Durante los años de su pontificado en la diócesis valentina el clero secular fue numeroso; una media de 950 sacerdotes son los que atendían a las 563 parroquias, anejos e instituciones de la archidiócesis. Don Marcelino quiso que sus sacerdotes estuviesen ilusionados y bien formados y no sólo en ciencias eclesiásticas. Olaechea tuvo mucho interés en que, los que pudiesen, lograsen grados académicos. Muy pronto mandó a estudiar, a algunos, a Salamanca y a Comillas, que eran las universidades eclesiásticas que entonces existían en España. Sin embargo fue más ambicioso, quiso que varios consiguiesen la licenciatura o el doctorado en las prestigiosas universidades de Roma, Lovaina, Munich y París. Además, con ese empeño, don Marcelino quiso formar, no sólo un competente claustro de profesores de su seminario; aspiraba también a que las parroquias más importantes de la diócesis tuviesen sacerdotes idóneos y cultos.
Mons. Olaechea encomendó a don Antonio Rodilla Zanón, rector del Seminario Metropolitano, la responsabilidad de seleccionar a aquellos seminaristas y sacerdotes que ampliaron estudios. Las originales iniciativas del arzobispo entusiasmaron, sobre todo al clero que necesitaba nuevos estímulos para reanudar con ilusión una tarea interrumpida durante el trienio 1936-1939 y en los últimos años del anciano arzobispo Melo. Don Marcelino quiso un clero renovado, más cercano al pueblo, sensible a los problemas del mundo y, como hemos señalado, con mayor preparación intelectual.
Concluir el Seminario Metropolitano
Su primer cometido al llegar a la diócesis fue emprender las obras del Seminario Metropolitano proyectado por su antecesor. Desde el curso 1948-49 los seminaristas pasaron definitivamente de Valencia a Moncada y los trabajos materiales siguieron durante los decenios sucesivos hasta quedar totalmente acabados en la primavera de 1966. Si importante fue para la diócesis de Valencia la construcción material del nuevo Seminario, mayor trascendencia tuvo la educación y formación que en él se impartía. Si la obra material del Seminario se consiguió por la tenacidad e ilusión del arzobispo Olaechea, la moral y espiritual se debió a las iniciativas del rector Rodilla, que plasmó en numerosas generaciones sacerdotales los moldes de una pedagogía renovada y de un espíritu abierto a las realidades de la nueva cultura.
Lo cierto es que, a lo largo de su pontificado en Valencia el arzobispo Olaechea contó con 218 sacerdotes seculares con el doctorado, la licenciatura o la diplomatura en las más diversas materias eclesiásticas y civiles. Con la llegada de los profesores formados en las Universidades Pontificias y Facultades católicas extranjeras, el Seminario Metropolitano comenzó a impartir una formación filosófica y teológica en línea con la evolución europea que luego desembocó en el Concilio Vaticano II. Ciertamente, durante los 20 años del pontificado de Mons. Marcelino Olaechea en Valencia, pasaron por el Seminario de Moncada más de 2.420 alumnos que recibieron una sólida formación académica y una indiscutible educación humana y espiritual.
Así pues, durante los veinte años del ministerio episcopal en Valencia, el número de alumnos matriculados en el Seminario desde el curso 1945 hasta 1966, fue el siguiente: Curso 1945-46:601; Curso 1946-47: 626; Curso 1947-48: 633; Curso 1948-49: 648, Curso 1949-50: 684; Curso 1950-51: 659; Curso 1951-52: 645; Curso 1952-53: 664; Curso 1953-54: 674; Curso 1954-55: 630; Curso 1955-56: 565; Curso 1956-57: 630; Curso 1957-58: 630; Curso 1958-59: 637; Curso 1959-60: 729; Curso 1960-61: 766; Curso 1961-62: 812; Curso 1962-63: 808; Curso 1963-64: 770; Curso 1964-65: 753, Curso 1965-66: 749
El rector Antonio Rodilla, intelectual abierto a los signos de los tiempos y firme en los principios, fue siempre fidelísimo a la ortodoxia doctrinal y a su arzobispo. Supo escoger a sus colaboradores más inmediatos, formando un grupo de profesores, superiores y directores espirituales que secundaron fielmente su acertada orientación.
El seminario de Moncada no fue sólo el edificio material, sino también y sobre todo y ante todo el edificio espiritual, intelectual y moral que formó a centenares de sacerdotes salidos de sus aulas y también a muchos otros seglares, que en dicho seminario recibieron adecuada educación durante algunos años y después decidieron cambiar de rumbo porque no veían clara su vocación sacerdotal. Unos y otros reconocen que todo fue mérito de los encargados de la formación espiritual, intelectual y humana de los seminaristas. Éstos la recibieron en Valencia con una amplitud, profundidad y rigor que no existían en otras partes y, sobre todo, con una visión de futuro que permite evocar esta institución con un balance muy positivo para Valencia, para España y para la Iglesia Universal.
A este respecto sería interesante realizar un estudio de las personas que, habiendo frecuentado las aulas del seminario metropolitano de Valencia decidieron, porque no veían clara su vocación sacerdotal, cambiar de rumbo. El mundo universitario, con sus múltiples campos disciplinares; el mundo laboral y empresarial; el de la política, etc. etc., en todos ellos hubo competentes individuos formados en las aulas de aquel centro educativo.
La elevación del nivel cultural y humano del clero, objetivo primordial de Olaechea, determinó una formación sacerdotal sólida y bien fundada.