La fiesta del Corazón de Jesús manifiesta el amor de Dios por los hombres
Este mes de junio, en el que celebramos la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, os aliento a que os acerquéis a Jesucristo y descubráis lo que Él quiere de nosotros. Es en su Corazón, lleno de misericordia, donde encontramos a quien es capaz de extraer de cualquier situación de nuestra vida un bien. Esta fiesta hunde sus raíces en el misterio de la Encarnación, pues a través del Corazón de Jesús se manifestó de modo sublime el amor de Dios a la humanidad. Quien mejor entiende esto es el que está sediento de la misericordia de Dios. Porque en el Corazón de Cristo encontramos siempre esa fuente inagotable de la que podemos sacar todo el agua que necesitemos para abrevar nuestra sed. Su Corazón es un manantial que contiene el agua de la vida, con capacidad para eliminar cualquier situación de desierto en nuestra existencia, y hacer que siempre esté presente en nosotros la esperanza. ¡Qué alegría me produce poder animaros a todos a que os acerquéis a Jesucristo, a que os acerquéis a su Corazón, a que profundicéis vuestra relación con Él! La relación con el Señor reaviva nuestra fe, nos hace experimentar la fuerza salvadora que nos regala y que nosotros podemos entregar a todos los que nos rodean.
Estar cercanos al Corazón de Jesús es una necesidad también en nuestros días
El Beato Juan Pablo II escribió así: “Junto al Corazón de Cristo, el corazón del hombre aprende a conocer el sentido verdadero y único de su vida y de su destino, a comprender el valor de una vida auténticamente cristiana, a evitar ciertas perversiones del corazón humano, a unir el amor filial hacia Dios con el amor al prójimo. Así –y ésta es la verdadera reparación pedida por el Corazón del Salvador– sobre las ruinas acumuladas por el odio y la violencia, se podrá construir la civilización del Corazón de Cristo” (Carta de Juan Pablo II al prepósito general de la Compañía de Jesús, 5-10-1986). ¿No os parece que estar junto al Corazón de Cristo es una necesidad de nuestros días? Si queremos dar hondura y sabiduría a la vida de todos los hombres, a sus interrogantes más profundos, hemos de acercarnos al Corazón de Jesucristo; si deseamos transformar las relaciones entre los hombres y que pasen de ser planteadas desde el egoísmo a la generosidad, del vivir para uno mismo a vivir para los demás, hemos de acercarnos a Jesucristo; si queremos eliminar todas las perversiones que amenazan la vida humana, si queremos que los hombres descubran los fundamentos profundos de sus vidas, las columnas fundamentales desde las que hay que construir la existencia humana y esta historia, acerquémonos al Corazón de Jesucristo.
Sumergir la vida en el Misterio del Amor de Dios
Puede tomarse esta proposición que os hago como una propuesta al culto y a la devoción, quizá con contenidos muy vacíos para cambiar nuestra existencia. Pero mi propuesta va mucho más al fondo: os invito a que sumerjáis vuestra vida en el misterio del amor de Dios, de ese amor que se nos ha mostrado en Jesucristo. Y que, ciertamente, constituye el contenido del culto y de la devoción, pero es el contenido de toda verdadera espiritualidad y devoción cristiana. Aquí descubrimos cómo el fundamento de esta devoción es tan antiguo como el cristianismo, pues solamente se puede ser cristiano dirigiendo la mirada a la Cruz de nuestro Redentor. Estamos ante la manifestación del amor más grande. Y es en esa mirada donde reconocemos el amor de Dios en el Crucificado, convirtiéndose en nosotros en una experiencia interior que nos lleva a decir con Santo Tomás: “¡Señor mío y Dios mío!” (Jn 20, 28), que es la expresión que manifiesta la acogida sin reservas del amor de Dios y la disposición de nuestra vida a vivir regalando este amor.
Estructurar la vida desde la experiencia del Amor de Dios
Ningún ser humano podrá experimentar la fe como gracia si es que no la acepta como un don con el que trata de vivir. ¡Qué manera de estructurar nuestras vidas tiene la experiencia del amor de Dios! Esta experiencia nos ayuda a recordar siempre que Él cargó con todos los pecados por nosotros, por mí. Si Él hizo eso por nosotros y nos entregó la salvación, nos sacó de la esclavitud y nos llevó a vivir en la libertad de los hijos de Dios, ¿cómo no voy, por lo menos, a abrir mi vida a su amor? De este amor está necesitado nuestro mundo. Nosotros sabemos, por experiencia personal, las transformaciones que ese amor hace en nuestras vidas y en las de los demás, y lo que hace ese amor manifestado a través de nosotros en los que nos rodean. “Dios, que ha derramado su amor en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rm 5, 5), nos invita incesantemente a vivir de ese amor. ¡Qué sello tiene la vida humana cuando dejamos que sea el amor de Dios quien la modele! Este sello tiene dos manifestaciones: 1) nos hace vivir una relación intensa con Dios, nos hace mantener una comunión viva con Jesucristo, nos hace salir de nosotros mismos para estar siempre en el Señor, y 2) y nos hace vivir una relación intensa con los demás en la medida que vivimos más la comunión con Jesucristo, la relación que se da en sus sufrimientos, en sus necesidades, de tal manera que nos hace más sensibles a todas las situaciones que viven los otros. Y es que, en la medida que nos hacernos más capaces de abandonarnos al amor salvífico y misericordioso de Dios, esto nos impulsa a comprometernos más y más en su obra de salvación convirtiéndonos en sus instrumentos. “En esto hemos conocido lo que es amor: en que él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por los hermanos” (1 Jn 3, 16).
Contemplad el Corazón de Cristo y entregad la “buena nueva del Amor”
Este mes de junio, tiene que tener una particular significación la fiesta del Corazón de Jesús. Vivimos unos momentos delicados, en los que muchos hombres y mujeres que están a nuestro lado necesitan recibir en sus vidas la “buena nueva” del amor, con gestos, con obras, con la escucha, con la cercanía, con la acogida sincera. La fiesta del Corazón de Jesús es símbolo de la fe cristiana que tanto han apreciado los místicos y los teólogos porque expresa esta fiesta, de un modo sencillo y auténtico, la “buena nueva del amor”, dado que resume en sí el misterio de la Encarnación y de la Redención. Esta fiesta, como que nos hace realizar un movimiento del espíritu hacia el centro, para decirnos que lo que nos tiene que guiar en nuestra vida es el amor misericordioso de Dios, que en nuestro corazón tiene que estar siempre el horizonte del amor infinito de Dios. Todos necesitamos tener un centro en nuestras vidas, un manantial de verdad y de bondad del que podamos beber. Nuestro corazón tiene que latir para encontrar el verdadero amor y descanso en los latidos del Corazón de Cristo. Contemplad el Corazón de Cristo: “Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando muertos a causa de nuestros delitos, nos vivificó juntamente con Cristo… y con él nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús” (Ef 2, 4-6). Estar en Cristo Jesús significa ya sentarse en los cielos. Es en el Corazón de Jesús donde se expresa el núcleo esencial del cristianismo, porque se nos entrega toda la novedad revolucionaria del Evangelio: el Amor que nos salva y nos hace vivir ya en la eternidad de Dios. Su Corazón llama a nuestro corazón, nos invita a salir de nosotros mismos, a fiarnos de Él, a hacer de nosotros un don de amor sin reservas.
Con gran afecto os bendice
+Carlos, Arzobispo de Valencia