Cristina Antolín ha pasado 32 años de su vida en el continente africano. Allí unió su vocación religiosa a su vocación por la medicina y allí sufrió, también, los horrores de la guerra. Ahora, desde España, donde ejerce como Priora General de la Congregación de Sto. Domingo, alza su voz para concienciar de la necesidad de ayudar a nuestros semejantes más allá de nuestras fronteras y relata su experiencia en el Congo y en Camerún donde fundó el hospital San Martín de Porres, uno de los mejores centros sanitarios del país.
❐ BELÉN NAVA| 29.2.24
Con tan solo cinco años Sor Cristina Antolín Tomás tuvo clara su vocación por la medicina. “No sé por qué, siempre quise ser médico, era algo que tenía muy claro”. A ella, se uniría la vocación religiosa, aunque de una forma un tanto curiosa. La visita a su colegio de una religiosa llegada de Isiro, en República Democrática de Congo, marcaría el futuro de Cristina. Tan solo tenía 15 años pero “nos empezó a poner unas diapositivas y nos contó cómo era la situación que había allí tras las diversas guerras que habían sucedido, cómo se habían quedado los hospitales, que no había médicos… Y me empezó entrar un calor por dentro, como una emoción… es verdad que yo ya quería ser médico…Y en ese momento, mi vida cambió. Lo vi claro, vi que realmente tenía que dedicar mi vida como médico, pero a los más desfavorecidos”. Todo comenzó a cuadrar, a su vocación médica se unió su vocación religiosa “yo ya era una persona que tenía mucha inquietud espiritual…y en ese día encajaron todas las piezas”.
Su entrada en a la congregación de Santo Domingo coincidió con el inicio de sus estudios de Medicina y “toda mi formación fue encaminada a prepararme, tanto como religiosa como como médico”.
Tras un año preparándose en Madrid aprendiendo Cirugía General, la hermana Cristina emprendió la misión al Congo. Apenas era una joven de 26 años y “allí fue donde comencé de verdad a aprender. Al final te conviertes en un médico resolutivo, solucionando lo que llega a tus manos, que es lo importante allí, no tanto la especialidad que puedas tener”.
En Isiro, en el noreste del Congo, sor Cristina no dejó de tener trabajo “pasaba consulta, operaba cataratas, apendicitis, hernias o atendía problemas ginecológicos en un hospital en plena selva con muy pocas condiciones y a 2.300 kilómetros de la capital Kinshasa”.
Al igual que en Camerún, su siguiente destino, las enfermedades más comunes que se tratan son enfermedades tropicales como la malaria “es algo endémico. Luego están todas las enfermedades infecciosas, por la falta de higiene, por la falta de saneamiento, todos los problemas de la mujer, con respecto a lo que es ginecología y obstetricia, porque tienen muchísimos hijos y dan a luz en malas condiciones que les producen secuelas”.
Sin olvidar la traumatología ya que continuamente “hay accidentes. Se caen de un árbol o suben a coger aceite a la palmera y caen…”. Y por supuesto lo que Cristina califica como la “cirugía de guerra” o cirugía urgente “porque la gente viene al hospital cuando realmente está en muy mal estado. No te viene porque se empieza a encontrar mal sino cuando ya casi la curación es imposible. No existe la Seguridad Social, todo es privado y se debe pagar por los tratamientos. La gente busca dinero y busca medios económicos para solucionar el problema que tenga y suelen llegar con la enfermedad avanzada”.
Un sueño hecho realidad
En las afueras de Yaundé, la capital de Camerún, se encuentra el barrio de Mvog Betsi. En una de las muchas calles de tierra, sobre un pequeño promontorio, se levanta el hospital San Martín de Porres. Un centro sanitario que antes tan solo era un pequeño dispensario. Sin embargo, esta misionera nacida en Orihuela, ha ido transformándolo en un gran hospital con toda una serie de servicios difíciles de encontrar en otros, sobre todo, a precios tan económicos como los que ofrecen allí. Así pueden atender a todos los pacientes, independientemente de su nivel adquisitivo y ofrecerles un servicio de calidad.
Tal y como la misionera Cristina Antolín relata con una gran sonrisa es “un sueño cumplido y un gran regalo. Regalo para la gente, pero regalo para el que ha trabajado allí con muy pocas condiciones y ver que hoy pues pueden tener, si no las mismas, bastantes condiciones muy parecidas a las que podemos tener aquí en Europa”.
El hospital ha pasado de atender 16.000 consultas en 2008 a 55.000 en 2020, o de atender a 670 hospitalizados en medicina interna en 2008 a atender a 185 pacientes al mes actualmente. Su plantilla también ha ido creciendo y ahora cuenta con 163 empleados entre personal de atención sanitaria y de servicios auxiliares.
El desarrollo de este hospital ha permitido la implantación de proyectos sanitarios avanzados, como campañas de detección de cáncer de cérvix, servicios contra la estigmatización del VIH o una unidad especializada para combatir la diabetes. Y se ha convertido también en el motor dinamizador del barrio, mejorando muchos de sus hábitos de vida. Actualmente el hospital es un centro de referencia en el país.
Uno de los grandes problemas a los que se enfrentan es a la detección tardía de la enfermedad. “La cultura africana cree mucho en la superstición. Cuando una enfermedad aparece lo primero que piensan es que alguien les ha echado un mal de ojo. Enseguida acuden al curandero, al brujo, que le solucione la situación y muchas veces vienen al hospital peor”.En estos momentos salvo dos personas extranjeras, el hospital está formado por personal africano. “Es un gran equipo de más de un centenar de profesionales cameruneses que atienden, junto a voluntarios de distintas nacionalidades, a más de 55.000 personas cada año”.
“Ahora mismo la necesidad más grande de África es la formación y que todos puedan tener acceso a una formación de calidad universitaria o a una formación profesional de calidad”. A través de masters, cursos, seminarios y prácticas, los profesionales del Hospital San Martín de Porres cuentan con más y mejores capacidades para gestionar él mismo y atender a sus pacientes tanto en las especialidades con las que ya contaba, como en las que se han ido añadiendo o reforzando a partir de la inauguración del nuevo edificio en junio de 2018.
Agua potable
Este año el lema de Manos Unidas, ‘El Efecto Ser Humano – La única especie capaz de cambiar el planeta’ pone el foco en el cambio climático y en la acción del hombre sobre los recursos naturales. “Las consecuencias son mundiales, y las consecuencias que puede haber aquí (en Occidente) no son las mismas que puede haber en un África”, explica Antolín. “Cuando hay este cambio de clima, este deterioro del planeta, cuando escasea la lluvia…va a haber más sequías, va a haber más epidemias. Todo está relacionado, todo está conectado, no hay una cosa que esté aislada y las consecuencias de ese deterioro del planeta se viven con más fuerza en los países más desfavorecidos, desgraciadamente, y no son ellos los que son los causantes, esa es la pena”.
La hermana Cristina recuerda un bien tan preciado como es el agua. “El agua es la vida, y menos mal que Manos Unidas se preocupa por dar vida, y dando agua da vida a mucha parte del planeta que no tiene ese derecho. En África no hay agua corriente, y menos agua potable. Entonces la gente tiene que ir a las fuentes, a los arroyos, a coger ese agua en recipientes que no están limpios, con polvo, sin higienizar…y beben de ese agua que está cargada de microbios. Esto provoca enfermedades como la diarrea o las infecciones intestinales que atacan sobre todo a los más vulnerables, que son los niños”.
Precisamente los más pequeños son los que llegan a morir por una deshidratación “por una diarrea causada por una falta de agua potable”, se lamenta. “Yo he vivido escenas de llegarme una mamá con un niño envuelto en un paño contándome que ha tenido diarrea de cuatro o cinco días, y abrir el paño y ver que el niño acaba de morir. Se ha muerto en el camino. Y se ha muerto por una enfermedad que se hubiera podido curar o que no se hubiera dado si hubiera tenido agua potable”.