ANTONIO CAÑIZARES LLOVERA | CARDENAL ARZOBISPO DE VALENCIA
No podemos olvidar la historia. Y me parece que pudiéramos tal vez olvidarla ahora –lo digo con todo respeto- en relación con la cuestión de la enseñanza religiosa escolar, cuando se pretende situarla en una esfera nueva y diferente que no es la propia, la que ha venido manteniéndose, aunque se hable de valores y de ética y moral. Su lugar es el que le asignó la Comisión Episcopal de Enseñanza con su Instrucción, espléndida, profunda y ejemplar, “Orientaciones pastorales sobre la enseñanza religiosa escolar”, de 1970. A este Documento histórico habríamos de acudir de nuevo para hallar luz en estos momentos. “Cuando se lee hoy aquel escrito, -dijo uno de sus autores, dieciséis años después, D. Antonio Palenzuela-, asombran la riqueza y coherencia de su pensamiento, de su advertencia profética del futuro y la gran capacidad de olvido que nos aqueja”.
Es importante considerar el contexto de este Documento para indicar el camino a seguir por la Enseñanza de la religión católica en la Escuela en este Tercer Milenio. La situación que, tal vez entonces más como futuro, tenían ante sí los Obispos de la Comisión de Enseñanza, y la que hoy estamos viviendo, como presente, son la misma: se ha producido en España una verdadera “revolución cultural”, que se asienta en una manera de entender al hombre y al mundo, así como su realización y desarrollo, en la que Dios no cuenta, por independiente de Él.
“Fue un acontecimiento decisivo, cito de nuevo a D. A. Palenzuela, para este cambio de mentalidad de nuestro pueblo la publicación por el Colegio de Licenciados y Doctores de Madrid, en 1966, del Documento: ‘Una alternativa para la Enseñanza’. Ahí se encuentra el pensamiento que ha sostenido y animado la mencionada ‘revolución cultural’ en España. La Alternativa, en efecto, proyectaba una enseñanza que fuese capaz de conformar una sociedad homogénea, igualitaria coherente, en la que impera la ‘voluntad general’: sólo podría lograr este objetivo la escuela pública en la que se impartiese únicamente el saber científico, el único valedero para todos; por consiguiente, las creencias religiosas de grupos confesantes particulares no representaban, para la Alternativa, el saber que había de transmitir como relevante en la escuela pública”.
Para orientar el camino a seguir por la enseñanza religiosa en la escuela, es importante tener presente, además del art. 27 de la Constitución Española, el contexto del momento actual que vivimos en España, inmersa hoy en una profunda crisis de humanidad, de sentido y de norte moral, y, por ende, con la necesidad apremiante y primerísima que se ofrezca a la nuevas generaciones un horizonte de sentido de la vida y moral, una formación con principios, y fines, con sentido último, que permitan al hombre existir en el mundo no sólo como consumidor y trabajador, sino como persona, capaz y necesitada de algo que otorgue a su existir dignidad personal junto a lo que la sociedad, la economía y la historia vayan ofreciéndole sucesivamente. El más grave problema de España hoy son las instituciones educativas entre la escuela infantil y la Universidad. En ellas los individuos despiertan a la vida personal y se les debe ofrecer no solo saberes para una afirmación profesional y social sino orientación para existir como personas, esto es, con un sentido de la vida, y una vida con sentido; de ahí, de ese silenciamiento de Dios, se han derivado, graves consecuencias incluso éticas y morales. Es la hora de educar y no solo de transmitir saberes, técnicas, destrezas. Pero hoy nadie se atreve a educar, no hay horizonte de dimensiones humanas comunes, de una gramática humana común que nos unifique y exprese como personas, ni una concordia sobre lo que significa ser hombre, o lo que le dignifica como hombre y como español más allá de los estrictos enunciados generalísimos de la Constitución. La figura del educador no existe, porque ha desaparecido también la figura personal del educando, reducido a aprendiz de saberes positivos, de contenidos de futuro, pero sin un sentido de la existencia personal y del mundo. Todo el que intente ahí una enseñanza de la Religión, de la religación del hombre a Dios y con Dios, que ofrezca respuesta a la búsqueda de sentido que va más allá de la ética o la moral, la que sea, será considerado como alguien que abusa de la escuela con un proselitismo o dogmatismo religioso.
En estos tiempos que son los nuestros, “tiempos de indigencia” (Heideger), de crisis de humanidad y de sentido, de “silencio de Dios”, tan dramáticamente padecido, hasta constituir el acontecimiento fundamental de estos tiempos de indigencia. No hay otro que pueda comparársele en radicalidad y en lo vasto de sus consecuencias deshumanizadoras. Ni siquiera la pérdida del sentido ético y moral. Las consecuencias, en efecto, que de ahí, de ese silenciamiento se han derivado, son patentes y letales para el hombre, incluso en el campo ético y moral. El rechazo u olvido de Dios quiebra interiormente el verdadero sentido del hombre, altera en su raíz la interpretación de la vida humana, y debilita y deforma los valores éticos y morales. Cuando Dios como Realidad que está frente al hombre, lo guía y lo juzga, desaparece o deja de ser relevante su existencia, o cuando Dios deja de ser Aquél que reclama a la razón humana justificarse ante la realidad divina y no al revés, entonces una cultura en la que nada tiene sentido y en la que el sentido no es otro que la nada, o en la que no cabe otra respuesta que la resignación a la finitud: Sísifo.. Así una sociedad sin fe es una sociedad más pobre y angosta. Un mundo sin abertura a Dios carece de aquella holgura que necesitamos los hombres para superar nuestra menesterosidad y dar lo mejor de nosotros mismos. Un hombre sin Dios se priva de aquella Realidad última que funda su dignidad y de aquel Amor primigenio que es la raíz e su libertad. Es cierto que el hombre puede excluir a Dios del ámbito de su vida; pero esto no ocurre sin gravísimas consecuencias para el hombre mismo y para su dignidad como persona. Por aquí habrá que situar la fundamentación y su lugar de la Enseñanza de la religión en la escuela: en su función educadora, como hizo la Comisión de Enseñanza, en el Documento aludido, de 1970. Reducirla a ética o a valores sería desfigurarla y perder su papel e identidad por lo que se ha luchado y defendido durante 50 años. Seguiré reflexionando.