El diálogo de Jesús con el ciego de nacimiento tiene una actualidad para todos los hombres muy grande. La tiene para todos los que somos discípulos del Señor, pues nos remite a vivir la adhesión a Jesucristo con tanta fuerza que, quienes se encuentren con nosotros, puedan decir por nuestras obras y palabras: “creo Señor”. Pero también la tiene para todos los hombres, aunque estén lejos de la fe, ya sea porque no conocen al Señor o porque, por motivos diversos, han llegado a la conclusión de que no es Dios necesario en sus vidas. El encuentro del Señor con el ciego de nacimiento tiene una significativa actualidad en estos momentos que vivimos los hombres (cf. Jn 9, 1-41).
La pregunta que le hizo Jesús al ciego de nacimiento después de haber sido curado de su ceguera nos manifiesta cómo su vida ha dado un giro total. Hay un antes y un después. Precisamente por eso, la pregunta de Jesús tiene una hondura que cala hasta el fondo del alma: “¿crees tú en el Hijo del hombre?” La respuesta en forma de pregunta que le hace el ciego después de haberle devuelto la vista tiene, para la evangelización que hemos de hacer en este tiempo de nacimiento de una nueva época, una fuerza tan grande que cambia nuestros planteamientos: “¿y quién es, Señor, para que crea en él?” La respuesta de Jesús no se hizo esperar: “lo estás viendo: el que te está hablando ése es”. No puede ser más clara la respuesta de aquél hombre curado de su ceguera: “creo, Señor”. Es una respuesta que a los discípulos del Señor nos llama a vivir en esa adhesión inquebrantable a Jesucristo, a acogerlo en nuestra vida con todas las consecuencias, a vivir en la coherencia y siendo testigos con tal fuerza, que provoquemos en quienes nos encontramos la misma pregunta del ciego, “¿y quién es, Señor, para que crea en él?”, es decir, quien te hace vivir a ti así. Nuestra vida debe provocar ese “creo, Señor” que cambia la existencia.
Vida plena y llena
¡Qué hondura adquiere este diálogo del Señor! El encuentro con Jesús nos saca de la oscuridad y nos devuelve a la verdadera vida, plena y llena de sentido. En Jesús encontramos a quien nos saca de las tinieblas al Reino de la Luz, a quien nos muestra el camino, a quien nos hace vivir en la Verdad. La expresión del ciego “soy yo”, ante tantas preguntas que le hacían de si era él u otro, refleja la novedad que produce la vida que nos da Jesucristo cuando lo acogemos. Decir “soy yo”, manifiesta esto: soy libre, soy diferente pero el mismo, soy libre, pero consciente de no dejarme manipular por nadie, tengo ahora otro camino que lo es de esperanza y de alegría. ¡Qué fuerza tiene la afirmación y la imagen! “Creo, Señor. Y se postró ante él”.
Esta página del Evangelio, siempre he pensado que tiene una fuerza especial para este momento histórico que estamos viviendo en el anuncio del Evangelio. Nos lo manifiesta el Papa Francisco con estas palabras: “La comunidad evangelizadora experimenta que el Señor tomó la iniciativa, la ha primereado en el amor (cf. 1 Jn 4, 10); y, por eso, ella sabe adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos. Vive un deseo inagotable de brindar misericordia, fruto de haber experimentado la infinita misericordia del Padre y su fuerza difusiva” (EG 24). Los creyentes, que hemos de anunciar el Evangelio en este tiempo en el que está surgiendo una época nueva, hemos de tener la valentía de reconocer las dos caras de una misma moneda. Por una parte, los muchos rasgos positivos que se dan cita en esta humanidad desde muchas y muy diversas posiciones: la dignidad e inviolabilidad de cada ser humano, la defensa de las minorías étnicas, sociales y culturales, la condena de la guerra y de otras formas de violencia institucionalizada, el respeto creciente a la naturaleza, la preocupación por alcanzar un consenso universal en torno a los valores éticos mínimos, etc. Pero está también la otra cara de la moneda: cualquier cristiano con experiencia personal de Cristo sabe de las muchas carencias y deformaciones cuando hay una formación defectuosa o un prejuicio sobre Jesucristo o la Iglesia, pues induce a una imagen del hecho cristiano que opera y predispone contra una recepción franca y sin prejuicios del Evangelio. Precisamente por eso, es necesario rescatar una serie de ideas básicas sin las cuales el anuncio del Evangelio tiene graves dificultades. Algunas de ellas son éstas: qué es y qué no es lo racional y lo razonable, la apertura constitutiva del ser humano a lo trasracional (a la trascendencia), la fe pertenece a la estructura inherente a la existencia y a las relaciones interpersonales y sociales, la necesidad de conferir sentido a la realidad histórica y a la vida personal y colectiva, la posibilidad que tiene todo ser humano de alcanzar verdades y certezas nucleares. En definitiva, la apertura a valores fundamentales.
Estrategia pastoral
Todo esto me lleva a afirmar que el anuncio del Evangelio en estas circunstancias, debe ser preparado con una estrategia pastoral articulada en torno a estos tres ejes:
1) La verdadera racionalidad: comprensión verdadera de lo que es la racionalidad, pues hay dimensiones de lo humano en las que los hombres nos jugamos la vida, que solamente pueden ser razonadas por una razón no circunscrita a lo empíricamente verificable o a lo demostrable. Hemos, pues, de abrirnos a lo trasracional que es más razonable que la presunta racionalidad de lo empírico. Es cierto que de lo que no se puede hablar es mejor callarse, pero, ¿quién ha demostrado que no se puede hablar de lo que existe?
2) La pregunta del sentido: recuperemos esta pregunta por el sentido ¿por qué y para qué existir?; ¿merece la pena vivir?; ¿qué significa esto en lo que estamos embarcados? Hemos de tener esta seguridad: el ser humano no puede no creer y tampoco puede vivir sin esperar; puede haber dejado de creer o de esperar. Es más, la civilización del consumo opera como un nuevo opio para los hombres, pues elimina la capacidad crítica, la capacidad de reflexión, la introspección. Por ello, quien anuncia a Jesucristo tendrá que acometer la tarea previa de despertar a los anestesiados y devolverles al horizonte del sentido.
3) El significado de Dios para entender el mundo y al hombre: redescubramos la gran significación que tiene Dios para comprender el mundo y para comprender todo lo que es el ser humano. Porque se eliminó ese tríptico Dios-hombre-mundo, anulando lo divino y dejando al mundo sin Dios y al hombre sin mundo y ¿qué sucedió? Que tenemos un mundo sin hombre. La crisis antropológica, crisis del hombre.
Ahora comprendemos la fuerza significativa que tiene este encuentro de Jesús con el ciego de nacimiento del Evangelio de San Juan (cap. 9, 1ss). Tiene una mirada de amor y de misericordia. Es la mirada de compasión de Dios que nos hace pasar de las tinieblas a la luz. ¿Seremos tan audaces y valientes como Jesús para regalar esta mirada a los hombres en estos momentos que estamos viviendo? Ya veis la diferencia que existe entre el ciego y Jesús. Son dos miradas muy diferentes. La de Jesús sana, saca de la oscuridad, nos lleva a razonar bien, a descubrir con la luz que Él nos da un sentido nuevo a nuestra propia vida y a todo lo que existe, a ver el significado que tiene Dios para poder entender el mundo y al hombre. “¿Crees tú en el Hijo del hombre?”.