BELÉN NAVA | 02.07.2020

Este año debido a la pandemia provocada por la covid-19 no habrá #VeranoMisión. Ante la alerta sanitaria y la situación actual que se vive en todo el mundo, la delegación de Misiones del Arzobispado de Valencia ha cancelado los viajes de voluntariado en países en misión, que cada año reúnen a decenas de jóvenes de la diócesis.


“Valorando todas las circunstancias que nos rodean, este verano no realizaremos los ya habituales voluntariados en misión, pero esto no debe desalentar nuestro afán de entrega y nuestras ganas de servir, pues sigue habiendo mucha necesidad y aquí también encontramos escenarios de misión en los que podemos involucrarnos”, explican.


Precisamente, el sábado 11 de julio se desarrollará una jornada de convivencia misionera en la que se concluirá el presente curso, se avanzarán algunas líneas de trabajo para el próximo y tratarán algunas posibilidades para seguir viviendo un verano misionero.


Entre otras acciones, la delegación propone a los jóvenes “buscar y realizar actividades para seguir colaborando, en parroquias, movimientos juveniles y entidades, para anunciar el Evangelio y trabajar por la promoción humana e impulsar iniciativas solidarias y de voluntariado para “ser útiles en estas circunstancias”, señalan.


Este año no habrán viajes, pero en PARAULA reflejamos el testimonio de aquellos que sí que han estado de #VeranoMisión en anteriores ocasiones.

Rocío en la zona donde se ubica el colegio Santo Tomás de Valencia en Lima (Perú).

“La felicidad es vivir cada momento”

Quien conoce a Rocío Troya sabe que es una chica con multitud de inquietudes. Es raro verla sin hacer nada. Su mente nunca para y tan pronto como termina una cosa ya está empezando otra mientras en su mente ya está ideando algo nuevo. Así que no es de extrañar que cuando era pequeña, y le preguntaban que qué quería ser de mayor, siempre decía lo mismo “quiero irme a Kenya y ayudar a los niños que no tienen nada, para que puedan ser más felices y sepan leer y escribir”.


Hace seis años su sueño se cumplió. No era el continente africano sino el americano y en vez de Kenya era Perú. “Era la primera vez que salía de país, estaba muy emocionada pero con mucho miedo. Iba cargada de ilusión de fuerza, con ganas de ayudar, de cambiar el mundo. En esos momentos era la persona más feliz del mundo”, explica echando la vista atrás. “Hasta que no me encontré allí no pude imaginar a lo que me iba a exponer. De camino al colegio todo cambiaba por segundos”. Lima es una ciudad llena de contrastes. Las barriadas difieren mucho entre sí. Zonas cosmopolitas que conviven con aquellas en las que ni siquiera existen las aceras; la basura se acumula en las calles; el tráfico es caótico…”Eso no parecía el tercer mundo, era el cuarto mundo”, afirma con rotundidad.


“Cuando entramos en el colegio Santo Tomás de Valencia fue una sensación indescriptible, después de kilómetros de chabolismo puro y duro, nos adentramos en el oasis en medio del desierto. Tras los días pasados allí, me di cuenta de que esta expresión era el más adecuado para describir el colegio. El colegio era la salvación para muchos de esos niños, desamparados, los cuales iban por las calles a diario, no estaban en sus casas, sus padres trabajaban todo el día y nadie estaba pendiente de ellos. Niños de 3 años que se iban solos a casa, que nadie venía a recogerlos, niños de 3 años que se iban y no iban a comer hasta el día siguiente en el cole”.


La falta de cariño
Realizando labores de apoyo en las clases de los niños de 3 a 5 años, Rocío pudo conocer de primera mano la situación en la que viven los pequeños. Muchos de ellos provienen de familias desestructuradas, “vivían en los cerros cercanos al colegio y bajaban o subían todos los días para asistir a él. Muchos días no iban al colegio por tener que suplir a su mamá en el trabajo”.


“Me he dado cuenta que nuestra misión no es la de cambiar nada, sino la de darles a estos niños, adolescentes y jóvenes, algo que no tienen, algo que les falta mucho, el cariño. Y la de descubrir lo que ellos tienen y nos falta a nosotros: la felicidad de vivir cada momento, la importancia que cobran las relaciones de amistad, y familiares, el sacrificio por los demás la vivencia real de la espiritualidad (sin la hipocresía del primer mundo), el verdadero dar, sin esperar nada a cambio”, explica Rocío.


“Muchas veces, tratamos de encontrar aquí nuestra casa, un lugar donde pertenecer, pero debemos saber que somos y venimos de Dios, y él es nuestra casa, a él pertenecemos. Nuestro corazón estará inquieto hasta volver a encontrarnos con él. Lo bonito es que no somos de este mundo, pero somos enviados con amor al mundo”, reflexiona esta joven valenciana.
“El Señor nos envía como misioneros y con las manos llenas, para luego recogernos con las manos vacías, habiéndolo entregado todo, habiendo servido a los más necesitados, habiendo consolado a los tristes, habiendo defendido a los débiles, habiendo sido luz en la oscuridad, habiendo amado a los que nos hirieron, habiendo sido reflejo suyo para el mundo. A veces no es tan fácil, no es el camino perfecto que ya está hecho y debemos pasar por ahí porque sabemos que nos llevará a nuestro destino, pero debemos recordar que nuestro rey fue el de la corona de espinas, ese que lo entregó todo por amor a nosotros, y nuestra misión es extender esa buena nueva a todos aquellos que todavía no se han enterado, que no saben del amor tan grande que el Señor nos tiene, ese amor que sana, que renueva, que nos salva, ese amor que le da sentido a todo en nuestra vida”.


Estas vivencias, replantearon su esquema de vida y si quería seguir sirviendo a los demás, y así fue, porque Rocío ha seguido participando en más proyectos de misión, como República Dominicana y Haití.
Aunque esa….es otra historia que algún día os contaremos.