Necesitamos la paz, la necesitamos urgentemente, necesitamos esa paz que el mundo no puede dar, los conflictos y tensiones entre Rusia y Ucrania, aunque sean países lejanos, nos afectan a todos. Necesitamos la paz, la necesitamos más que nunca, la necesitamos más que el pez necesita del agua, la necesitamos de verdad, para superar el vivir en permanente tensión y crispación por parte de unos y de otros, y esto genera un ambiente donde desaparece el clima y ambiente de concordia, que es clima y ámbito de paz, de entendimiento y de colaboración y cooperación en el bien común, ante tanta tensión por la búsqueda de intereses propios, sean personales o de grupo, como estamos viendo. La necesitamos aquí en España ante tanto mirar intereses propios o de grupo, y no buscar prioritariamente el bien común que es España. Traigo a colación la respuesta: ¡Cristo vive! Ha resucitado y triunfado sobre todos los poderes de muerte y nos ha traído la paz: el don más precioso donde se condensan todos los bienes. “Paz a vosotros”, (Jn. 20, 21), es el signo de su presencia victoriosa entre nosotros, su saludo y su misión, su don y nuestro envío. Él mismo es nuestra reconciliación y nuestra paz.
Necesitamos convertirnos a Cristo para vivir en la paz. Lo necesitamos nosotros, hombres y mujeres de este milenio, que estamos asistiendo desgraciadamente, desde hace ya excesivo tiempo, como testigos impotentes y espectadores lejanos, a tan grandes padecimientos y agresiones tan crueles, que llevan consigo la guerra y la exclusión, tan inhumanas y absurdas. Las palabras con que Cristo comienza su ministerio: “Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios. Convertíos y creed la Buena Noticia” (Mc. 1, 15), siempre vivas y actuales, recobran una inusitada fuerza en estos momentos en los que se repite, en aquel lugar de la tierra, la pasión y la agonía del mismo Cristo inocente, llevado al matadero en un nuevo y sangriento Calvario.
Desde aquí no podemos comprender el trasfondo histórico, social, cultural y aun religioso de estos conflictos. Son, sin duda, muchos y graves los problemas que están en juego. Pero, “problemas tan graves no se pueden resolver sin hacer referencia a Cristo”; “sin Él no es posible resolver los problemas que se complican de día en día”. En Él está la fuente de la fraternidad, la abundancia de la misericordia, la capacidad para el perdón sincero y real que alcanza a los enemigos, la superación de toda división. En esta situación, en que contemplamos el fracaso de Europa y el fracaso de la misma humanidad, expreso la firme convicción de que una Europa más unida y más cristiana no hubiera llegado ni consentido el horror de la violencia y de la guerra que van a originarse allí, aunque aún es posible la paz y se puede encontrar todavía la manera de resolver pacíficamente los conflictos existentes.
No podemos dormir en este tiempo. Necesitamos velar. Necesitamos intervenir. Todos. No podemos quedarnos cruzados de brazos. La oración es la única arma de la Iglesia para lograr la paz, particularmente en manos de los pobres, de los oprimidos, de las víctimas de la injusticia. La oración, resistente como el acero cuando se templa bien en el fuego del sacrificio y del perdón, es la sola arma eficaz para penetrar hasta el corazón, que es donde nacen los sentimientos y las pasiones del hombre.
La llamada a la conversión y al seguimiento, la inminencia del reino de Dios entre nosotros, que es juicio sobre nuestras malas acciones, reclaman nuestra solicitud amorosa y responsable, nuestra solidaridad con las familias de Ucrania y de Rusia.
La conversión y el seguimiento de Jesús, dejándolo todo, reclama que trabajemos por la paz posible, que pidamos perdón por los abusos cometidos y porque tal vez no saben lo que hacen, que oremos sin cesar y con todo el corazón pidiendo fuerza espiritual para acabar con la guerra, para que la paz se implante y se destierre de manera definitiva el odio fratricida en aquella región, situada en el corazón de la vieja y cristiana Europa. Todos debemos orar. Todos somos responsables y a todos nos incumbe la paz y la concordia. Y aquí en España recuerdo las palabras de Jesús cuando nos habla del amor a los enemigos y pido que se dejen atrás intereses personales o de grupo, que se ame siempre y se perdone siempre, que se busque el bien común, que exige concordia, entendimiento y perdón.
“La paz, la concordia, el bien común, son posibles”. No se trata de un eslogan, sino de una certeza, de un compromiso. Es posible siempre si se quiere verdaderamente. Y si la paz es siempre posible, es objeto de un deber imperioso. Como también trabajar por España, por encima de otros intereses, es posible y es un deber. Para todos, especialmente los políticos, sean quienes sean.