❐ L.B. | 13.04.2023
El jueves santo, el arzobispo de Valencia, monseñor Enrique Benavent, presidió la misa de la Cena del Señor, en la Catedral. La celebración comenzó con la procesión de entrada en la que el canónigo celador del Santo Cáliz, Álvaro Almenar, llevó la reliquia desde su capilla hasta el altar, donde permaneció durante toda la misa en memoria de la institución de la Eucaristía.
En su homilía, el arzobispo destacó que “servir y dar la vida” es “el secreto que nos permite comprender la vida del Señor y la clave que da el sentido a su muerte”. “Sabemos ya que esa voluntad y ese deseo de servir llegan hasta el final, hasta el extremo, hasta la donación total de sí mismo”, por ello, “admirados y agradecidos, queremos estar con el Señor, acompañarle durante estos días del triduo pascual, queremos contarnos entre sus discípulos y manifestarle nuestro amor”, añadió.
“Es el amor a los suyos, vivido hasta el extremo, lo que le llevó a venir al mundo a servir y dar la vida”, manifestó el Arzobispo, quien añadió que esa actitud de servicio “se manifiesta en el gesto de lavar los pies a sus discípulos”.
Dos gestos de servicio y entrega
El Señor “quiso ser semejante a nosotros y hacerse nuestro esclavo y servidor, ocupar el último lugar entre sus hermanos, los hombres. Quiso estar junto a aquellos cuya dignidad humana no es respetada” y con este gesto, “el Señor nos muestra que no ha dudado en rebajarse a sí mismo para lavar los pies sucios de la humanidad, para que todos nosotros nos podamos sentar a la mesa de sus hijos en el banquete del Reino de los Cielos, que se anticipa en la eucaristía”.
Destacó también que “el gesto de donación se hace aún más explícito en el reparto que hace de sí mismo durante la cena. Un reparto que nos anticipa la pasión y nos introduce en ella”. Precisamente, en la tarde del Jueves Santo hacemos memoria de la institución de la eucaristía “que es cuerpo entregado y sangre derramada, es el sacramento del Señor que entrega su vida por nosotros antes de que se la quiten”.
Monseñor Benavent incidió en que “estas dos acciones no son pura apariencia o escenificación teatral sino que se manifestarán en toda su verdad en el momento de la cruz”, y “los cristianos no debemos olvidarlas porque están llenas de amor”.
“El Señor, al instituir el sacramento de la Eucaristía, nos indica dónde está la fuente de la vida de la Iglesia, que vive y crece a partir de la Eucaristía porque ella tiene su origen en la misma vida de Jesús y sin ella no puede haber auténtica vida eclesial”, recalcó.
Hacer vida la Eucaristía
Igualmente subrayó el Arzobispo que estos dos gestos son inseparables. “El mandato del Señor de imitarle en el gesto de lavar los pies a los discípulos no es la institución de un sacramento. Es un mandato que nos recuerda que la Eucaristía debe hacerse vida si no queremos que se quede en un gesto vacío. El servicio de amor que los cristianos debemos prestar a los demás, es la forma que toma una existencia marcada por la Eucaristía”.
Así, destacó que “un servicio de amor sin Eucaristía nos convierte en autosuficientes porque separa el amor de su fuente, el mismo Señor, y nos podría llevar a pensar que somos capaces de salvar al mundo por nuestras propias fuerzas”. A la vez, “una Eucaristía sin amor concreto al hermano sería vacía, un gesto lleno de hipocresía que puede llegar a ser un antitestimonio ante el mundo”. Por ello, llamó a acoger “con gratitud el gran regalo de la Eucaristía”, pidiéndole al Señor que “este sacramento nos mueva a vivir de aquel mismo amor que llevó a Jesucristo a entregar su vida por todos los hombres”.
Por último, el Arzobispo subrayó que en esta celebración se recuerda también la institución del sacerdocio. “Los sacerdotes estamos al servicio de la Eucaristía y de los hombres. Estamos llamados a hacer vida estas actitudes del Señor. Una comunidad cristiana que ama la Eucaristía como centro de su vida, ama el ministerio sacerdotal”. Y animó a pedir que “nunca falten sacerdotes que alimenten al pueblo de Dios con la palabra y la eucaristía y entreguen su vida al servicio de los hombres”. A continuación, el Arzobispo llevó a cabo el lavatorio de pies.
Terminada la misa, que fue concelebrada por monseñor Manuel Ureña, arzobispo emérito de Zaragoza; monseñor Vicente Juan Segura, obispo auxiliar emérito de Valencia; y el vicario general, Vicente Fontestad, junto con el Cabildo Catedralicio, se trasladó el Santísimo Sacramento a la capilla de San Pedro para su adoración en el Monumento. A la vez, el Santo Cáliz fue trasladado de nuevo a su capilla acompañado por miembros de la Cofradía y Hermandad del Santo Cáliz que participaron en la misa.
El Oficio del Jueves Santo es una de las dos ocasiones en todo el año en las que el Santo Cáliz sale de su capilla, junto con el día de su fiesta anual, el último jueves de octubre.