Eduardo Martínez | 04-10-2019
El titular de San José del Amazonas, en el patio del Palacio Arzobispal de Valencia. (FOTO: A.SÁIZ)
Camino de Roma para participar en el ‘Sínodo de la Amazonía’, José Javier Travieso, obispo del vicariato apostólico de San José del Amazonas, ha visitado estos días Valencia para encontrarse con el cardenal Antonio Cañizares y avanzar en la colaboración establecida entre ambas demarcaciones eclesiásticas. El de San José del Amazonas es, junto con el de Requena, uno de los dos vicariatos apostólicos peruanos asumidos recientemente por la archidiócesis de Valencia por expreso deseo del arzobispo Cañizares, con el fin de ayudar a aquella tierra de misión en su desarrollo pastoral.
A unos días de que comience esa Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para la Región Panamazónica (se inicia este domingo, 6 de octubre, y se prolongará hasta el día 27), José Javier Travieso concedió esta entrevista a PARAULA, en la que habla de las expectativas generadas por esta importante convocatoria eclesial, así como de las esperanzas depositadas en la mano tendida de la diócesis valentina, de las necesidades más urgentes de su vicariato apostólico y del necesario equilibrio entre la inculturación del Evangelio y el mantenimiento de la identidad católica en la labor misionera.
– Como titular de uno de los vicariatos apostólicos de la cuenca amazónica, ¿qué representa para usted el Sínodo de los Obispos que desde este domingo va a centrar su mirada en esa región?
– Es una oportunidad para que se escuche la voz de aquellos hijos de Dios. Para ellos es importante comunicar lo que viven, lo que piensan, ser tenidos en cuenta. El papa Francisco nos ha pedido que escuchemos a todos, a todas las voces, porque no hay nadie que lo sepa todo, que tenga la solución definitiva. La vida es compartida, como la de Dios mismo, que es Trinidad. Y nosotros nos hemos reunido antes del Sínodo para prepararlo y ahora llevaremos las voces de aquellas comunidades para pedir a Dios que sea la suya la que nos guíe. Él habla en todos y de muchas formas. Unas veces proponiendo, otras criticando. Esto es importante porque si uno corre demasiado y no mira y nadie le advierte, puede caerse, así que también es necesaria la crítica constructiva. Todos nos necesitamos, y en el Sínodo trataremos de dialogar y de ofrecer a la Iglesia lo que pensamos. El Papa tomará lo que crea conveniente, dando voz unida a todos.
– ¿Cómo se han preparado en San José del Amazonas para la celebración del Sínodo?
– Hemos organizado este tiempo atrás muchos encuentros, diálogos, muchas voces que ahora tenemos que hacer presentes los obispos. Han intervenido muchas personas, no sólo misioneros, sino también animadores cristianos de las comunidades, hombres y mujeres de diferentes edades, jóvenes y algunos ancianitos. Recuerdo un encuentro en que un par de ancianitos de una comunidad indígena participaron con toda su alegría y esperanza. Venían ataviados con sus insignias de hombre y mujer, de matrimonio líder de una comunidad. Son muy importantes estos animadores laicos. Algunos de ellos llevan más de cuarenta años en esa tarea y hay incluso quien te dice: “… y lo seré hasta la muerte”.
Para poner en marcha todo ese diálogo del que hablo, se preparó un texto que era algo así como la motivación, algo así como planteamientos en los que fijarse, para partir de ellos y que se expresara todo lo que fuese necesario. A partir de ese texto y de sus cuestionarios se fueron desarrollando las distintas intervenciones, en las que se expresaba qué ocurre, qué vemos que está bien o que no está bien, qué esperamos, qué habría que hacer en la Amazonía.
– ¿Qué significa para el vicariato de San José del Amazonas que haya sido asumido por la archidiócesis de Valencia, que se quiera establecer esta relación de colaboración tan estrecha? ¿Y qué es lo que más necesitan ahora mismo allí de Valencia?
– Es un espaldarazo muy importante y por el que nos sentimos muy agradecidos. Es una colaboración que ya nos está llegando. Necesitamos oración y personas que estén dispuestas a ayudarnos sobre el terreno. Y en este mundo, todos lo que pateamos por esta tierra o bogamos por los ríos o vamos al mar que tenemos aquí cerquita precioso, necesitamos también dinero para vivir, trabajar, compartir… Para hacer la tarea de servicio de la Iglesia, los misioneros necesitan comer y acudir al médico cuando se necesita para poder seguir visitando por los ríos a aquellas gentes y acompañándoles en su peregrinaje. Es un territorio, además, muy extenso y con una gran parte de selva, no tenemos carreteras y, por tanto, hay que visitar las comunidades en barca. Para todo ello se necesita dinero. ¿Por qué no sale de la gente de allí? Pues porque de allí no puede salir. Primero por la situación generalizada de carestía o de tener lo básico para ir sobreviviendo. Y por otro lado, aquella es una Iglesia misionera, en formación, que todavía no tiene la cantidad ni la fuerza de vida eclesial que se necesitaría para que pudiéramos autoabastecernos. Dios dirá, pero esperamos que algún día, quien sea que lo vea, podamos salir también nosotros y apoyar a otros.
Hay un equipo de unos sesenta misioneros, laicos, laicas, religiosos, religiosas, sacerdotes –pocos– y este servidor como obispo. Algunos laicos son responsables de puestos de misión y de parroquias, entre ellos nativos de algunas de las comunidades indígenas de por allá. Recuerdo ahora uno que es un laico que tiene su hijito, simpatiquísimo, y que está al cargo de una parroquia para una inmensidad de río como el Putumayo, con doscientos kilómetros de extensión. En muchos de los dieciséis puestos de misión que hay necesitamos personas, sacerdotes, comunidades religiosas… y, como don Antonio y esta archidiócesis nos ofrece esa ayuda, por esto estoy aquí, agradecido y con mucha esperanza.
– ¿Hay previsión de incorporaciones próximas?
– Pasado el Sínodo, si Dios quiere vamos a volver a vernos con don Antonio para seguir conversando más de cerca aún, también posiblemente con quien pueda ir allá para colaborar ya directamente en la tarea misionera. Tenemos la esperanza de que así sea, porque lo necesitamos.
– ¿Cuál sería a su modo de ver la principal fortaleza y debilidad, material y espiritual, de las personas que habitan aquellas tierras?
– En San José del Amazonas hay doce pueblos indígenas. Son comunidades muy mermadas al menos en dos sentidos. Uno de ellos se debe a la situación que se vivió hace décadas con la extracción del caucho para las fábricas de Europa y América del Norte. Se les masacró como si fueran animales, hechos esclavos, sin misericordia, fallecían de inanición y trabajos forzados y se les mataba si querían escapar. Algunos descendientes de aquellos indígenas nos cuentan todavía todo el dolor de cómo se destruía y maltrataba a los pueblos y a la naturaleza. Y están mermados también por una serie de factores que se dan hoy en día. Por ejemplo, en un contexto en el que van penetrando cada vez más los medios de comunicación modernos, muchos de los hijos de estos pueblos se avergüenzan de su lengua y su cultura, mientras que otros quieren dar un paso adelante e integrarse en una universidad o en un ámbito laboral más allá de las costumbres de sus comunidades. Y en paralelo, hay un conglomerado de empresas, legales e ilegales, con negocios de explotación maderera, petrolera, del oro… Y hay también cultivo y comercio de droga con el que se está haciendo mucho daño. Algunos participan de todo ello y otros no. Evidentemente, el egoísmo o el vicio tienta a todos, a los de aquí y a los de allá. Por eso sigue siendo tan necesaria la presencia de Dios y sus dones de vida.
Al margen de esto, hay también un ‘bien vivir’ en estos pueblos, que también pueden enseñarnos mucho a nosotros. Las comunidades allí se saben y se entienden y quieren funcionar desde la armonía de una vida compartida entre los seres humanos, la naturaleza (con sus ríos, árboles, animales…) y su Creador. Así que su espiritualidad y la fórmula cultural de su forma de vida tiene mucho de rico, bueno y de enseñanza.
– ¿Qué efecto produce en aquellos pueblos el anuncio de la persona de Jesucristo?
– Pienso que con cada ser humano que nace comienza de algún modo todo de nuevo. Porque también él tiene que abrirse a la vida, encontrar a Dios, a sí mismo y a los demás. El don de Dios llega a las personas a través de la Iglesia de muchas formas: de palabra, de obra, en la comunidad, en la Eucaristía… Y esa siembra, también en la Amazonía, da diferente fruto, algunos mucho y otros no. De todo encontramos por allá. Cuando se produce ese encuentro entre el Dios vivo y la persona brotan maravillas, tanto allí como acá.
– Hay un cierto debate sobre los límites que debería tener en cuenta la Iglesia a la hora de evangelizar en zonas con costumbres tan propias como la de la Amazonía. Por un lado, existe lógicamente el ánimo de que la inculturación del Evangelio respete la cultura de esos pueblos; y por otro, hay también una convicción de que el contacto con esas culturas no habría de desfigurar la identidad cristiana del evangelizador y de su mensaje, que es precisamente lo que se pretendería compartir. Entre ambos polos surgen a veces tensiones, sobre todo cuando se enfatiza uno sólo de ellos. ¿Cuál es el equilibrio adecuado para usted?
– Todos debemos tener presente la necesidad de un equilibrio. Porque si alguien por hacerse muy de otros se olvida de quién es, entonces no hay nada que hacer, hemos perdido lo que somos. Y no se trata de perder lo que somos, sino de compartir desde las modalidades distintas de ser persona, familia, nación… la savia que nos viene del Señor para que llegue a todos pero no de la misma manera. Por si sirve como ejemplo, te diré que allí si los sacerdotes nos ponemos la capa pluvial, o incluso una casulla, nos derretiríamos de tal calor y humedad como hace. Ya sólo con ponernos el alba, rompemos a sudar. Así que la forma de celebrar por allá es la forma que tienen de vivir y expresar la vida que del Evangelio surge. Lo que importa es el Señor y la vida que da para todos. Hay formas de ser y estar de la Iglesia que tienen que ser las oportunas allá y que no tienen por qué ser necesariamente las de aquí. Unidad no es unicidad o simplicidad. En este sentido, no se trata de una cuestión de balanza mecánica ni de consensos oportunistas, sino de reconocer a Dios con nosotros para que desde Él brote la verdad, el amor y la justicia.