BELÉN NAVA | 22.12.22
“¿A dónde vais, José y María, de puerta y mesón? No encontraréis donde quedaros, lo quiere Dios.
Tus pies cansados van, José, los tuyos más, María; encaminaros a un portal, que el Niño va a nacer.
Quiere nacer en un portal para hacer grande la humildad, para alegría de los pobres, para a los ricos enseñar.
Que seas feliz en Navidad, que vivas junto a la humanidad”.
Esta es la letra de la canción ‘Buscando posada’ de Brotes de Olivo, que describe la búsqueda de José y María de un lugar donde alojarse, pues había llegado la hora del alumbramiento. Vivían una dinámica del dolor y alegría; por un lado, dolor por no hallar posada para recibirlos, aunque sea con humano decoro al Señor de los Señores, y la alegría de la hora cercana de la Natividad. Pero bien podría ser la historia de Rosalía y José, que hoy, a pocos días de la celebración de la Navidad, también han encontrado posada.
Rosalía y José son un matrimonio joven de la Provincia de los Ríos, situada en el centro de Ecuador, en la zona geográfica conocida como región litoral o costa que un día, como María y José, decidieron emprender un camino en busca de su posada. En plena pandemia, y sin la certeza de si les concederían un visado de turista, decidieron que era el momento de buscar un futuro más próspero para la familia.
Rosalía, José y la pequeña Dulce María llegaron a Madrid con una maleta llena de ilusiones. Desde Ecuador “habíamos mantenido el contacto con un familiar que ya vivía en España y que nos dijo que en todo momento nos iba a ayudar”. Se abría un nuevo horizonte, una nueva oportunidad para escapar de una situación que cada vez se estaba volviendo más insostenible. “Mi sueldo apenas alcanzaba para poder comprar comida. Antes de irnos, un pollo costaba 15 dólares”, explica José que en Ecuador era chófer y dedicaba la jornada del día y de la noche para poder ganar suficiente dinero para mantener a la familia. “Apenas nos veíamos un rato los domingos”, puntualiza Rosalía.
Las primera horas de la joven pareja en España fueron desalentadoras. El familiar que les había prometido ayudarles “desapareció”, y, sin contactos y sin saber dónde dirigirse, la desesperación y el pesimismo comenzó a hacerse presente en sus pensamientos.
Las primera llamadas a Ecuador fueron de falsa alegría. “Les mentimos. Les dijimos que todo estaba bien… pero queríamos regresar…”, reconocen.
En una de esas llamadas, Rosalía contactó con la abuela Sebastiana. “Ella ha sido como una madre para mí y una abuela para Dulce María. Siempre nos ha cuidado”, explica Rosalía. Sebastiana junto sus hijos Giovani y Verito, sus vecinos en Quito, volvieron a cuidarles a pesar de estar a miles de kilómetros de distancia. “Nos dieron el contacto de una persona que conocían y que vivía en Madrid… Juan José fue nuestro ángel caído del cielo”. Justo cuando más lo necesitaban, “ahí estaba el Señor ayudándonos”.
A partir de ese momento comenzó un periplo de ir de casa en casa, habitaciones pequeñas y caras en las que apenas cabían los tres. El dinero se iba acabando y el alquiler iba subiendo.
“Uno de los días que hablé con mi tía me comentó que justamente había vuelto a tener contacto con un amigo de la escuela que vivía en Valencia” y no se lo pensaron dos veces. Hicieron otra vez las maletas rumbo a un nuevo destino.
Su llegada a Valencia “fue bendecida por el padre Luis Arribas de la parroquia de la Fuensanta… él se convirtió en el Padre mismo”, relata Rosalía.
José consiguió trabajo como jornalero en el campo y Rosalía ayudaba en una casa limpiando y cuidando a los “yayos”. Sin embargo, no conseguían un lugar al que llamar hogar. Igual que pasó en Madrid, se sucedían los cambios de casa, los alquileres abusivos y las condiciones precarias rayando incluso lo insalubre… además el padre Luis fue destinado a Madrid, “así que parecía que nuestro ángel también nos abandonaba”. Pero surgieron muchos más ángeles en su camino como Katy, Pilar, don José o “la señora Carmen que nos daba de comer, me cuidaba mucho porque la situación hizo que pudiese perder al bebé”.
El embarazo de Rosalía y la ayuda de la Cáritas parroquial de la Fuensanta fueron un rayo de esperanza en medio de la desolación. Su historia fue trasladada al programa de ‘Intervención familiar en el hogar’ de Cáritas Diocesana de Valencia que, tras varias entrevistas y conocer su historia, concedieron a la familia de Rosalía, José y las pequeñas Dulce María y Dulce Valentina un lugar al que llamar hogar. Un piso cedido por Cáritas Valencia en el que comenzar una nueva vida… y si todo va bien, antes de Nochebuena.
Con la cesión de esta vivienda, la familia verá cubierta sus necesidades básicas de manutención y alojamiento pero Cáritas seguirá trabajando con ellos “para que la intervención resulte eficaz”, comentan desde la entidad sociocaritativa. “Se trabaja con los miembros de la unidad familiar, en todos los aspectos, proporcionándoles elementos para que puedan ser protagonistas de sus vidas y estén capacitados para enfrentar las dificultades que se presentan. Durante el periodo en el que la familia permanece en la vivienda, se lleva a cabo un plan de intervención familiar en el que se abordan diversos objetivos con las personas participantes con el fin de mejorar sus condiciones de vida para que puedan acceder a un alquiler normalizado vivir de una forma autónoma e independiente.Cáritas Valencia les acompaña abordando el proceso desde una perspectiva integral”, señalan.
Al igual que José y María, José y Rosalía han encontrado su posada. Ahora es tiempo para festejar que alguien les abrió las puertas y les brindó alojamiento.