Eduardo Martínez | 14-01-2015
Para frenar el terrorismo islamista, el Papa mantiene como una de sus ideas centrales la de dar protagonismo a los musulmanes que rechazan tales actos de barbarie. Al fin y al cabo, ellos son, por profesar la fe que dicen defender también los fanáticos, quienes seguramente mejor pueden desautorizarles, censurando su invocación al islam como pretexto para la violencia.
Pocos días después de los atentados en París, Francisco hizo un llamamiento a los “dirigentes religiosos, políticos e intelectuales, especialmente musulmanes”, para que “condenen cualquier interpretación fundamentalista y extremista de la religión que pretenda justificar tales actos de violencia”. Así se expresó el pasado día 12 en su discurso de Año Nuevo al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede.
Unas semanas antes de los mismos asesinatos en la capital francesa, durante su viaje a Turquía, el propio Pontífice había expresado al presidente de Asuntos Religiosos de ese país (con un 99 por ciento de musulmanes): “Como dirigentes religiosos, tenemos la obligación de denunciar todas las violaciones de la dignidad y de los derechos humanos”. Ya en el vuelo de regreso a Roma desde Estambul, el papa Bergoglio expresó su deseo de que “todos los líderes islámicos dijeran claramente y lo condenaran [el terrorismo islamista], porque esto ayudaría a la mayoría del pueblo islámico a decir ¡no!”. Asimismo, aclaró que “no se puede decir que todos los islámicos son terroristas”, una postura opuesta a los sentimientos islamófobos que estos días han aflorado en determinados sectores. Y añadió: “Todos nosotros necesitamos una condena mundial, incluso de los islámicos, que tienen la identidad y que digan: ‘nosotros no somos aquellos. El Corán no es esto’”.
Diálogo interreligioso
Junto a ese planteamiento, el Papa también está insistiendo estos días en el diálogo interreligioso como camino para la paz. Sin ir más lejos, el pasado martes, en el encuentro en el que participó en Sri Lanka junto con representantes del budismo, hinduismo, islam y cristianismo en ese país, mostró su satisfacción por “estar también con los hombres de las grandes tradiciones religiosas que comparten con nosotros un deseo de sabiduría, verdad y santidad”. A todos ellos llamó, además, a no permitir que “las creencias religiosas sean utilizadas para justificar la violencia y la guerra”.
El papa Francisco se sitúa, así, en la línea trazada por el Concilio Vaticano II, que en su declaración Nostra aetate señaló que “la Iglesia Católica no rechaza nada de lo que en estas religiones hay de santo y verdadero”. En ese marco se inscribe también el diálogo con el islam impulsado por parte de los inmediatos predecesores de Francisco en la sede petrina, así como sus gestos de concordia con los musulmanes. Baste recordar la visita de Juan Pablo II a la Gran Mezquita de los Omeyas, en Damasco en 2001, la primera de un papa a un templo musulmán; o la de Benedicto XVI a la Mezquita Azul de Estambul en 2006.
El propio Jorge Bergoglio, siendo arzobispo de Buenos Aires, participó también en distintas iniciativas junto con otras religiones. Apoyó, por ejemplo, la creación del Instituto del Diálogo Interreligioso, impulsado por el sacerdote Guillermo Marcó, el rabino Daniel Goldman y el secretario general del Centro Islámico de la República Argentina Omar Abboud; y auspició la firma de un convenio entre las distintas religiones en contra del fundamentalismo y la violencia.
El abrazo entre Francisco, el mismo dirigente musulmán y el rabino Abraham Skorka el pasado 26 de mayo en el Muro de las Lamentaciones de Jerusalén fue otra muestra de esa amistad entre religiones en aras de la paz. Tales gestos distan de esa otra respuesta, además de la islamofobia, que muchos están dando hoy a los atentados de París: el pretendido ‘derecho’ a blasfemar, por más que ofenda los legítimos sentimientos religiosos de otros o que suponga un abuso de la libertad de expresión.
Y aún se podría citar otra preocupante actitud ante la violencia islamista muy recurrente estos días: el buenismo, el recurso a lo políticamente correcto, la renuncia a afrontar el problema desde una actitud firme y valiente. En el magisterio de Francisco encontramos también una alternativa iluminadora al respecto. Al hablar en su exhortación apostólica Evangelii gaudium del diálogo interreligioso, afirma que éste es “una condición necesaria para la paz en el mundo, y por lo tanto es un deber para los cristianos”. Y añade: “La verdadera apertura implica mantenerse firme en las propias convicciones más hondas, con una identidad clara y gozosa, pero abierto a comprender las del otro y sabiendo que el diálogo realmente puede enriquecer a cada uno”.