MARTA ALMELA | 24.10.2024
Conocer, amar y servir a Dios es el mayor de los tesoros, y el único fin para el que fue creado el hombre”. Con esta cita textual del ya san Francisco Pinazo presentan en Alpuente a unos de sus referentes de fe, arraigo y devoción, hijo del pueblo y testimonio de sencillez, humildad y amor a Cristo.
Bartolomé Pinazo Peñalver, quien tras su profesión de votos tomaría el nombre de Francisco, nació en el Chopo, una de las trece aldeas que componen el término municipal de Alpuente, en la comarca valenciana de Los Serranos.
“Alpuente es un término municipal muy amplio y en él tenemos tres parroquias, San Miguel Arcángel, en el Collado; San Bernabé Apóstol, en Corcolilla y Nuestra Señora de la Piedad, de Alpuente, a la que pertenece la aldea del Chopo y donde fue bautizado el hasta ahora beato el mismo día de su nacimiento, en 1802”, señala Emiliana Sánchez, vecina de la localidad e impulsora de conservar el legado y su devoción, a través también de la Asociación Amigos de Alpuente.
El templo todavía conserva la pila bautismal donde recibió el sacramento el pequeño Pinazo, tras recorrer su familia tres kilómetros desde su casa natal, la misma distancia que de niño, Bartolomé recorría a diario para asistir a la escuela de Alpuente.
A una edad muy temprana, tuvo que abandonar la escuela para ayudar a su familia con las tareas de pastoreo. Una necesidad que se hizo todavía mayor, al fallecer su padre. Con tan solo 12 años pasaba mucho tiempo en las montañas “la soledad y el aislamiento le hicieron crecer en un ambiente de contemplación de la naturaleza y amor a Dios, acompañado siempre en su zurrón del catecismo, letrillas a la Virgen y el rosario”.
Su inquietud por la vida franciscana le llevó a colaborar con los religiosos del convento de Chelva, considerado el primero de la Observancia Franciscana que se alzó en España, en 1390. Allí ayudaba en las tareas rutinarias y de mantenimiento de la comunidad, lo que le permitió desarrollar su vocación como religioso.
Con 28 años, ingresó en el Convento San Francisco de Valencia para iniciar su noviciado. Dos años después fue enviado al Monasterio de Santa Clara de Gandia, donde ejerció de sacristán, ya con el nombre religioso de Francisco.
Ante los acontecimientos suscitados por la desamortización de Mendizábal y la exclaustración, Francisco Pinazo decidió permanecer junto a las religiosas y, ya sin hábito, ejercer de limosnero recabando ayuda y caridad por la ciudad ducal.
“Cuando se le quedó corta Gandía, empezó a pedir por los pueblos de alrededor. En uno de ellos, Real de Gandia, entabló amistad con la familia de Carmelo Bolta, religioso franciscano que se encontraba en Tierra Santa”, explica Emiliana. “Francisco quedó tan prendado de las noticias que de allí le llegaban, que pidió ser trasladado a los Santos Lugares”.
Según relata la obra ‘Biografía y Escritos del Beato Francisco Pinazo’ escrita por el que fuera párroco de Alpuente, el sacerdote Valeriano Herrero, “a Francisco no se le concedió el traslado a Tierra Santa, pero fue tal su empeño, que acudió al puerto el día que embarcaba la expedición. La Providencia quiso que cayera enfermo uno de los pasajeros, cuya plaza ocupó el santo, partiendo así a su deseado destino, el 8 de septiembre de 1843”.
De vuelta a la vida de hábito, Francisco Pinazo recorrió varias comunidades de franciscanos en Nicosia, Nazaret, Jaffa y Jerusalén, ejerciendo con humildad y sencillez de cocinero, sastre, limosnero y sacristán.
Destacó por su vida entregada a los más necesitados y vulnerables en cada uno de sus destinos. En 1858 fue enviado a la comunidad de Damasco, donde estaba al frente del convento el franciscano valenciano Carmelo Bolta.
Dos años más tarde comienzan las persecuciones contra los cristianos, a pesar de que los religiosos eran muy respetados por los musulmanes y la convivencia era buena, los islamistas radicales no aceptaban la igualdad de derechos.
El 9 de julio la revuelta irrumpió en el convento en el que se encontraban decenas de fieles cristianos, junto a un grupo de religiosos, entre ellos sacerdotes y hermanos legos. Todos ellos fueron martirizados por no renunciar a su fe. Según el relato de martirio, Francisco fue golpeado con una maza en lo alto del campanario, desde donde fue arrojado moribundo y falleció “perdonando a sus verdugos”.
“Era un hombre con un profundo amor a Cristo”, señala Francisco Llopis, párroco del templo dedicado al Beato Francisco Pinazo en el barrio de Marchalenes de la capital valenciana. “A pesar de no tener estudios, demostró tener un don para escribir poesías al Señor, quizá no muy correctas teológicamente, pero que demostraban el don de la fe y su entrega al amor de Dios”, añade.
Prueba de ello es que sufrió el martirio con sus compañeros de comunidad, “para ser testigos de Cristo en una zona que, aunque contaba con la presencia de cristianos, estaba dominada por los musulmanes”, recuerda LLopis.
El 10 de octubre de 1926 fue beatificado por Pío XI y casi cien años después, el papa Francisco lo ha canonizado junto a otros siete mártires asesinados en Damasco, este pasado 20 de octubre.
“La canonización supone un impulso para la parroquia”
Desde la parroquia dedicada al beato en Valencia, ahora ya santo, también ha celebrado con entusiasmo la noticia de la canonización de su titular. “Han pasado muchos años desde aquel martirio, pero no por eso el testimonio deja de ser actual, es un ejemplo de la fe, de cómo hoy en día los cristianos podemos seguir siendo testigos de Dios, como Francisco, con nuestras flaquezas y nuestras virtudes”, señala el párroco Francisco Llopis.
Los fieles del templo también mostraron su interés por participar en la peregrinación diocesana para vivir junto a los devotos de los beatos de toda la diócesis, esta fiesta de la Iglesia que sin duda “supondrá un impulso para la parroquia, dedicada al hasta ahora beato”, añade.
La alegría de la serranía valenciana con un hijo en los altares
La devoción a Francisco Pinazo está muy arraigada en Alpuente, cuya fiesta se celebra cada 9 de julio con una misa solemne y procesión. Los vecinos y los hijos del pueblo que ya no viven en él, sienten al futuro santo como parte de su propia historia, un legado de fe que recuerdan al visitar su parroquia, donde se conserva la pila bautismal de Francisco Pinazo, a la que acuden para bautizar a las nuevas generaciones.
La iglesia parroquial cuenta también con un altar dedicado al santo, en la nave central, junto al presbiterio. En él se alza una imagen del franciscano realizada en el aniversario de su beatificación.
El templo también conserva en la capilla de la Comunión el busto de la imagen original del santo, que fue destruida durante el saqueo a la parroquia en la Guerra Civil, y de la que se pudo salvar la cabeza gracias a un niño que se la llevó en brazos hasta su casa. “Terminada la contienda, el grupo de mujeres que se reunían en al parroquia para realizar flores artesanales decidieron llevar todo lo que escondían en sus casas, recuperando así el rostro y las manos de la Virgen de la Piedad, la imagen de San Vicente Ferrer y el busto de San Francisco Pinazo”.
Su párroco, Renato Amorim comparte la alegría de los fieles, a los que atiende en la parroquia desde hace a penas tres meses, por lo que asegura sentirse afortunado de haber llegado en este momento tan especial para la localidad. “Es una alegría para la gente de Alpuente que un hijo de su tierra sea elevado a los altares. Y para mí también, que llevo poco tiempo aquí, es un honor participar de la alegría de su canonización como testigo de la fe, porque ha derramado su sangre en nombre de Cristo”.
“Para nosotros que somos cristianos, es un testigo fundamental, porque Cristo dio su vida por nosotros y el santo también murió para salvar a los fieles de Damasco que estaban refugiados junto a él”.