L.A. | 10.06.2021
Con la catedral de Valencia al máximo del aforo permitido por la pandemia, tuvo lugar el pasado domingo la solemne misa pontifical con motivo del Corpus Christi.
Todo se había preparado hasta el mínimo detalle. Especialmente las medidas de seguridad. En cuanto se completó el aforo previsto se impidió el acceso a más personas.
En su homilía, el cardenal arzobispo de Valencia, Antonio Cañizares, hizo un llamamiento en la fiesta del Corpus, a celebrarla “con verdadero sentido de adoración” y a manifestarla en “el amor a los más pobres y necesitados, a los que peor lo están pasando en estos momentos”.
En su homilía insistió en que “celebramos la fiesta del Corpus con verdadero sentido de adoración, es la fiesta del amor de los amores y pedimos que se manifieste en el amor a los más pobres y necesitados”.
De hecho, “esto es el día del Corpus, aunque con menos esplendor que otros años, lo celebramos con la misma fe y el mismo deseo de que ese amor entre nosotros nos haga amar a todos como Él nos ha amado, especialmente a los necesitados, a los enfermos, a los que lo están pasando mal en estos momentos, a los que piden nuestra ayuda y demandan nuestra compañía y nuestro consuelo. Es lo que el mundo nos está reclamando de nosotros como verdaderos cristianos”, explicó en la misa Antonio Cañizares.
Además, “celebrar la presencia real de Cristo vivo en la eucaristía implica descubrir su rostro en el rostro de los más pobres, con los que se identifica explícitamente”, y ha remarcado que esto “no es una simple invitación a la caridad, confesar nuestra fe en la presencia de Cristo en la eucaristía es inseparable de reconocer la presencia de Cristo en los pobres en los últimos”, mencionó el arzobispo en su homilía.
Por otra parte, el arzobispo destacó que “hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión, del amor compartido y fraterno es el gran desafío que tenemos ante nosotros si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas aspiraciones del mundo”.
“Esto exige centrar la vida de la Iglesia y de cada uno de los creyentes y de las comunidades en la eucaristía, fuente de comunión y de la caridad” y subrayó que “la comunión es ante todo, comunión con Dios, unidad en torno de Cristo Jesús y sus enseñanzas, en los sacramentos , adhesión inquebrantable y en fidelidad al Papa, en la caridad fraterna”.
La Coral Catedralicia, dirigida por Luis Garrido, interpretó obras del músico de Aldaia Pascual Fuentes en el tercer centenario de su nacimiento, entre otras el villancico “Querubines encendidos” para tiple solista y coro con continuo, transcrita expresamente para esta celebración.
Gratitud y denuncia
Tras la misa tuvo lugar la procesión eucarística y a su regreso a la catedral, antes de impartir el Santísimo, el Cardenal agradeció a los valencianos la buena acogida y el cariño mostrado durante la el Corpus, con una procesión “con menos esplendor” y de una forma más sencilla e íntima, debido a la pandemia, pero con “la misma fe, sentido de adoración y mucho respeto”.
“El misterio de la fe, de la eucaristía, es centro de nuestra vida y afecta a todo lo que es vida del hombre, y entre otros aspectos, a su libertad”. Siempre la eucaristía desde sus inicios fue signo de libertad y de vida, “por eso sin eucaristía no podemos vivir”. Precisamente en este punto el Cardenal hizo una vehemente defensa de quienes se ven amenazados con ir a la cárcel por ofrecer a mujeres que van a abortar alterntivas para no hacerlo. “Es una barbaridad y una auténtica aberración que se diga que la Iglesia y la fe cristiana generan odio. Hemos de denunciar públicamente la restricción a la libertad religiosa promover un desprecio e ignorancia.
Una procesión reinventada, “sencilla y extraordinaria”
Tras la solemne misa pontifical del Corpus Christi en la Catedral, tuvo lugar una “sencilla y extraordinaria” – así la anunció el canónigo Alvaro Almenar-, procesión eucarística con el Santísimo bajo palio, por el exterior de la Catedral, con la que se reemplazaba la tradicional procesión general del Corpus por las calles del centro de la ciudad, suspendida por la pandemia.
Había sido autorizada sólo dos días antes por Delegación del Gobierno y fue presidida por el cardenal arzobispo de Valencia, Antonio Cañizares, acompañado por el deán de la Catedral, Vicente Fontestad, y el rector de la Basílica de la Virgen de los Desamparados, Jaime Sancho, que en algunos momentos relevaron a don Antonio para llevar la custodia. Precediéndolos iban canónigos de la Catedral y una veintena de ‘Cirialots’ de la procesión tradicional miembros de Amics del Corpus.
El recorrido comenzó con la salida por la Puerta románica de la Almoina de la Catedral, donde un nutrido grupo de fieles ovacionaron el paso del Santísimo, bastantes de ellos arrodillados y otros muchos captando el momento con sus móviles.
Las campanas del Miguelete volteaban en señal de júbilo, como lo harían en varios momentos de la procesión, que continuó por el pasaje de Emilio Aparicio Olmos hacia la Plaza de la Virgen, Calle Bailia, Plaza de Manises, calle Caballeros, y de nuevo Plaza de la Virgen.
Un recorrido éste que se hizo de forma solemne, mientras los canónigos entonaban cantos eucarísticos que correspondían los fieles. En la parte final al volver hacia la Plaza de la Virgen, la procesión se abrió paso por el estrecho espacio habilitado entre dos terrazas de cafeterías, repletas de clientes tomando el aperitivo. Muchos de ellos se levantaron respetuosanmente, otros se santiguaban, también otros siguieron como si nada. Y alguna mujer hubo, de origen inmigrante, que ya en la Plaza de la Virgen, arrodillada en el suelo al paso de la Custodia, rezaba fervorosamente con lágrimas en los ojos.
Los balcones del Palacio Arzobispal, los de la Generalitat y los de numerosos vecinos aparecían engalanados.
La procesión llegó solemnemente a la Catedral, entrando por la Puerta de los Apóstoles. En el momento en que cruzaba el umbral bajo palio la Custodia con el Santísimo portado por el arzobispo, el organista Pablo Márquez acometió los compases del himno nacional que resonó a máxima potencia, atronadores. Fue un momento culminante, seguido por los himnos eucarísticos interpretados por la Coral Catedralicia, empezando por “Cristo en todas las almas, y en el mundo la paz”.