Como hacemos todos los años del 18 al 25 de enero, celebramos la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. Os invito a vivir con pasión y dedicación la causa por la unidad de los cristianos. Es un mandato y un reto que tenemos hoy para hacernos creíbles, llevar a buen término aquel mandato de Jesucristo Nuestro Señor: “Que todos sean uno… para que el mundo crea que tú me enviaste” (Jn 17, 21). Esto solamente lo conseguiremos si al unísono nuestros corazones entran en una comunión profunda con Jesucristo y le pedimos el milagro de la unidad. ¡Qué hondura alcanza aquel texto del Apóstol San Pablo de la Primera Carta a los Corintios que ha sido elegido este año para vivir la Semana de Oración por la Unidad! ¡Qué poder transformador tiene la fe en Cristo y qué relación más profunda guarda con la oración por la unidad visible de la Iglesia, Cuerpo de Cristo! ¡Qué fuerza tienen las palabras del Apóstol, cuando nos dice todo lo que recibimos por la victoria de Cristo!
Escuchad desde lo profundo de vuestro corazón el texto elegido, veréis a qué os llama. Lo nuestro no es la rivalidad, sino la unidad, la plenitud, la victoria de Cristo que nos alcanza a nosotros. Escucha: “Mirad, voy a confirmaros un misterio: no todos moriremos, pero todos seremos transformados. Súbitamente, en un abrir y cerrar de ojos, cuando suene –que sonará– la trompeta final, los muertos resucitarán incorruptibles mientras nosotros seremos transformados. Porque es preciso que este ser corruptible se revista de incorruptibilidad y que esta vida mortal se revista de inmortalidad. Y cuando este cuerpo corruptible se revista de inmortalidad, cuando este ser mortal se revista de inmortalidad, entonces se cumplirá lo que dice la Escritura: La muerte ha sido devorada por la victoria. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde tu venenoso aguijón? El aguijón de la muerte es el pecado, y el pecado ha desplegado su fuerza con ocasión de la ley. Pero nosotros hemos de dar gracias a Dios, que por medio de Nuestro Señor Jesucristo nos concede la victoria. Por tanto, hermanos míos muy queridos, manteneos firmes y constantes; destacad constantemente en la tarea cristiana, seguros de que el Señor no permitirá que sea estéril vuestro afán” (1 Cor 15, 51-58).
Lograr la victoria
¡Qué precisión alcanzan las palabras de Jesús cuando los discípulos discutían sobre “quién era el más importante”! (Mc 9, 34). La reacción de Jesús fue muy singular: “si alguno quiere ser el primero, colóquese en último lugar y hágase servidor de todos” (Mc 9, 35). ¿No nos están hablando estas palabras de victoria? ¿Qué es si no el servicio mutuo? ¿Qué es la autoestima de los últimos? Para todos los cristianos, la mejor expresión de ese servicio humilde es Jesucristo, su victoria sobre la muerte y su resurrección. Hagamos un esfuerzo por ponernos delante y al alcance de Jesucristo todos los cristianos. Busquemos en Él, en su vida, actos, enseñanzas, en la victoria sobre la muerte, la inspiración para una vida victoriosa que se exprese en una transformación espiritual y en una profunda conversión. Hay que lograr una victoria que integre a todos los cristianos en el servicio de Dios y del prójimo. La unidad por la que oramos no es la unidad cómoda de la simple amistad y cooperación; se trata de entrar en la nueva vida de Cristo para encontrar la unidad.
Desde una perspectiva más amplia, se trata de entrar en serio en el mandato evangelizador de Jesucristo: “Id por todo el mundo proclamando la buena noticia a toda criatura” (Mc 16, 15). ¡Qué hondura alcanza para nosotros el texto elegido para esta Semana de la Unidad, desde el mandato que Cristo encomendó a los discípulos de proseguir su misión sobre la tierra, “para que quien crea en Él no perezca, sino tenga vida eterna! Y es que el Evangelio hay que hacerlo creíble, por eso la exigencia de unidad. Y tiene que ser predicado a toda criatura, por eso la exigencia de hacerlo juntos y unidos. Tengo que deciros que el mandato del Señor es hoy tan relevante como cuando Jesús lo formuló en el monte de los Olivos. Fue precisamente en la sinagoga de Nazaret donde Jesús explicó abiertamente su misión en la tierra haciendo una cita del profeta Isaías (cf. Lc 4, 18-19). Precisamente, ahí se percibe el vínculo tan estrecho que existe entre predicar la buena noticia y la necesidad de estar atentos a las necesidades de los hermanos. Y es que el mandato del Señor pide a todos los cristianos que, de nuestra fe, broten profundas fuentes de amor de Dios a los hombres; que nuestras palabras se conviertan en obras de amor tanto para el amigo como para el enemigo. Aquí está la esencia del nuevo mandamiento del amor. Y, por eso, el encargo a los discípulos de difundir entre la humanidad esta noticia de salvación. El Señor quiso que la Iglesia que fundó tuviera ese dinamismo interno de transformar desde dentro a toda la humanidad siendo sal de la tierra y luz del mundo, levadura que hiciese llegar “un nuevo cielo y una nueva tierra” (Ap 21, 1). ¡Qué llamada más urgente a la unidad! ¡Qué llamada más atrevida de parte del Señor para que demos vida y la demos desde Él con abundancia! ¡Qué llamada a la audacia que se transforma en conversión y en una relación nueva de cada uno denosotros con Jesucristo!
Lograr la unidad
Para un discípulo del Señor, la llamada a la unidad no es algo optativo, pues está en las entrañas del Evangelio. Lo mismo que para un discípulo del Señor predicar el Evangelio no es algo optativo. ¿Es que podemos predicar el Evangelio, sin esas entrañas de unidad, de realizar el mandato del Señor “sed uno”? Esta es la razón que llevó a San Pablo a proclamar: “Anunciar la buena noticia no es para mí motivo de orgullo, sino obligación que me incumbe, ¡Ay de mí si no lo anuncio!” (1 Cor 9, 16). El mandato de evangelizar nos lleva directamente al mismo corazón de Dios, cuya voluntad es que todos los hombres sean salvados y lleguen al conocimiento de la verdad. De ahí, que todo cristiano se tiene que sentir siempre autorizado para anunciar en toda ocasión, en todas las circunstancias y sin componendas de ningún tipo, a la persona de Jesucristo. Pero, ¿cómo anunciar al Señor para que los hombres crean que lo que decimos es cierto? Lo tenemos que hacer cumpliendo el deseo del Señor, “que sean uno”. Vivir este deseo es una petición que en esta Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, tenemos que tener en nuestro corazón hoy y siempre.
Pedir para que los cristianos estemos unidos, tal y como es el deseo de Cristo, tiene una importancia mayor aún en una cultura con hambre de Dios, en una cultura en la que hay fuerzas con las que se nos quiere extinguir de modos diversos toda referencia a Dios o a las cosas sobrenaturales, sustituyéndolos por valores y modelos de conducta mundanos; vendiendo el secularismo que intenta construir una sociedad sin Dios; o la indiferencia espiritual que carece de sensibilidad para los valores suprasensibles; o el relativismo que se contrapone a los perpetuos principios del Evangelio.
Hagamos los cristianos lo que quiso el Señor, puestos en oración, con un mismo sentir, digamos así: “haz Señor que seamos todos los cristianos uno” para que todos los hombres conozcan a quien es el Camino, la Verdad y la Vida. Todo ello, con la firme convicción de que sólo el Señor puede satisfacer los anhelos profundos del corazón humano.
Con gran afecto, os bendice,
+Carlos, Arzobispo de Valencia