Eduardo Martínez | 13-03-2013
“Antes de que el obispo bendiga al pueblo os pido que vosotros recéis al Señor para que me bendiga. Hacemos en silencio esta oración de vosotros sobre mí”, dijo en su primer saludo. El Santo Padre se inclinó para recibir la bendición, en uno de esos golpes de efecto cargados de sentido que se han sucedido durante todo el cónclave. Francisco dirigía la atención desde el primer momento hacia Dios mismo.
Silencio sobrecogedor
Fueron sólo veinte segundos de silencio. Pero fueron sobrecogedores. Los decenas de miles de fieles que atestaban la plaza enmudecieron. Muchos cerraban los ojos y apretaban sus rosarios con las manos. El único murmullo salía de las cámaras de los fotógrafos de las agencias internacionales de prensa, ráfagas de chasquidos quizás estupefactas ante la profundidad –más allá del espectáculo- de lo que allí se estaba viviendo. Terminada la oración, las lágrimas se escurrían por los rostros de muchos peregrinos. Hasta ese momento, sólo habíamos visto llorar a un grupo de muchachas argentinas. De algún modo, el papa Francisco se acababa de ‘convertir’ en ese instante –más si cabe- en el papa de todos. “Parece que los cardenales han ido a buscar al nuevo pontífice al fin del mundo”, señaló con humor en otro momento el primer Sucesor de los Apóstoles de origen hispanoamericano.
El silencio al que invitó el papa Bergoglio hizo recordar a muchos aquel otro inolvidable de Cuatro Vientos: el que se produjo durante la adoración eucarística con Benedicto XVI durante la Jornada Mundial de la Juventud de Madrid. Al papa emérito dedicó su sucesor las primeras palabras de su primer discurso, al pedir para él una oración: un ‘Padrenuestro’ y un ‘Ave María’ que todos elevaron en ese momento.
Peregrinos valencianos
La oración ha acompañado el pulso del cónclave estos días. En medio del jolgorio de las fumatas (“¡será negra!”, “¡no, blanca!”…), muchos han rezado conscientes de la importancia del momento. Es el caso de José Lluesma y de Andrés Arocas, dos jóvenes valencianos de 21 y 19 años, respectivamente, que han peregrinado a Roma estos días expresamente para aclamar al nuevo papa. Ambos, con un paraguas en una mano y un rosario en la otra, han aguardado bajo la lluvia los dictámenes de la chimenea de la Sixtina rezando en la plaza de San Pedro. Tanto José, que cursa 2º de Bachillerato, como Andrés, que ha comenzado Traducción, han aparcado por unos días sus estudios y han volado hasta la Ciudad Eterna para “poder vivir de cerca estos momentos históricos”.
Junto a los dos ha estado el sacerdote de la diócesis de Valencia Francisco Ferrer, que se encuentra en Roma cursando el doctorado. Para el presbítero, “la oración es fundamental porque el cónclave es para toda la Iglesia”. Sobre el nuevo pontífice, Ferrer destacó a PARAULA -minutos antes de la fumata blanca- la importancia de que, “como hicieron los papas que hemos conocido nosotros, dé su vida por Cristo y por la Iglesia”.
Estos días también hemos visto orar por el cónclave a muchas religiosas. A veces bajo la lluvia y a pesar del frío invernal. En un corro, sentadas en pequeñas sillas plegables y enfundadas en sus chubasqueros, una representación internacional de las Hermanitas del Cordero elevaban sus plegarias poco antes de la última y definitiva fumata, a veces cantando y siempre soportando el chaparrón con una sonrisa. Entre ellas estaba la hermanita Anne Claire, procedente de la diócesis valentina.
Otros muchos peregrinos se han recogido estos días en oración, silencio y contemplación en el ‘Centro Internacional Juvenil San Lorenzo’ -muy cercano al Vaticano-, donde se ha celebrado una adoración eucarística permanente hasta la elección del nuevo papa. Hasta allí han acudido muchos fieles, sobre todo jóvenes, que tenían claro el trasfondo de lo que estos días sucedía en Roma.
Bellísima puesta en escena
El cónclave resulta, formalmente, espectacular: la púrpura cardenalicia por doquier, con ese sentido de estar dispuestos a entregarse hasta derramar la propia sangre; la Capilla Sixtina, con los inmortales frescos del gran Miguel Ángel; las fumatas y el bullicio en torno a ellas; la rudimentaria chimenea, que sigue dando la primicia en la era Twitter; el balcón que se abre y ¿quién saldrá?… Toda una puesta en escena bellísima que supone, en realidad, una invitación a mirar a la Belleza con mayúscula: Cristo mismo, en este caso aludido en la persona de aquel que ha de ser su nuevo Vicario en la tierra: el papa Francisco.