BELÉN NAVA | 4-05-2018
Nora, Sigrid, Santal y Elena (segunda por la izquierda) de excursión en Lund.Con 23 años, y como dicen nuestros mayores “con toda la vida por delante”, Elena es una joven valenciana, despierta e inquieta que un día decidió que quería hacer mucho más por las personas y encontró en Taizé la alegría de lo sencillo.
Muchos pensarán que es una locura, otros admirarán su valor y su coraje y otros, simplemente, dirán que estas cosas su pasar después de ir a Taizé. Permitidme que os presente a Elena, la protagonista de esta historia. Una joven valiente y decidida y…seamos sinceros…una ‘rara avis’ en los tiempos actuales. Dejarlo todo por darse a los demás no es algo que acumule muchos ‘likes’ ni que ocupe las ‘stories’ de Instagram. Pero es lo que hizo esta joven valenciana.
Con 23 años y la carrera de enfermería y podología terminada, Elena no estaba muy segura “de qué quería hacer a partir de ese momento, decidí tomarme un año sabático. Hice la maleta y me marché a Taizé por tiempo indefinido”.
La elección de Taizé no es casual. Mientras otros jóvenes aprovechan sus años sabáticos en recorrer mundo disfrutando al máximo de la experiencia y exprimiendo al máximo las noches y los días, Elena decidió volver a aquel lugar que conoció en un viaje organizado por su colegio Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús. “Así es como conocí esta comunidad ecuménica dirigida por lo que llamamos Hermanos, hombres que consagran su vida a Dios para vivir una vida en comunidad, oración y austeridad. Además, cada semana del año acogen a jóvenes de todo el mundo para vivir una experiencia de oración, ecumenismo, austeridad y alegría. Más tarde volví a Taizé varias veces con los viajes organizados por la Acogida Taizé Valencia”, explica a PARAULA. Así que el año pasado, “decidí vivir la experiencia de permanente, que consiste en quedarse un mínimo de un mes y trabajar de manera voluntaria para la comunidad, desempeñando todas las labores que se requieren para poder acoger a todos los peregrinos cada semana”.
Lo que en principio iba a ser un mes se convirtieron en unos cuantos más y al final “acabé viviendo en esa pequeña colina francesa tres meses y una experiencia que me cambió la vida. Me acercó muchísimo a Dios, me ayudó a conocerme a mí misma, me abrió la mente a otras culturas de todo el mundo, me liberó del materialismo, encontré la alegría en el servicio, en lo sencillo; y un sinfín de etcéteras”.
A lo largo de esta temporada, Elena descubrió que los hermanos tenían un proyecto en el que mandaban a chicas desconocidas, a cualquier parte del mundo a formar una pequeña comunidad ecuménica entre ellas y hacer trabajo social durante un mes. “Pero hasta que no hice una semana de silencio no me di cuenta de que yo quería poder servir a Dios en todo lo que me pidiera y posteriormente el proyecto de ‘Small provisional community’ (pequeña comunidad provisional) cayó en mis manos”.
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