Este es un gran desafío de la “nueva evangelización” que tenemos todos los discípulos del Señor, dar de lo mismo que nos da Jesucristo: vida, esperanza, alegría, misericordia, perdón. ¡Qué tremendo es observar nuestro momento y especialmente las respuestas que damos! Estamos afrontando las dificultades reales que nos llegan, faltos de certezas, de valores y de puntos de referencia que sean sólidos y que nos capaciten  para dar respuestas creativas al momento en que vivimos. Es más, parece como que hubiera un proyecto bien diseñado para que no cicatricen las heridas que sufren los hombres de nuestro tiempo, condicionados por una inmadurez que prescinde de referencias y de la misma historia, con vacíos de lo que es, incluso, la familia –el primer núcleo en el que aparece y surge la vida–, y cuando las opciones educativas viven emergencias importantes. Precisamente, en este momento tenemos que atrevernos todos los cristianos a dejar que entre en nuestra vida Jesucristo y a presentarlo en medio de esta cultura, escuchando del Señor sus palabras y siendo eco de ellas cada uno de nosotros en los lugares en los que vivimos y construimos la vida. Tenemos la urgencia de oír y proclamar lo que nos dijo el Señor cuando estaban los discípulos en la oscuridad, con las puertas cerradas, sin esperanza, tristes y en el desaliento: “La paz con vosotros” (Jn 20, 19b). Y esa paz era Él.
Cuando cerramos las puertas a Dios perdemos la esperanza. Una cultura y unos hombres que se cierran a Dios pierden todas las salidas y están a merced de alguien como ellos que les quiera dar alguna dirección, pero que siempre será la de un hombre, con unas perspectivas y con unos límites concretos. Cerrados a Dios, para muchos la única salida posible es la huida. Pero una huida alienante, que genera comportamientos agresivos, peligrosos, irrespetuosos y violentos. La salida de los discípulos de Jesús, cuando se quedaron con esperanzas humanas, fue vivir en la oscuridad, cerrarse en ellos mismos y en los miedos que siempre generan violencia y que nunca son creativos. ¿Cómo recuperar la esperanza? El Señor nos lo dice: “Al anochecer de aquél día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: La paz con vosotros… Los discípulos se alegraron de ver al Señor” (Jn 20, 19-20). La esperanza y la alegría se recuperan dejando que entre el Señor a nuestra vida, a todas nuestras estancias, que sea Él quien ocupe nuestra existencia, de tal manera que los consejos del “maestro verdadero”, del “único maestro”, los acojamos en nuestro corazón. El verdadero amor se vive y se da cuando incorporamos a nuestra existencia a quien es Amor, porque Dios es Amor, y lo regalamos a todos los hombres.
Presentar el auténtico rostro de Dios
Por eso el primer compromiso de todos los cristianos para la “nueva evangelización” es presentar a los hombres el auténtico rostro de Dios que se nos ha revelado en Jesucristo Nuestro Señor. Todos los hombres buscan una esperanza firme. De ahí la invitación que el Señor nos hace para entregarles a quien es la esperanza verdadera, Jesucristo: “como el Padre me envió también yo os envío” (Jn 20, 21b). Él nos envía y nos capacita para llevar el Amor a todos los hombres. El arma que cambia todo, nuestras relaciones, nuestras perspectivas, nuestras orientaciones, nuestros proyectos… es ese Amor que se nos ha manifestado en Jesucristo y del cual nos hizo sus mensajeros y sus promotores. Y no se puede predicar este mensaje si no se vive y se tiene en el corazón, si no está fraguando toda nuestra vida.
Os quiero invitar a todos los cristianos a aceptar este desafío impresionante y apasionante que es la “nueva evangelización”. Desafío que, como decía, tiene un primer compromiso: llevar hasta los confines del mundo y al corazón de todos los hombres a Jesucristo, que es el rostro verdadero a través del cual sabemos quién es el Amor y cómo actúa ese amor.
Ser portadores de la misericordia de Dios es vivir con ese Amor que no sabe de discriminaciones, que a nadie aparca y lo deja de lado, que a todos considera en la dignidad propia que tienen los hombres y cuya explicación más bella es la de “ser imagen de Dios”. Y, ante esa “imagen”, uno se comporta y trata como lo haría con el mismo Dios. Vivamos de manera cada vez más plena este amor misericordioso de Dios que es capaz de extraer de cualquier mal un bien, en nuestras familias, en nuestros barrios, en nuestros pueblos y ciudades, en la construcción del tejido social de nuestra sociedad. El futuro pasa por un encuentro vivo y personal con el Resucitado. Pues es Él quien nos devuelve la esperanza, ya que Él trae luz, trae paz, trae creatividad, trae una manera de vivir y de estar en la vida que nos acerca a los que más lo necesitan y a poner lo nuestro al servicio de los demás. Os aseguro que Jesucristo, cuando entra en la vida de cualquier persona, toca el corazón y nos introduce en la construcción de un mundo bello. No hagamos este mundo feo, pues salió de las manos de Dios. Mantengamos este mundo y, por tanto, a todos los hombres en la belleza que Dios puso y que ha conquistado para siempre Jesucristo con su muerte y Resurrección. Urge recordar a todos la grandeza de nuestra dignidad de hijos de Dios y la sublime vocación que hemos recibido de Cristo. Un mundo diferente, una cultura distinta es posible, una realidad social diferente se puede construir. Pero para ello hemos de tener la valentía, la audacia, la humildad y la fortaleza, aquellas verdades que son fundamentales y que garantizan la auténtica libertad y el verdadero progreso.
Todos tenemos algo de Tomás
Me impresiona siempre la figura del Apóstol Tomás. Cuando Jesús se presentó a los discípulos, él no estaba con ellos. Se había encerrado en un funcionamiento que nace de lo externo, pero no del interior, que es desde donde se aprecia la belleza, la vida, el amor, la esperanza, la misericordia, la paz. Tuvo que abrirse a esta dimensión de la interioridad para poder acoger a Jesucristo en su vida. Todos tenemos algo de Tomás. También, a menudo, vivimos como él desde lo exterior, pero necesitamos engrandecer cada día más esa otra dimensión que fue la que le hizo decir a Tomás: “Señor mío y Dios mío”. No es una expresión más, es el paso definitivo a la confianza, a dejar entrar al Señor en la vida de uno. Y es que Él es quien nos da capacidad para vivir y dar esperanza, misericordia y paz. Entremos, pues, en la obediencia a Dios, en lugar de  tender a hacer nuestra propia voluntad y a vivir según nuestros propios intereses. Cuando Dios creó todo vio que todo era muy bueno. Y con Cristo ha llegado la nueva creación. Si cada ser humano sólo se sigue a sí mismo o a los que son como él, el tejido social no puede funcionar. Sólo aprendiendo a integrarse en la libertad común, compartiendo y sometiéndose a ella, aprendiendo la legalidad, es decir, la sumisión y la obediencia a las reglas del bien común y de la vida común, puede sanar una sociedad. La “nueva evangelización” es el nombre que tiene la esperanza, la misericordia y la paz.