Jorge Felipo, el animador de uno de los trece grupos (con un total de 140 miembros) que tiene el IDR en Tavernes Blanques, nos hace partícipes de la riqueza que significa para su equipo el testimonio de confianza en Dios de un feligrés inmigrante de Camerún, Emmanuel, a pesar de las difíciles circunstancias que rodean su vida. Ofrecemos una síntesis del relato que Jorge Felipo ha remitido a PARAULA.

Grupo del IDR de Tavernes


“Nuestro amigo y hermano camerunés Emmanuel (nombre profético utilizado por Isaías para anunciarnos en Cristo la presencia de Dios entre nosotros) es un don tan vívido en nuestro Itinerario Diocesano de Renovación, que quiero dar gracias al Señor por hacerme partícipe, hacernos partícipes, de su testimonio.
Cuando le observo, destaca especialmente su constante sonrisa. Cuando le escucho, no deja de sorprenderme el efecto tan hondo que producen en mí esas pocas palabras pronunciadas en castellano que tan torpemente salen de sus labios (su lengua materna es el francés). Y sin embargo, son esas mismas palabras y su rostro radiante los que me están ayudando a salir de mi ceguera perenne, dándome cuenta de cuán necesitados estamos los cristianos del mundo desarrollado de una Nueva Evangelización. Me vienen a la memoria aquellas palabras de Jesucristo: “Te doy gracias, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a la gente sencilla”.
Emmanuel es feliz. Nos asegura que es feliz cada día que vive, cada mañana en la que sale el sol para iniciar una nueva jornada en la que no sabe si podrá trabajar, ni si volverá a ver a sus hijos y a su mujer que viven en Camerún. Allá se quedaron… Y él dice que ha recorrido medio mundo para intentar encontrar el sustento que pueda llevar a su familia a vivir una vida más digna. En cada inicio de jornada, espera que Dios disponga de él como quiera y que le lleve por el buen camino. Dice no entender a quienes no ven a Dios en cada segundo de su existencia, y lo expresa con tanta naturalidad y sencillez, que nos sobrecoge a quienes tenemos la suerte de tenerle y escucharle.
Nos comenta que ha recorrido diez países hasta llegar a Valencia y que hoy vive en un piso con hermanos ecuatorianos. Ha visto morir personas a sus pies por el simple hecho de coincidir con la maldad de los hombres; ha visto a mujeres maltratadas sin compasión y sin piedad por soldados desalmados y ha vivido el horror en las fronteras de los países de África antes de llegar hasta aquí. Y Emmanuel, a pesar de todas estas circunstancias vividas, no pierde la esperanza, y nos recalca con ilusión que es muy feliz, porque Dios provee y su vida está tan ligada al Señor que nada teme.
Y nosotros, los ‘entendidos’, en crisis. Sí. Económica también. Pero no es la que más debería preocuparnos. Padecemos una crisis ontológica, que deja sin vida nuestro ser al desplazar a Dios de nuestras vidas y al intentar encontrar la felicidad en todo aquello que es efímero y engañoso. Construimos sobre nuestra débil naturaleza humana lo que sólo Jesucristo puede darnos, y cuando sólo confiamos en nuestras posibilidades, la felicidad, esa que mi hermano Emmanuel posee, nos parece inalcanzable. Un gigante con pies de barro se desploma y morimos en vida porque hemos apartado de nuestro corazón la Palabra que sana y da fuerzas para enfrentarse a las penurias diarias: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera” (Mateo, 11, 25.28-30).
Por eso, Señor, te doy gracias por mi hermano Emmanuel, por mis hermanos de Itinerario y por tu bondad infinita al ser luz en la oscuridad. Ojalá yo logre entender, como Emmanuel, que Tú me has llamado, que quieres lo mejor para mí, y que al final de este itinerario me sienta tan lleno de Ti y de tu eterna presencia, que encuentre esa paz que tanto tiempo llevo anhelando encontrar”.