C. ALBIACH | 12.1.23
“Benedicto, fiel amigo del Esposo, que tu gozo sea perfecto al oír definitivamente y para siempre su voz”. Con esta entrañable frase el papa Francisco se despidió de su predecesor, el papa emérito Benedicto XVI, en su funeral celebrado en la plaza de San Pedro el pasado 5 de enero. Un funeral marcado por la solemnidad y la sobriedad, tal y como fue el deseo del papa alemán, y al que asistieron 100.000 personas. 130 cardenales, más de tres mil sacerdotes, religiosos y religiosas de diferentes congregaciones y laicos llegados desde diferentes partes del mundo, entre ellos algunos valencianos, quisieron dar su último adiós a Benedicto XVI, que falleció el 31 de diciembre. Al sepelio también acudieron autoridades de distintos países -en representación de España la reina emérita doña Sofía y el ministro de Presidencia, Félix Bolaños-, así como representantes de distintas confesiones cristianas y religiones.
En los días previos al funeral su capilla ardiente se instaló en la basílica de San Pedro, por donde pasaron 200.000 fieles a lo largo de tres jornadas.
Previamente al inicio de la celebración del funeral los doce sediarios y el maestro de ceremonias pontificio transportaron los restos de Benedicto XVI en el féretro desde la basílica a la plaza de San Pedro del Vaticano. Fueron el maestro de ceremonias Diego Ravelli y el secretario personal de Ratzinger, Georg Gänswein, quienes pusieron encima del féretro el libro del Evangelio y besaron el ataúd.
La celebración fue presidida por el papa Francisco, aunque la celebracion eucarística fue oficiada por el cardenal Giovanni Battista Re, decano del colegio cardenalicio. En su homilía Francisco reivindicó la entrega de Benedicto XVI “en las manos de su Padre”. En la homilía durante la misa funeral, remarcó que, como hizo Jesús, Ratzinger – sin nombrarle directamente- selló “manos de perdón y de compasión, de curación y de misericordia, manos de unción y bendición que lo impulsaron a entregarse también en las manos de sus hermanos”.
Siempre recurriendo a la figura de Cristo, pero aplicable a figuras como el Santo Padre alemán, Francisco recordó que siempre “se dejó cincelar por la voluntad de Dios, cargando sobre sus hombros todas las consecuencias y dificultades del Evangelio, hasta ver sus manos llagadas por amor”.
El Pontífice remarcó que “el programa de vida que inspira el corazón de los pastores con el fin de experimentar los mismos sentimientos de Cristo son la entrega agradecida de servicio al Señor y a su Pueblo, la entrega orante y la entrega sostenida por la consolación del Espíritu, y que también marcaron la vida de Benedicto XVI”.
“La entrega agradecida de servicio al Señor y a su Pueblo, que nace por haber acogido un don totalmente gratuito: ‘Tú me perteneces… tú les perteneces’. Tú estás bajo la protección de mis manos, bajo la protección de mi corazón. Permanece en el hueco de mis manos y dame las tuyas. Es la condescendencia de Dios y su cercanía, capaz de ponerse en las manos frágiles de sus discípulos para alimentar a su pueblo y decir con Él: ‘tomen y coman, tomen y beban, esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes”, expresó Francisco.
El Papa continuó apuntando que la entrega orante se forja y acrisola “silenciosamente entre las encrucijadas y contradicciones que el pastor debe afrontar y la confiada invitación a apacentar el rebaño”. Asimismo, recalca que como el Maestro, “lleva sobre sus hombros el cansancio de la intercesión y el desgaste de la unción por su pueblo, especialmente allí donde la bondad está en lucha y sus hermanos ven peligrar su dignidad”. Con palabras del mismo Benedicto XVI destacó que “apacentar quiere decir amar, y amar quiere decir también estar dispuestos a sufrir”. “Amar significa dar el verdadero bien a las ovejas, el alimento de la verdad de Dios, de la palabra de Dios; el alimento de su presencia”, añadió.
Sobre la entrega sostenida por la consolación del Espíritu, que lo espera siempre en la misión, Francisco puntualizó que se trata “de la búsqueda apasionada por comunicar la hermosura y la alegría el Evangelio en el testimonio fecundo de aquellos que, como María, permanecen de muchas maneras al pie de la cruz, en esa dolorosa pero recia paz que no agrede ni avasalla; y en la terca pero paciente esperanza en que el Señor cumplirá su promesa, como lo había prometido a nuestros padres y a su descendencia por siempre”.
“También nosotros, aferrados a las últimas palabras del Señor y al testimonio que marcó su vida, queremos, como comunidad eclesial, seguir sus huellas y confiar a nuestro hermano en las manos del Padre: que estas manos de misericordia encuentren su lámpara encendida con el aceite del Evangelio, que él esparció y testimonió durante su vida”, destacó.
Tras la conclusión del funeral, los sediarios pontificios desplazaron el ataúd hasta las grutas vaticanas, en el interior de la Basílica de San Pedro. Antes, el papa Francisco oró ante el féretro.