Belén Nava | 12-04-2017
Fray Juan Gilabert, el Padre Jofré, de cuya muerte se cumplen 600 años el próximo 18 de mayo, gozó ya en vida de indiscutible fama de santidad por el seguimiento fiel de Jesucristo, por la práctica en grado heróico de las virtudes teologales y cardinales. A su muerte, en 1417, su fama de santidad no se extinguió sino que siguió aumentando la devoción de los fieles. Esta es, pues, la razón principal por la que se inició su causa de canonización, que actualmente se instruye ya en la Santa Sede. Se trata de una causa denominada de “culto inmemorial”.
En vida, y dentro de la Orden de Santa María de la Merced de los cautivos, el Padre Jofré fue tenido como uno de los mayores y de más peso y honor “ador­nado de buenas costumbres, ciencia y otros dones de virtudes” tal y como se expresaba el rey Martín al papa Benedicto XIII (Pedro de Luna) en una carta de septiembre de 1402.
Era ya tal la fama de su santidad que los religiosos del Convento de El Puig de Santa María, al darle sepultura, procedieron con él como si se tratase de una persona santa no sepultándolo en la sepultura común con los demás religiosos, “sino por sí honrosamente”, explica Ramón Fita, delegado episcopal para las Causas de los Santos en Valencia.
Tras su muerte, la fama de santidad se divulgó, sin interrupción alguna, hasta nuestros días, por la Orden de la Merced, por Valencia y su Reino, por Cataluña y por Salamanca. Le dedicaron altares, en la iglesia del convento de El Puig, y en el convento de la Merced de Sa­la­manca; colocaron su imagen aureolada en los re­tablos mayores de la iglesia de los conventos de El Puig y de Valencia; represetaron su figura, es­cul­pida y pintada con aureola de santo; imprimieron y divulgaron grabados calcográficos con su efigie tal y como se recoge en la vo­luminosa documentación apor­tada para el proceso.
Todo ello, mucho antes de las disposiciones del papa Urbano VIII sobre el culto inmemorial de los santos en la bula ‘Cae­lestis Hierusalem cives’ de 1634.
A ello se une la incorruptibilidad de su cuerpo. Relatan que en 1585, el cuerpo de fray Juan Gilabert se conservaba entero de los pies a la cabeza, “como si pocos días antes muriera; a quien apenas faltaba ni color ni figura de carne, hasta las uñas de los pies y manos. Hallose la correa con que le ciñeron para el entierro y aún los cordones de seda del escudo de la orden con que le enterraron y pedazos del hábito. Verdad es que estaba todo esto tal que mostraba bien haber larguísimos años que había sido enterrado”.
Sin embargo, tardaron siglos en iniciar el proceso de canonización. Los avatares históricos frustaron los intentos de canonizarle. Así, el Ca­pí­tulo Provincial de Xàtiva, de 1705, llegó al si­guien­te acuerdo: “Se delibere y discurra medio proporcionado para que se empiece a tratar de la extensión del culto inmemorial de S. Juan Gi­la­bert”. Pero debido a la Guerra de Sucesión (1701-1714) que colocó en el trono de España al primer Borbón, Felipe V, que mandó arrasar la ciudad de Xàtiva, y debido, por tanto, al empeño de la pro­vin­cia de Valencia de construir, desde los cimientos, el incendiado y derruido convento setabense, sólo se registró, en el año 1731, un intento, sin re­sul­tados positivos, de llevar a la práctica el acuerdo de 1705.
No fue el único intento. Todavía en el siglo XVIII, el maestro general de la Orden de la Mer­ced, Fr. Antonio Manuel de Hartalejo logró pro­mo­ver la ‘Causa del culto inmemorial del Beato Juan Gilabert’, nombrando procuradores de la misma a los religiosos de la provincia de Valencia, Fr. Raimundo José Rebollida y Pedro Martínez, que realizaron un trabajo muy serio, consiguiendo que se abriera el proceso de canonización.
Pero con la muerte del P. Rebollida, en 1779, quedó pa­ra­lizado el proceso, de cuya reapertura conocemos dos intentos fallidos: uno en 1886 y otro en 1910. Antes de 1936 hubo otro intento truncado.
Ya en 1996, el arzobispo de Valencia, cardenal Agustín García-Gas­co, nombra el tribunal eclesiás­tico y abre proceso de canonización en pública se­sión en el Palacio arzobispal de Va­len­cia, clausurándo­se la fase diocesana el 24 de febrero de 2007.
A pesar de todo, en estos dos últimos siglos, “convulsos y de importantes y espectaculares acontecimientos re­ligiosos, políticos, so­ciales, económicos, culturales y bélicos”, tal y como aseguran quie­nes han conocido la cau­sa de primera mano, se hi­zo presente la figura del P. Jofré en los escritos de quienes trataron de la venerada imagen de Nues­tra Señora de los Desamparados y de su cofradía, de la vi­da y obra de san Vicente Ferrer, del, ahora denominado, Hos­pital General de Valencia y, por supuesto, del mismo fray Juan Gilabert Jofré ‘Providencia de Desgraciados’.