Vicente Cárcel Ortí
Historiador y vicario episcopal para los sacerdotes valencianos en Roma
He escogido estas dos palabras porque creo que son las que definen, en apretada síntesis, la compleja personalidad de Benedicto XVI. De su extraordinario inteligencia nadie puede dudar. Es suficiente contemplar el inmenso arsenal de su copiosa producción teológica para llegar a la conclusión de que estamos ante uno de los mayores teólogos del siglo XX; tanto es así, que hay quien ha pensado en que sea oficialmente reconocido como Doctor de la Iglesia, a imagen y semejanza de los Padres Apostólicos, de los grandes pensadores cristianos medievales y otros de tiempos más recientes que a lo largo de la historia han enriquecido el caudal inagotable de la doctrina católica. La concesión de este título por parte de la Iglesia sería el máximo reconocimiento que se le podría dar para que pasara así a la Historia. Ciertamente, nadie como él merece en nuestros días este reconocimiento.
Cuando en la tarde del 19 de abril de 2005, el cardenal Ratzinger, apenas elegido Papa, escogió el nombre de Benedicto, muchos pensaron en san Benito, patrono de Europa, fundador de una orden inspirada en una “regla” que ha tenido un influjo determinando en la evolución del cristianismo y en el nacimiento de Europa.
En el presente caso, la confirmación de este supuesto nos la dio el mismo Papa, pocos días después de su elección, en la primera audiencia general concedida en la Plaza de San Pedro, el 27 de abril: “He querido llamarme Benedicto XVI para vincularme idealmente al venerado Pontífice Benedicto XV, que guió a la Iglesia en un período agitado a causa del primer conflicto mundial. Fue intrépido y auténtico profeta de paz y trabajó con gran valentía primero para evitar el drama de la guerra y después para limitar sus consecuencias nefastas. Como él, deseo poner mi ministerio al servicio de la reconciliación y la armonía entre los hombres y los pueblos, profundamente convencido de que del gran bien de la paz es un don de Dios, don frágil y precioso que hay que invocar, tutelar y construir día tras día con la aportación de todos”. Luego añadió que ciertamente, su nombre avocaba también la figura de san Benito. Pero sin olvidar el criterio tradicional, según el cual cuando el nuevo Papa elige un nombre suele pensar a alguno de sus inmediatos predecesores.
Lo cierto es que Benedicto XVI fue, ante todo, servidor de la paz, como Benedicto XV, el Papa al que deseó inspirarse.
En estas palabras descubrimos una primera declaración de intenciones y de continuidad con el pontificado de san Juan Pablo II, que, de modo particular en sus últimos años, luchó decididamente en favor de la paz, comenzado por su enérgica oposición a la guerra de Irak, actitud compartida también por el entonces cardenal Ratzinger.
El primer signo de continuidad entre Benedicto XVI y Benedicto XV está en las palabras que el mismo Papa dirigió, al día siguiente, a los cardenales que lo habían elegido en la Capilla Sixtina la tarde del 19 de abril. El nuevo Papa se presentó al mundo como garante de la paz, porque tenía conciencia de su naturaleza y de su misión universal de Pastor, que le permitirían evitar los peligros y las sospechas de occidentalismo. De esta universalidad dio una señal precisa y visible cuando habló al clero romano en San Juan de Letrán.
La evocación de la figura de Benedicto XV por su parte constituyó ciertamente un signo de continuidad para la Iglesia en su estructura eclesial y en su magisterio doctrinal, pero sirvió también para poner el acento en los problemas todavía no resueltos entre la doctrina católica y el mundo contemporáneo, la decidida voluntad de superarlos, en conexión con la firme advertencia de los peligros siempre presentes en la modernidad.
Benedicto XV fue el predecesor incomprendido de Benedicto XVI y un profeta de paz ignorado y no escuchado. Como los grandes que miran más allá de sus propios contemporáneos, Benedicto XV asumió sobre la paz posturas de diálogo y de conciliación que hoy son actualísimas.
Por eso, entre otras razones, el Papa fallecido quiso tomar el nombre de Benedicto.