Necesitamos lugares y personas que sean para los hombres una epifanía
El próximo domingo 3 de junio celebramos en la Iglesia la solemnidad de la Santísima Trinidad. Ha querido la Iglesia en España celebrar en este día la Jornada Pro Orantibus, para que oremos, valoremos y agradezcamos la vida de todos los hombres y mujeres que se consagran enteramente a Dios por el trabajo, la oración, la penitencia y el silencio. El lema de este año es: “Contempladlo y quedaréis radiantes” (Sal 34, 6). Necesitamos más que nunca hoy lugares y personas que con su vida sean para todos los hombres una epifanía, es decir, una revelación con sus rostros, palabras y obras, del mismo Jesucristo. Ellos, a través de su dedicación fundamental de contemplar el rostro del Señor, nos lo acercan con sus vidas de un modo singular. Y es que la contemplación del rostro del Señor queda plasmada, de alguna manera, en la belleza y hermosura de sus vidas, en sus modos de vivir, de hablar y de comunicarse, que son manifestaciones del rostro de Jesucristo. No sé si habéis visitado alguna vez un monasterio de contemplativas o contemplativos, pero estoy seguro que quienes hayáis acudido habréis descubierto, en aquél ambiente que envuelve a quienes allí viven y que queda impregnado en todos los que allí son acogidos, una belleza especial que produce unas ganas inmensas de pronunciar las mismas palabras que dijeron los discípulos que acompañaron a Jesús al monte Tabor después de la Transfiguración: “Señor, ¡qué bueno es que estemos aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías” (Mt 17, 4).
Contemplativos, ¡qué gran servicio prestáis a la humanidad!
“Contempladlo y quedaréis radiantes” (Sal 34, 6). Esto es lo que sostiene la obra de la evangelización, sobre todo las oraciones de quienes, como decía Santa Teresa de Lisieux, tienen la vocación de ser “el amor profundo en el corazón de la Iglesia” (Carta a la hermana María del Sagrado Corazón). Vuestro modo de vivir manifiesta sin atenuantes la plena pertenencia al único Señor, el abandono completo en las manos de Cristo y de la Iglesia y el anuncio fuerte y claro de la presencia de Dios con un lenguaje que habla al corazón de los hombres en las diversas situaciones de fe que viven nuestros contemporáneos. ¡Qué gran servicio prestáis a la humanidad y al mundo! Dentro de la Iglesia sois como centinelas, que descubrís y anunciáis a todos los hombres lo más necesario que existe, la presencia de Dios en medio de esta historia y la vida nueva que regala Jesucristo a quien, en libertad absoluta, deja que Él se acerque a su existencia. Esta semana pasada me reunía con todas las abadesas y prioras de los monasterios contemplativos de nuestra Archidiócesis de Valencia. ¡Qué riqueza! ¡Qué capacidad para poner a todos los hombres, en todas las circunstancias en las que estén, en manos de Dios! Después de este encuentro, delante del Señor le daba gracias. Y le pedía que nunca desaparezcan de la vida de nuestra Iglesia Diocesana esos cirios encendidos que son quienes están en esos monasterios, para que se irradie siempre y en todo lugar el amor de Cristo, luz del mundo.
La contemplación, en la raíz de la “nueva evangelización”
“Contempladlo y quedaréis radiantes” (Sal 34, 6). Los hombres de todas las latitudes de la tierra no están orientados a la muerte, sino a la vida. Así los creó Dios, “a nuestra imagen y semejanza” (Gn 1, 26). Por ello es necesario que la “nueva evangelización” esté centrada en el encuentro con la persona viva de Cristo. De tal manera, que el primer anuncio debe tender a hacer que todos vivan esa experiencia transformadora y entusiasmante de Jesucristo, que nos llama a seguirlo en una aventura de fe. ¿No es precisamente eso lo que han realizado los contemplativos? “Nueva evangelización” no significa un “nuevo Evangelio”, porque Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre. “Nueva evangelización” quiere decir dar una respuesta adecuada a los “signos de los tiempos”, a las necesidades de los hombres y de los pueblos en este tercer milenio que acabamos de comenzar. No es nueva en contenidos, sino en métodos y en formas para responder a los retos de nuestro tiempo y así se renueve la faz de la tierra. Y en esta “nueva evangelización” entráis de una manera especial los contemplativos. Porque el ambiente social y cultural en el que viven los hombres a quienes hay que evangelizar, exige muchas veces una nueva síntesis entre fe y vida, fe y cultura. Vivimos en medio del indiferentismo, secularismo, y de formas difundidas de ateísmo práctico, así como también de una concepción materialista de la vida. En esa realidad de los hombres tenemos que entrar irradiando el ardor de la fe en Jesucristo. Son necesarios nuevos testigos, es decir, personas que hayan experimentado la transformación real de su vida en contacto con Jesucristo y que sean capaces de transmitir esa experiencia a otros. ¿No es esto precisamente lo que quiere decir, “contemplad su rostro y quedaréis radiantes”?
Vuestra misión es abarcar toda la vida de los hombres
“Contempladlo y quedaréis radiantes” (Sal 34, 6). ¡Qué misión más profunda y de gran alcance tiene vuestra vida! Vuestra mirada quiere abarcar el vasto horizonte de la realidad de todos los hombres y en todas sus circunstancias. Buscad los caminos oportunos para que se reconozca por vuestro testimonio, entrega y fidelidad, en todas las situaciones de la historia, que el primado de Dios es lo que realiza plenamente al hombre y lo que le capacita para construir la justicia, la paz y la fraternidad. Precisamente por eso, los contemplativos dedicáis la vida a alabar, adorar, servir y amar con toda la mente, con toda el alma y con todo el corazón a Dios. Que los hombres y mujeres de este tiempo vean en vosotros que lo que deseáis es mostrar a quien es el Camino, la Verdad y la Vida, que no es otro que Jesucristo. Y, además, que lo queréis mostrar llevando una existencia plenamente evangélica, sin anteponer nada al único Amor, sino siempre encontrando en Cristo y en su Palabra la esencia más profunda de todo lo que debéis ser. Vuestra vida coincide con lo que tiene que ser hoy el evangelizador, pues fundamentalmente es una respuesta a Jesucristo (que un día os dijo “sígueme”), total y definitiva, incondicional y apasionada. ¡Qué fuerza tienen en vuestras vidas estas palabras: “Tu gracia vale más que la vida” (Sal 62, 4)!
Dejémonos todos conquistar por Cristo
“Contempladlo y quedaréis radiantes” (Sal 34, 6). Es también una invitación a todos los hombres a dejarnos conquistar por Cristo. No os reservéis nada. Probad el estar cerca de Jesucristo, aunque no lo entendáis en principio, incluso con vuestras dudas. Esta carta que os dirijo esta semana es una respuesta para los sedientos de verdad y de vida, para los que, quizá, no encontráis el camino que os llene plenamente. Tal vez os haga participar de una felicidad que es imposible encontrar por otros derroteros. Para dejarse encontrar por Jesucristo hace falta valentía, la misma que la de los contemplativos, que dejando de pensar en ellos mismos, ante tanta gente sedienta de verdad, no dudan en dar la vida, su propia vida por Jesucristo. Y esto, porque un día quedaron fascinados por Él y por el amor que brota de Él de una manera tan admirable, que les impulsó a hacer partícipes de ese amor a todos los hombres desde el corazón mismo donde se fragua esta historia y la vida de los hombres, que es el de Cristo.
Con gran afecto, os bendice
+Carlos, Arzobispo de Valencia