L.B. | 7-06-2019
Andrei, de 13 años, con sus padres Vasile y Alina. (FOTO: A.SÁIZ)
La de Andrei es una de esas vocaciones que sorprende por su precocidad, pero también por su solidez. Cuando tan solo tenía 3 años de edad, Andrei Vasile Plesá ya decía, cuando le preguntaban, que de mayor quería ser sacerdote. Ahora, con 13, está en el Seminario Menor en Xàtiva, donde se forma y le ayudan a discernir su vocación.
La familia de Andrei siempre ha estado muy ligada a la Iglesia. En Rumanía, de donde proceden, pertenecían a una familia practicante y sus padres, Vasile y Alina, trabajaban en la piscifactoría y en el cuidado de un convento de religiosas. Tras venirse a España hace 12 años, cuando Andrei tenía sólo 10 meses, continuaron su relación con la parroquia de Alpuente, donde viven. Allí Alina y Vasile trabajan cuidando a personas mayores.
Además, tienen antecedentes familiares. Catalin Tantan, hermano de Alina y tío de Andrei, está en el Seminario en Moncada. También su tío tenía vocación desde pequeño y fue aquí donde se cumplió su sueño de poder ir al Seminario y estudiar, primero al Menor y, ahora, en el Mayor.
Monaguillo a los 9 años
Andrei, hijo único, siempre ha sido en descripción de sus padres, “muy noble, dócil, obediente y tranquilo”. De hecho, “ya desde pequeño, cuando íbamos a misa estaba muy quieto, no decía nada, y seguía la misa con atención”, cuenta su madre.
“Yo veía al cura y me encantaba. Quería hacer eso que él hacía”, reconoce Andrei. “Un día, cuando tenía 9 años, el párroco que llegó nuevo me propuso ser monaguillo y en seguida le dije que sí. Me gustaba porque así le ayudaba y estaba más cerca del altar”. Entre risas recuerda cómo, un día de fiesta en el había mucha gente en la iglesia y cuatro curas concelebrando, derramó el vino en la credencia.
“Una vez le pregunté al cura si era feliz porque le veía solo, sin mujer, y me dijo que era súperfeliz”, esta respuesta acabó de confirmar la vocación de Andrei.
Hace dos años, después de Pascua, su párroco le propuso asistir a una convivencia en el Seminario Menor durante un fin de semana. “Yo quería ir. Quería ir y saber cómo era. El primer día no conocía a nadie y además me perdí dentro del seminario. Quise volverme a casa, pero después conocí a los seminaristas y a los formadores y me cayeron todos súperbien. Me encantaba todo. Y ya le dije a mi madre que me quería quedar ahí”, cuenta emocionado Andrei.
Cuando el Arzobispo hizo la visita pastoral al Rincón de Ademuz, don Antonio le preguntó qué quería ser, Andrei, lógicamente contestó que sacerdote. “Estaba muy feliz de que el Arzobispo hubiera hablado con él, que estaba sentado en primera fila”, recuerdan sus padres.
A 200 km de casa
Éste es el primer curso de Andrei en el Seminario Menor. Sus padres le han ayudado mucho para poder seguir su vocación. Durante dos años, le han llevado a las convivencias de monaguillos y de seminaristas cada dos meses. Después de trabajar cogían el coche y recorrían 200 km de ida y otros tantos de vuelta el viernes, para llevarle, y el domingo, lo mismo para recogerle. “El esfuerzo que han hecho mis padres me ayuda mucho porque ahí veo el amor de Dios. Recuerdo una vez que mi madre se tuvo que esperar una hora y media más a que yo terminara de comer. Y luego no me reprochó nada. Y yo pienso: ése es el amor que Dios me tiene”.
A sus padres también les gustó el Seminario cuando lo conocieron. “Al llegar allí, nos dio sensación de paz”. Pero la cosa cambió cuando Andrei tuvo que quedarse. “Fue bastante duro dejarle. Nunca nos habíamos separado. Estás 24 horas con él y, de repente, de la noche a la mañana, se te va. Primero fue un fin de semana. Pero después fue una semana, dos semanas… Hasta que te acostumbras es muy duro. Pero también compensa saber que él está feliz y bien allí”, comenta Alina. “Los padres no hemos de pensar en nosotros mismos sino en el beneficio de nuestros hijos. Los primeros días fueron duros, duros, duros, pero ahora ya nos hemos acostumbrado. Además, nos cuenta cosas y habla mucho del Señor. Le veo más maduro, ha cambiado mucho”, añade Vasile.
Feliz y satisfecho, Andrei sigue siendo un niño de 13 años al que le gusta el fútbol y el baloncesto, leer, ir al monte a buscar trufas y el cine. “Me gustó mucho una película de Cotelo, ‘El mayor regalo’. Me impresionaron mucho los testimonios como el de Irene Villa, que después de sufrir un atentado y perder las piernas, no maldijo sino que siguió con su vida. A mí eso me resultaría imposible”, reconoce.
“Yo siempre le digo a Andrei que sea humilde y se fíe de Dios”, dice Aline. Mientras que su padre le insiste en que obedezca a los formadores que ahora “son como sus padres y confiamos muchos en ellos”.