Miguel Minguet Mocholí nació en Castellar, Valencia, hace 37 años. Después de haber vivido su fe en el movimiento Juniors y en una comunidad neocatecumenal de la parroquia de la Epifanía, con 19 años decidió consagrar su vida al Señor. Tras un tiempo de experiencia y discernimiento, lo dejó todo -también su carrera de Ingeniería Industrial- y tomó el hábito en los Monjes de Belén, de la Asunción de la Virgen y de San Bruno, entregando desde entonces su vida a la oración en la clausura del monasterio de la Asunción de Nuestra Señora, en Montsvoirons, Francia. Hoy, el hermano Mihael nos ofrece su testimonio.
❐ L.B.| 2.06.2023
Hermano Mihael, ¿cómo surgió su vocación religiosa?
- Mi vocación se concreta a los 18 años durante el verano del 2004, gracias a varios retiros con las hermanas de Belén en Sigena.
Dos cosas fundamentales se encuentran en la raíz de mi vocación. La primera es el contacto directo con el Evangelio. Así fue como a los 18 años la lectura atenta del Evangelio me empezó a poner en contacto, no con ideas bonitas, sino con la persona de Jesús, suscitando una sed de intimidad con Él.
La segunda fue el testimonio de la caridad fraterna que quizás pude percibir particularmente durante el año en que viví con los Cooperadores de la Verdad (entonces aún Escolapios). Una comunión fraterna auténtica y profunda sin hipocresías.
Estos son los dos polos de mi vocación que siento como una constante hasta hoy: la soledad con Dios y la comunión fraterna. - ¿Cómo fue el proceso de discernimiento?
- El proceso de discernimiento se intensificó durante el curso 2004/2005, durante ese año los Cooperadores de la Verdad me permitieron vivir con ellos, compartir su cotidianidad, por lo que les estoy muy agradecido, tomando así el tiempo necesario para discernir, rezar, interrogar….
Al mismo tiempo que vivía con ellos pude a ir varios retiros en el monasterio que las Hermanas de Belén tenían en Sigena, sintiéndome muy atraído por su estilo de vida. Por eso, las hermanas me invitaron a conocer a los hermanos en el Monasterio de Montsvoirons, muy cerca de la frontera entre Francia y Suiza, en el verano 2005. Tras un mes de retiro con los hermanos pude confirmar que esa vida daba respuesta al deseo profundo que Dios ponía en mi corazón y decidí continuar la experiencia con ellos en el Monasterio de Israel, durante un año para discernir, al cabo del cual recibí el habito monástico que marcaba mi entrada como postulante y novicio. - ¿Hubo alguna persona cuyo ejemplo influyera en su vocación o fuera un modelo para usted?
- Quienes más influyeron en mi vocación fueron las Hermanas de Belén, en Sigena, y los Cooperadores de la Verdad. A través de ellos pude ver que una vida de santidad no era tan solo algo bonito y deseable sino también accesible, ya que eran personas muy normales y, al mismo tiempo, habitadas por Dios.
Por otra parte, me ayudó mucho la lectura de las vidas de los santos, en particular el testimonio de la vida de los monjes de la espiritualidad oriental como los apotegmas de los Padres del desierto, la vida de san Siluan, el peregrino ruso o los escritos de Jean LaFrance. - ¿Tuvo dudas durante este tiempo?
- Al inicio del camino he tenido dudas e incertidumbres, y pienso que, en un auténtico discernimiento, Dios al mismo tiempo que da una luz, deja también oscuridad, para que seamos libres para elegir de forma madura. En algunos momentos sentía que se entremezclaban una certeza interior que me guiaba, con un sentimiento de pobreza de no saber muy bien. “El viento sopla donde quiere y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va”, dice Juan en el capítulo 3.
- ¿Por qué los Hermanos de Belén y no otra congregación?
- No me puse a buscar en las páginas amarillas o en Google las listas de las congregaciones. Fueron dos cosas las que guiaron: primero la atracción interior que sentía por una vida de intimidad con Dios, suscitada por la lectura del Evangelio. Y la segunda, por lo que la Providencia me mostraba a través de las realidades de vida consagrada que ya conocía.
Y las dos cosas coincidieron, ya que la vida de las hermanas y los hermanos de Belén, que conocía desde pequeño, correspondía a un deseo puesto por Dios en mí. Pienso que en toda vocación hay un elemento interior y exterior, y debemos confiar en que la Providencia nos va guiando. - ¿Cómo reaccionó su familia ante su vocación?
- Soy el tercero de cuatro hermanos y en mi casa siempre se ha vivido la fe. Podría decir que nací en el Camino Neocatecumenal. Pero para mi familia fue muy difícil al principio. Sobre todo, porque con 18 años ya me fui a vivir con los Cooperadores y a los 19, a Israel, ¡que no está en la puerta de enfrente!
Fue para ellos como una muerte, pero después una resurrección. Lo primero que les ayudó fue el verme feliz y el poder compartir con ellos una relación más profunda, más madura y anclada en la fe. Y yo me siento ahora más unido a mi familia que antes. La separación hace que los lazos familiares sean más profundos.
Las familias reciben algo del ciento por uno ya que no dan nada material, una cosa o dinero, sino al propio hijo o hermano. Y he podido experimentar cómo, de manera misteriosa, el Señor tiene un cuidado especial con ellos.
Un momento muy especial es cuando vienen a visitarme una o dos veces al año. Tengo la suerte de tener unos 12 sobrinos -de entre 6 meses y 20 años- y pienso que es un momento en el que reciben algo de la gracia del monasterio. - ¿Cómo es su vida en un día normal?
- Nuestra jornada empieza con el oficio litúrgico de maitines-laudes seguido de la misa a las 6:45 horas, que dura poco más de dos horas. A continuación, tenemos un tiempo de estudio de cerca de hora y media en la celda, hasta la comida que es a las 11:30 y siempre en la soledad de la celda.
Después de comer de 12:30-17 horas tenemos el tiempo de trabajo en los talleres de artesanía como la fabricación de incienso, sandalias, cuero, orfebrería… o en los servicios de la casa, la cocina, la obra, la carpintería… El tiempo de trabajo es otra manera de vivir en presencia del Señor y es muy importante para un hombre que necesita dar su energía física y creatividad en un trabajo concreto. Además el trabajo nos hacer ser responsables de nuestra supervivencia, siendo éste nuestra principal fuente de beneficios para mantener el monasterio. A través del trabajo artesanal queremos también transmitir algo de la belleza de Dios sin palabras.
La jornada finaliza con el oficio de las vísperas a las 17:45, que concluye a las 18:30. Los hermanos pueden cenar sea bien antes o después de vísperas.
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