Cuando acabamos de comenzar un nuevo curso escolar en todos los niveles de la enseñanza, me parece oportuno hablar de lo que ha sido una preocupación importante del Papa Benedicto XVI, desde el año 2005 en que es elegido como Sucesor de Pedro, pues han sido más de cien intervenciones las que ha tenido en torno a ese binomio de “emergencia educativa”. En la Asamblea Diocesana de Roma del año 2007 es cuando habla por primera vez de ello y dice: “En realidad, hoy cualquier labor de educación parece cada vez más ardua y precaria. Por eso, se habla de una gran emergencia educativa, de la creciente dificultad que se encuentra para transmitir a las nuevas generaciones los valores fundamentales de la existencia y de un correcto comportamiento, dificultad que existe tanto en la escuela como en la familia, y se puede decir que en todos los organismos que tienen finalidades educativas” (Discurso en la inauguración de la Asamblea Diocesana de Roma, 11 de junio de 2007). En la sociedad en la que estamos y vivimos ¿no hay más emergencias? Ciertamente que sí, pero a ésta el Papa Benedicto XVI la califica como “gran emergencia”. ¿Por qué es tan preocupante esta emergencia? Entre otras cosas, porque la educación es el problema más importante en los pueblos. Y es que cuando en una sociedad, en la educación, se introduce y se produce un clima de abandono ético y moral, la persona no se desarrolla en todas las dimensiones que tiene que tener para poder responder con hondura, densidad y verdad a todas las cuestiones que afectan al ser humano. En ese abandono, el arte de formar a los hombres se desquicia, se rompe y agrava la convivencia entre los hombres.
El buen samaritano
Siempre me ha impresionado la parábola de “buen samaritano” (cf. Lc 10, 25-37) y creo que tiene un realismo especial cuando hablamos de “emergencia educativa”. La emergencia surge cuando somos conscientes de que estamos provocando enfermedad en el núcleo de la persona humana, al hacer que pueda tener una preocupación teórica por los otros –incluso hablará y pronunciará discursos sobre ello–, pero no le damos fundamentos reales que sustenten y generen imperativos para que esto suceda, medidas y rostros reales que hagan posible que esa preocupación se haga vida y no genere en violencia, desmotivación o formas de entender que cualquier “otro” me sobre. ¿Seremos capaces de hacer surgir hombres y mujeres que se detengan ante quien está tirado o tiene alguna necesidad? ¿Seremos capaces de provocar que surjan personas que se detengan siempre ante quien lo necesita y ponga todo lo que es y tiene al servicio de los demás? ¿Seremos capaces de hacer presentes a hombres y mujeres en esta sociedad que, defendiendo la vida del otro, lo recojan de donde está y pongan todos los medios para que se recupere de su enfermedad?
El Papa Benedicto XVI se ha referido de forma expresa a muchas de las manifestaciones que tiene esta “emergencia educativa”: fracasos formativos, comportamientos que generan violencia, criminalidad, ruptura entre generaciones, renuncias a implicarnos con todas las consecuencias en la misión educativa, creación de una atmósfera que duda del valor de la persona y del significado del bien y de la verdad, la no oferta de certezas y convicciones. ¿Podemos hacer algo nosotros los cristianos? Sí. Hemos de ofrecer lo que durante veintiún siglos viene ofertando la Iglesia en nombre de Jesucristo: un modo singular, original y único de entender al ser humano. Precisamente por eso, desde el inicio mismo de la misión, no ha podido separar evangelización y educación. Esto se ha venido ofreciendo en todas las latitudes de la tierra y ha sido lo que ha generado una creatividad en ofertas inmensas que se ha manifestado en la creación de instituciones que se han extendido por todas las latitudes de la tierra: escuela, universidad.
¿Cómo son estas instituciones nacidas en el seno de una Iglesia que siente pasión por el hombre? ¿Cómo hacer posible que nadie esté tirado y no descubra lo que en realidad es, alcance su dignidad y su auténtico significado? En la Iglesia, estas instituciones disponen de un modo de entender al hombre que solamente tiene su explicación en Jesucristo, en el Hombre verdadero. A ellas pueden acudir todos, a nadie se le cierra la puerta y a todos se le ofrece lo que tenemos, de tal manera que ante la “emergencia educativa” que tiene raíces antropológicas y culturales muy fuertes y hondas, se asume un aspecto muy preciso como es proponer la descripción que del ser humano ha realizado Nuestro Señor Jesucristo, que conlleva la transmisión de la fe. No se pone a Dios entre paréntesis, pues sabe muy bien que en la educación llevada a cabo desde una manera singular de entender al ser humano, se realiza la evangelización. Como decía el Papa Benedicto XVI, “sin educación no hay evangelización duradera y profunda, no hay crecimiento y maduración, no se da cambio de mentalidad y de cultura” (Mensaje dirigido con motivo del XXVI Capítulo General de los Salesianos, 1 de marzo de 2008).
El valor de la persona humana
La “emergencia educativa” entre otras cosas se da, porque hoy se está dudando del valor de la persona humana, del significado mismo de la verdad y del bien. ¿Qué hacer en estas situaciones? Hay que volver a construir equilibradamente en la educación la transmisión de conocimientos científicos o técnicos y humanistas, pues como escribió Heidegger, existe el riesgo de que sin este equilibrio, se le “oculte al hombre la verdad sobre su naturaleza, sobre él mismo y sobre Dios”. Hay que proponer certezas sólidas y criterios convincentes sobre los que construir la vida. Las dificultades son superables. Es necesario suscitar comunidades cristianas que tengan pasión por la educación. Es necesario que padres y educadores lleguen a ver que sin la oferta de la antropología cristiana construiremos hombres y mujeres sin esperanza y sin Dios. No abandonemos a sí mismos a los niños y jóvenes. No dejemos que sean víctimas de sus propios deseos. En todos los proyectos educativos y en todas las manifestaciones que se propician, está en juego toda una concepción de lo que es la persona, es decir, una concepción antropológica. El Papa Benedicto XVI nos dice que la verdadera cuestión es “captar el significado plenamente humano del hacer del hombre, según el horizonte de sentido de la persona considerada en la globalidad de su ser” (CV 70).
Problema fundamental
Ante la “emergencia educativa” invito a todos, padres, educadores, niños y jóvenes, a que veamos la cuestión en la profundidad que tiene, que entremos en las raíces de la misma, de tal manera que observemos, sin complejos de ningún tipo, que hoy hay un problema fundamental y de capital importancia como es la concepción de hombre que tengamos, es decir, hay una cuestión antropológica y en ello va no solamente la felicidad del hombre, también los proyectos que haga para sí mismo y los demás, el estatuto de convivencia que cree. Aquí aparece la importancia y el valor que tiene la oferta educativa y antropológica cristiana, avalada por veintiún siglos. Y ante este problema, hemos de tener el atrevimiento y la osadía de preguntarnos y de preguntar: ¿Qué es el hombre? ¿Qué y cuál es la cuestión que es el constitutivo de la persona humana? Este Año de la Fe es propicio para acercar a Jesucristo a nuestra vida.