Finalizamos un año y comenzamos otro nuevo bajo el signo de la paz: Nos encontramos aún en tiempos de Navidad, días que traen la paz en la tierra y nos deseamos la paz; abrimos el año nuevo con la Jornada Mundial de la paz y pidiendo a Dios, al comenzarlo, que nos conceda a todo el mundo el don de la paz, y en el principio del año, acudimos a Santa María Madre de Dios, dador de paz y dio a luz al Príncipe de la paz, y que es, por ello, Reina y Madre de la paz.
Estos momentos, todavía invadidos por la pandemia del Covid y cargados de temores y de miedos, muchos, tal vez demasiados, la primera palabra y la actitud que brotan de nuestro interior es de acción de gracias, porque Dios es fiel y de nuevo pone nuestras vidas bajo el signo de la paz por su presencia entre nosotros que nos comunica paz: paz interior y exterior, paz personal y paz social, siempre paz, paz a los hombres, con los hombres, y entre los hombres. Esto es lo que Dios quiere y le agrada y así declara bienaventurados y dichosos a los que trabajan por la paz. Dios bendice y enriquece a los que viven en su paz, la que Él nos da, a quienes la comunican o trabajan por ella. Porque como decía una viejecica de mi pueblo, la más pobre de los más pobres: “Dios no nos falta, los que le faltamos somos nosotros”. Es verdad, Dios no nos falta: echemos con sinceridad y verdad la vista atrás, a este año que termina, hagamos un serio examen de conciencia, de revisión de vida personal y comunitaria: Dios no nos ha faltado, somos nosotros los que le hemos faltado, nos ha faltado Él, porque lo hemos olvidado, porque no hemos tenido la confianza entera en Él; nos ha faltado fe y visión de fe para ver los sufrimientos y tantos fracasos humanos como centrarnos en Él. Acción de gracias, súplica de perdón y de ayuda: le necesitamos, sobre todo, por encima de todo a Él y su amor.
Junto a esto, mi deseo de felicidad para todos en el año que va a nacer, 2022, que sea un año de Dios, en el que se cumpla y cumplamos su voluntad que siempre es de gloria de Dios, y esta gloria es que el hombre viva, que sea feliz con su amor, y así habrá paz, siempre don de Dios. La felicidad que deseo a todos es inseparable de la paz. Por eso también mis palabras en este primer día del año son: ¡La paz sea con vosotros; la paz sea con todos, con aquella tierra en la que ha nacido el que es y trae la Paz: Jesús!. No es posible un deseo más fundamental que éste. Que el Señor nos libre de todo odio, de toda violencia, de toda destrucción de concordia y de vidas humanas, de todo mal que se oponga a la paz. Que Él nos conceda aquella paz que sólo Él mismo nos puede dar. Se trata de la plenitud de la paz, radicada en la reconciliación con Dios mismo, en primer lugar, y en el favor con que Él nos colma. La paz interior que comparten los hermanos mediante el amor y la comunicación fraterna.
El mundo por sí sólo no puede darnos esta paz y esta concordia. Por eso la pedimos para el mundo. Para el hombre en el mundo. Para todos los hombres, para todos los pueblos y naciones, para los pueblos que no la tienen: Siria, Irak, Venezuela, Nicaragua, Chile …, y tantos otros donde la violencia y la intransigencia se muestran con una gran crueldad.
¡Que este nuevo año sea año de paz, año de concordia en libertad, para que los hombres y los pueblos puedan vivir en la verdadera libertad de los hijos de Dios, la que nos hace vivir lo que somos: todos hermanos! Comienzos de un nuevo año: Necesidades y problemas, proyectos y empresas, anhelos e ilusiones, esperanzas y temores se agolpan ante nosotros. Los hombres de nuestro tiempo somos capaces de lo mejor y de lo peor: de convertir nuestro mundo en un en vergel fértil que de alimentos para todos, o en un desierto de escombros y destrucción árido que a nadie o a pocos alimente, en una casa y hogar común donde todos encuentren cobijo y calor amable o en un lugar inhóspito frío y destruido sin paredes ni techos que puedan ofrecer albergue reconfortador y grato.
Espontáneamente, como hombres de fe, sentimos la necesidad de suplicar la ayuda y el favor de Dios sobre nosotros, sobre todos y cada uno de los hombres, sobre la sociedad y sobre la Iglesia, sobre nuestras familias y nuestros pueblos con sus dificultades, sus expectativas y sus inquietudes. Necesitamos el auxilio y el favor de Dios ante los problemas de la paz en el mundo, tan rota y amenazada en tantos sitios. Necesitamos la ayuda divina ante la ingente tarea de evangelizar a los pobres que nos apremia.
Necesitamos la fuerza y la sabiduría de lo alto para ayudar a que los hombres crean. Confesamos que sin Dios nada podemos hacer, que todas nuestras empresas nos la realiza El, que nada verdaderamente digno podríamos llevar a cabo si no contamos con su amor y su gracia, que todo bien es don suyo, que lo más preciado como es la vida, la salud y la dicha son dones de su amor. Pedimos que se haga su voluntad: es lo mejor que podemos pedir, porque su voluntad es la que vemos en Jesús, en su santísima Madre, siempre virgen, y siempre y en todo esa voluntad es benevolencia, amor, salvación, misericordia, gracia y vida. Que Él realice entre nosotros y con nosotros su designio: designio de paz y no de aflicción, designio de amor y felicidad, designio de conversión y redención, designio de luz y de verdad para todo hombre que viene o está en este mundo.
Invocamos su santo Nombre y le rogamos que nos alcance y colme su copiosa e inagotable bendición. Nuevo año: tiempo de oración. Todos debemos orar. Sin la oración nada podemos hacer, porque nada podemos llevar a cabo sin Dios. Todos necesitamos volver al Señor, encontrarnos con Él, escucharle, tratar con Él, familiarizarnos con su querer, conocerle más y mejor, vivir la experiencia de su amor y de su cercanía, gozar de su gracia, para hacer y acoger su voluntad que es con mucho lo mejor. No cesemos de orar. Es preciso, absolutamente necesario, como nos dice Jesús, orar en todo tiempo y sin desfallecer. Necesitamos orar para acercarnos al hombre, a todo hombre. Es la oración la garantía de la recuperación de lo humano, que sólo en Dios encuentra su fundamento y su verdad.
Abrimos el año con una inmensa luz y esperanza, celebrando la maternidad de la Santísima Virgen que trajo al mundo la gran esperanza, la única, que es su hijo nacido de sus entrañas de Madre, Madre del amor hermoso. Así, con ella, con su maternidad y el Hijo que nace de las entrañas de su amor y de la ternura del Padre Dios para con nosotros que no se acaba, terminamos el año viejo, y lo comenzamos con los mismos gestos y signos, y así también lo acabaremos el 31 de diciembre de 2022: abiertos a la esperanza que viene de Dios, de su amor y la Madre de Dios que se hace hombre, que se solidariza, que se hace uno con nosotros y nuestros gozos, alegrías y penas.
Al saludaros en este nuevo año, abierto al don de Dios, a la esperanza que viene de Él, lo hago desde el dolor que invade nuestras familias, la de todos, nuestras vidas, por la pandemia del Covid y las consecuencias que acarrea. Y desde la confianza serena y total en Dios, Padre misericordioso y dueño de todo.
Quiero agradeceros vuestra cercanía, nuestra solidaridad. Sé y sabemos que nos estamos acompañando mutuamente unos a otros con la oración, con el amor, la caridad y con la ayuda mutua y con vuestro compartir el dolor y las pena, y aun el miedo que nos aflige. Que Dios os lo pague. Seguid orando unos por otros y amando a todos con gestos inolvidables. Sólo Dios es necesario; para Él nada hay imposible; su designio siempre es de bondad y amor y consolación, promesa de salud y salvación en todo cuanto hace; en sus manos estamos. ¿En qué manos podemos estar mejor?
¡Feliz año nuevo para todos! Desearía en este día poder entrar en todas las casas, especialmente en las que ha visitado la enfermedad, o la muerte, el sufrimiento, la pobreza, el dolor o la soledad dejan sentir su peso, y llevar a todos una palabra de consuelo, de fortaleza, de cercanía, de fe y de esperanza y daros un abrazo y deciros: Mirad a Dios, Él no nos deja, está con nosotros y nos quiere: la señal es María Madre de Dios, Madre de la Iglesia, Madre nuestra, de todos los hombres.