EDUARDO MARTÍNEZ | 16.07.2020
Pocos acontecimientos han tenido un impacto tan fuerte en la historia reciente de la humanidad como la actual pandemia de coronavirus. Sobre las profundas transformaciones que está provocando ya en nuestro mundo y sobre las que se vislumbran en el horizonte, hemos conversado con el sociólogo de la Universidad Católica de Valencia Javier Ros (una parte de la entrevista puede verse en el canal Youtube del Arzobispado, en la sección del programa de televisión ‘Encuentros’). Él es uno de los participantes en la comisión de profesores de la Facultad de Teología ‘San Vicente Ferrer’ de Valencia que están preparando, a petición del Consejo Episcopal de la archidiócesis de Valencia, una ‘reflexión-informe’ sobre los efectos de la covid-19 desde un punto de vista teológico, sociólogico y pastoral.
A nivel general y más allá del ámbito sanitario, ¿qué supone la pandemia para la humanidad y qué auguras a medio plazo sobre sus consecuencias para la vida social?
Es una crisis global que no se vivía desde hace mucho tiempo y que va a reconfigurar nuestro mundo a todos los niveles. Debemos tener cuidado porque en este tipo de situaciones se aprovecha también para reconfigurar los repartos de poder o para limitar derechos, lo cual puede ser comprensible en los momentos más intensos de las crisis, pero existe el grave riesgo de que esos cambios y pérdidas de libertades acaben instalándose permanentemente. Hay que tener en cuenta, además, que el miedo y la incertidumbre generalizados favorecen el surgimiento de tendencias políticas radicales.
Se pueden apuntar en el horizonte cercano algunas tendencias. Una mayor confrontación entre la visión del mundo desde la globalización y desde el nacionalismo; una mayor conciencia social del ‘tempus fugit’, del aprovechamiento del tiempo ante la precariedad actual, lo cual puede ser bueno pero también puede derivar en alienación o insanas evasiones; una mayor virtualización de la sociedad mediante las nuevas tecnologías de la información, herramientas que han demostrado su gran valía pero que también facilitan el control social por parte del poder; y se percibe también una hipertrofia del Estado, con la supuesta mayor seguridad que nos proporciona (es verdad que en estos momentos es fundamental la renta mínima, los subsidios, etc.), pero a la vez nos acecha el peligro de recortes de libertades y de que, a medio y largo plazo, se cree una masa de personas dependientes, lo cual empobrece a la sociedad y nos acerca a la llamada ‘sociedad del cansancio’, en la que, por decirlo de algún modo sencillo, cuanto menos hace uno menos ganas tiene de hacer. Como dato muy positivo, habrá seguramente un aumento de la conciencia moral de la sociedad y de la importancia de las instancias intermedias entre el Estado y el individuo, especialmente de la familia. Pienso que no debemos ser ni ingenuos ni apocalípticos con respecto al futuro cercano.
La pandemia ha reflejado lo mejor y lo peor del ser humano, desde la solidaridad hasta el egoísmo. ¿Qué análisis haces del corazón de nuestra sociedad puesto al descubierto por la pandemia? Y teniendo en cuenta nuestro arraigado individualismo, ¿estábamos preparados como sociedad para algo así?
En esta situación hemos visto a muchísima gente volcándose para ayudar a los demás, pero también a personas, las menos, que no respetaban las medidas sanitarias o que trataban de aprovecharse del caos de forma inmoral. ¿España estaba preparada? Sí y no. Por un lado, hemos sabido responder bien, con una línea general de atención a los más débiles. Hay que tener en cuenta que las sociedades mediterráneas son todavía bastante comunitarias y familiares, lo cual amortigua el impacto de la pandemia. Por otra parte, hemos visto que nuestro sistema sanitario no era tan bueno como creíamos en cuanto a su estructura (el personal sanitario ha demostrado su gran valía humana y profesional).
¿Saldremos mejorados?
Los acontecimientos no nos hacen por sí mismos mejores o peores, así que dependerá del tipo de respuesta que queramos darle a todo esto. No tenemos garantizado salir mejores. El fututo no está escrito, está por escribir, y no se puede hacer desde la pasividad del individualismo ni desde una confianza ciega en el Estado. Hace falta ahondar, más bien, en una ‘cultura del encuentro’ y desterrar lo que también el Papa llama una ‘cultura del descarte’; son necesarias minorías creativas y una ciudadanía crítica y responsable; debemos promover la sinceridad frente a la posverdad (lo que antes se llamaba ‘mentira’), así como la responsabilidad; es vital fortalecer estructuras sociales intermedias como la familia o las comunidades de todo tipo.
Proteger a los mayores “no solo es una cuestión de dignidad humana; también de gratitud a ellos, que sacaron a España adelante tras la Guerra Civil”
Javier Ros
Los más afectados por la covid-19 son los ancianos. Se han traslucido mensajes de desdén hacia ellos, aunque sean implícitos, cuando por ejemplo se ha repetido que este virus no es tan grave porque solo les afectaría gravemente a los mayores (lo cual ya se ha visto que no es exactamente así). Pero también ha habido un discurso de defensa cerrada de la dignidad inviolable de los ancianos. ¿Qué tendencia estimas que se impondrá desde ahora?
La tendencia general de nuestra sociedad durante la pandemia ha sido la de proteger a nuestros mayores. Pero también se ha visto que no ha habido una respuesta política contundente. Sí ha habido muchas manifestaciones de cara a la galería, pero las ayudas han llegado tarde y mal, y se ha carecido de medios.
Hay que subrayar aquí no solo la dignidad inviolable de toda persona y, por tanto, el derecho a la atención sanitaria de calidad para los mayores, sino también que ellos han sido la generación que ha sacado adelante a España tras la Guerra Civil. Así que, además de la dignidad humana, todo esto es una cuestión también de gratitud hacia ellos. Tenemos lo que tenemos gracias a esa generación.
Como tendencia para el futuro inmediato, y viendo por ejemplo que la ley de la eutanasia ha seguido el trámite legislativo incluso durante el estado de alarma, estimo que se seguirá garantizando la atención y cuidado del anciano mientras sea productivo o un gran consumidor (de viajes, de ocio…) o alguien que colabora en el cuidado de la familia… Tengamos en cuenta, por ejemplo, que la señora Lagarde, que fue presidenta del Fondo Monetario Internacional y ahora lo es del Banco Central Europeo, ha afirmado en varias ocasiones que sobran personas mayores porque suponen un gasto tremendo. En este punto nos la jugamos, porque la calidad humana de una sociedad se mide en el cuidado que da a sus más débiles.
Ante la crisis económica que se nos viene, vamos a ver a la familia de nuevo en primera línea de combate, sacando adelante a la sociedad española
Javier Ros
En medio de una crisis tan grave, desde la esfera política se ha resucitado por enésima vez a las dos Españas, con un virulento enfrentamiento entre partidos que se ha trasladado a parte de la ciudadanía. ¿Qué papel podemos adoptar los ciudadanos para aportar la concordia que una gran cantidad de representantes públicos no siembran?
Ciertamente se trata de un fenómeno triste y trágico, ese de ‘las dos Españas’, y también el hecho de que el consenso logrado con la Transición esté roto. Hay un distanciamiento entre los políticos de signos ideológicos distintos y también entre los políticos y la ciudadanía, que en una gran medida desconfía de ellos. Vemos que sobran políticos y, de hecho, durante el estado de alarma el Parlamento se las ha arreglado para sacar adelante normativas, aunque estuviera medio vacío. Pese a ello, el Gobierno ha aumentado el número de cargos durante estos mismos meses. Y entre tanto, hay escasez de sanitarios y bajos sueldos de estos profesionales. Frente a todo ello, hay que decir que los ciudadanos somos también actores políticos más allá de nuestro derecho a votar. De modo que hay que potenciar el asociacionismo civil; hay que mejorar la formación de la ciudadanía y establecer espacios concretos para ello, de lo contrario seguiremos teniendo una sociedad infantilizada y emocional, en la que nos creemos todo lo que nos dicen desde la política y tomamos pocas responsabilidades; hay que poner en marcha la objeción de conciencia si llega el caso y denunciar con valentía situaciones y leyes injustas.
¿Qué papel está desempeñando la familia durante la pandemia? ¿Piensas que está suficientemente reconocida y protegida dada su importancia?
La familia ha vuelto a estar ahí. De hecho, la familia es la que siempre está ahí. Esto al menos es el arquetipo de la familia, su ideal, pero es también su gran posibilidad: en ella puedes amar y ser amado, entregarte al otro por lo que es y no por lo que tiene o puede llegar a tener. En cualquier contexto de dificultad, como el actual, la familia es fundamental, porque es una institución que se basa en el don y en la incondicionalidad. Es significativo ver cómo cuando más se aquilata el amor en la familia es en momentos de sufrimiento.
En cuanto a si está convenientemente reconocida la familia en España, no, no lo está. Se reconocen como familia gran cantidad de formas de intimidad y eso hace perder valor a la familia; y, además, se reconoce al individuo por encima de la familia. Las ayudas sociales, por ejemplo, van al individuo. Así que hace falta un reconocimiento a la familia como un irrenunciable actor social. Es verdad que ha habido avances, como los permisos de paternidad y de maternidad, que realmente van dirigidos a los individuos, aunque tienen una reversión directa en la familia.
Y desde luego la familia va a jugar un papel decisivo en la gran crisis económica que se nos viene encima, como ya lo hizo en otras crisis anteriores. Los ‘tapers’ de las abuelas a los hijos van a seguir funcionando, la pensión de un abuelo va a dar de comer a toda la familia, etcétera. Vamos a ver a la familia en primera línea de combate sacando adelante a la sociedad española.
Este es un momento también especial para las religiones, por cuanto la presencia más notoria de la muerte puede más fácilmente interrogarnos sobre el sentido último de la vida y abrirnos a la trascendencia. ¿Se volverá más religiosa nuestra sociedad o la secularización ha hecho demasiada mella en la religiosidad natural del ser humano?
La secularización hace mucha mella. Hemos visto estas semanas en redes sociales, por ejemplo, muchos mensajes del tipo “no creas en Dios, cree en los científicos” o “la vacuna es la que te va a salvar, no la Eucaristía”. Y es verdad que el saber científico es importantísimo, pero también lo es que la ciencia tiene sus límites y no puede resolver los grandes interrogantes sobre el sentido último de nuestra vida, cuestiones que requieren de una respuesta trascendente. Ahora bien, la religiosidad natural no se acaba de perder, la fe no se pierde del todo porque es algo propio del ser humano, forma parte de lo que es. Lo que pasa es que hemos transpuesto las creencias: ahora creemos en Bill Gates, en la autoayuda, en las fuerzas humanas, en el ‘jogging’, el ‘spinning’ y en tantos otros ‘ing’, o en Decathlon y tantas otras cosas. Es decir, la fe natural se ha desviado, ha perdido su trascendencia, se ha hecho una fe inmanente que no da respuesta a los grandes interrogantes que todos nos planteamos.
Toda crisis es una oportunidad, también para la fe. Está estudiado que las grandes pestes que hubo en Roma en el siglo III propiciaron que el cristianismo se expandiese enormemente, gracias al testimonio de entrega de sus seguidores a los más débiles. Eso hizo que la gente se apuntara en masa al cristianismo, con las ventajas que esto tuvo y también los inconvenientes, como bien sabemos. La actual pandemia es un momento propicio también para la fe, para un encuentro personal con Jesucristo, porque nos estamos dando cuenta de que solos no podemos, que nuestros simples conocimientos y fuerzas no nos salvan.
Que la sociedad se vuelva hacia Dios depende de dos factores: que seamos capaces de dar los cristianos un testimonio creíble (y yo creo que sí que lo somos porque hemos tenido ya ese encuentro con Cristo); y dependerá también, por supuesto, de la libertad de cada uno de acoger o no este mensaje.
¿En cuanto a la Iglesia, ¿cómo percibes su papel en la pandemia y qué representa esta crisis para su acción evangelizadora?
Está haciendo mucho. Basta ver cómo Cáritas se ha volcado o las ayudas a los estudiantes de la Universidad Católica, que se han duplicado; o tantos sacerdotes ayudando en los hospitales, tantas familias desveladas por atender a otros, las religiosas contemplativas rezando por todos…
Esta crisis nos permite también replantearnos nuestra vida de fe. Quizás nos creíamos con derecho a ir a misa o a catequesis y habíamos caído en una cierta rutina. Ahora podemos más fácilmente revalorizar lo que significa la Eucaristía y poder comulgar. Y nos ayuda también la pandemia a valorar nuestra vida, cada día, a reconocer que nosotros solos no podemos, que la vida es un don de Dios y que necesitamos de Él.
Con la pandemia, la educación se ha impartido ‘online’. El maestro parece que pierde fuerza así, al diluirse su trato personal, y adquiere más relevancia la responsabilidad educativa de los padres…
No estábamos preparados para ofrecer una formación de calidad con la que se nos venía encima de repente. Y debemos tomar buena nota de ello por lo que nos pueda venir el próximo curso… Pero tengamos en cuenta siempre que la educación no se da solo en la escuela, sino que fundamentalmente le corresponde a la familia. La escuela coopera y ayuda.
Y cuidado también con las herramientas digitales porque tienen ventajas, pero también grandes inconvenientes, como la adicción que muchas veces genera en los menores e incluso en los adultos, o la facilidad de acceso a la pornografía. Un estudio de la Universidad de Mallorca habla de que muchos de nuestros niños se están iniciando en esto con ocho años y que la media de inicio es de trece años. Durante la pandemia, el consumo de porno ha aumentado porque algunas plataformas han dado contenidos ‘premium’ gratis. Es algo muy preocupante.
“Esto no ha sido un castigo de Dios; Él está por nosotros, hay esperanza”
Si tuvieras que quedarte con una enseñanza que nos proporciona la pandemia, ¿cuál sería?
Diré tres o cuatro, pero brevemente. Lo primero, que estemos atentos porque la historia nos dice que las pandemias de este tipo vienen en oleadas. Y quizás la segunda no esté muy lejos, así que estemos preparados material, psicológica y espiritualmente. Dos: que el ser humano no lo puede todo. Ante el discurso de la posmodernidad de que “tu vida es tuya y tú la construyes, puedes llegar a donde quieras”… la realidad se impone, y la realidad es que el ser humano es vulnerable, un virus puede acabar con nosotros en cuestión de semanas. Tres: no idolatremos la Tierra. Es verdad que el medio ambiente es fundamental y que hay que cuidarlo, pero tengamos en cuenta que el virus también procede de la Tierra, que también es natural, y que todo esto tiene un final, que tendemos al cielo, a la vida en Cristo. En este sentido, la vida en la Tierra es un medio o un camino. Y cuarto y último: que no estamos solos, que Dios está ahí, que juega a nuestro favor, que está por nosotros pase lo que pase. Así que centrémonos en lo importante, y lo importante es Cristo. De ese modo esta sociedad podrá avanzar en cotas de mayor humanidad. Cristo da respuesta a todos los anhelos del ser humano. Hay respuesta, hay esperanza, hay futuro, esto es una oportunidad.