone a cantar y no para”.
Antes de las Navidades, Lucía está en un centro de recursos educativos de la ONCE en Alicante. Allí, además de divertirse, los niños aprenden a hacer las cosas por ellos solos. “A veces los padres somos los peores educadores porque sobreprotegemos a los niños. Pero necesita aprender a hacer las cosas por sí misma: ducharse, vestirse, comer, hacerse la cama…”.
Dar gracias a Dios
Luis y Conchín reconocen que tener fe siempre les ha ayudado mucho y les ha dado confianza. “Yo me he enfadado muchas veces con Dios, claro que sí”, dice Conchín. “Si me enfado con mis amigos, ¿por qué no me puedo enfadar con Él? Pero por las cosas normales por las que se enfada cualquiera”, añade.
Nunca le han reprochado a Dios el hecho de ser ciegos. “Cada uno es de una forma y nosotros somos así”, dice Luis. Y añade que “tenemos que dar gracias a Dios por muchas cosas. Somos muy afortunados. Tenemos una familia, hacemos vida normal, estamos estupendamente… ¿cómo nos vamos a quejar?”.
Luis reconoce que lo único que le preocupa es qué será de Lucía en el futuro. “Pero esa preocupación la tenían mis padres también cuando me quedé ciego. Y después estaban orgullosos al ver que he podido formar una familia y trabajar para mantenerla”.
Ahora Lucía también empieza a preguntar y, a veces, a protestar. Sus padres siempre le dicen la verdad. “Le decimos que es ciega y va a ser ciega siempre, pero que no pasa nada. ¿No haces lo mismo que los demás? ¿No eres feliz? Pues ya está, no pasa nada”, le dicen.
Lucía espera con ganas la llegada de la Navidad y de los Reyes Magos. Como todos los años, irá al balcón del ayuntamiento para recibirles junto a la alcaldesa, Rita Barberá. Les ha pedido una muñeca que hable árabe, pero parece que los Reyes van a tener difícil encontrarla. En cualquier caso, ella disfruta con cualquier cosa que haga ruido y música. “Tiene muchas muñecas y juguetes. De vez en cuando le gusta llevarlos a la parroquia para los niños que no pueden tenerlos”, explica Conchín.
Lucía: “Si no viene el Papa, no le toco y no le veo”
Como adelantamos en el último número de PARAULA, el papa Francisco recibió el pasado 11 de diciembre a un grupo de 130 personas ciegas o con otra discapacidad, en una audiencia organizada por la ONCE, con motivo de la celebración de la festividad de Santa Lucía y del 75 aniversario de la organización. Entre ellos, se encontraban Lucía y sus padres. “Fue muy emocionante cuando el Papa se nos acercó. Aún estamos en una nube”, recuerdan los padres de Lucía.
Estaban en la plaza de San Pedro y no pensaban que el Papa les fuera a saludar. Lucía insistía en acercarse a él porque “si no viene, no le toco y no le veo”, decía. E intentaba irse ella sola con el bastón para acercarse a Francisco.
De repente, oyeron gritar “¡que viene el Papa!”. Al llegar delante de Lucía, se paró y la niña empezó a hablarle. “Le dijo que le regalaba el bastón, que serán sus ojos para toda la vida. Él le contestó: “No, no”. Ante la insistencia de la niña, el Papa le propuso un trato: “Te hago un regalo: te bendigo el bastón, y tú te lo quedas porque será tu luz para siempre”, relata Conchín, la madre de Lucía. “Además nos pidió que rezáramos por él, que lo necesita mucho. Ahí vimos su humildad. Aún estamos impresionados”, añade Luis.
A pesar de que sus padres le habían aleccionado para que no tocara al Papa, en cuanto lo tuvo delante Lucía se lanzó a abrazarle. “Le tocó y dice que tiene una cara guapa y amorosa”, señala Conchín.
El bastón bendecido por el Papa lo tiene guardado en la vitrina donde está lo mejor de la casa, pero lo utilizará en cuanto aprenda a manejarlo correctamente. “Cuando tenía dos años le dimos un bastón pequeñito para que aprendiera a utilizarlo, pero iba siempre dando golpes a los muebles y a todos los que estábamos a su alrededor, y se lo tuvimos que quitar. Ahora que es más mayor ya está aprendiendo”, cuentan los padres.
Lucía está muy contenta de haber estado con el Papa, y sus padres reconocen que han venido con fuerzas renovadas para seguir adelante, sobre todo ahora que Conchín tiene a su madre muy enferma y está pasando por una etapa dura.