Sequeri, durante su conferencia en la Universidad Católica de Valencia ‘San Vicente Mártir’.
Amor-sexualidad: un vínculo natural escindido por ideologías
La existencia de una relación profunda entre afectos y sexualidad no necesita ser demostrada, ciertamente, si bien las teorías y las prácticas de su escisión no son extrañas a la historia (y a la actualidad) de este vínculo. (…)
El efecto de oposición entre razón y afecto –que ha dado forma a la modernidad iluminista y, respectivamente a la reacción romántica– pide vigorosamente ser recompuesto: ya sea ante los resultados cultural y políticamente insatisfactorios de la alternativa, ya sea en referencia al mérito de la experiencia efectiva de razón y afección, cuya oposición no interpreta adecuadamente el modo humano de definir su relación con la verdad y el sentido de su existencia. (…)
La filosofía ha abandonado desde hace tiempo el ejercicio de la antigua escuela (monástica, medieval, humanística) del discernimiento analítico de los movimientos del espíritu y de la sabiduría del querer. Retomarlo a la altura de la constelación contemporánea de la cultura en nuestra época, no es algo trivial. (…)
Las neurociencias
La aproximación de las neurociencias, además, en su tendencia a vincularse a una visión utilitarista y determinista de la constitución psíquica del sujeto humano, complica ulteriormente los términos de la aproximación antropológica al nexo de libertad (personal) de la afección y responsabilidad (ética) de la relación. Esta complejidad hace todavía más decisivo el compromiso de establecer con alguna concreción y precisión el nexo del orden de los afectos con el orden del conocimiento. (…)
Una perspectiva adecuada: la jerarquía de amores vs el fenómeno erótico
La convicción de la necesidad de resolver el conflicto gana consenso, aun en el conflicto de las interpretaciones. Sin embargo, el resultado de esta concentración permanece todavía incierto. La filosofía, por otro lado, aun con significativas excepciones, toma como punto de partida el fenómeno erótico, más que el ‘ordo amoris’ [orden o jerarquía de amores]. La teología misma, por su parte, que también tendría, más que todos, el impulso y los argumentos para llegar hasta el fondo de esta separación de la verdad y del amor, ilustra vigorosamente dicha instancia: pero no dispone todavía de análisis y de síntesis a la altura de su adecuada elaboración, en el marco del énfasis vitalista (y de la deconstrucción hermenéutica) que la cultura teórica y el ‘ethos’ [carácter, conducta, moralidad] difundido aplican a las formas y a las fuerzas del amor. (…)
El amor es un don y un deseo
Es difícil, en cualquier caso, apartarse de la percepción del carácter misterioso que envuelve la experiencia del ‘ordo amoris’, el cual viene a nuestro encuentro como una experiencia últimamente indeducible e irreductible del querer como principio de la composición y del cumplimiento de la vida. Su “estética” no se deja atrapar, a la altura de su misma experiencia humana, sin plantear la pregunta de su responsabilidad y de su justicia. Su “dramática” no cancela de ningún modo la convicción de su promesa y de su verdad.
El amor sale a nuestro encuentro, al mismo tiempo como una necesidad y como una gracia, como un deseo y como un don. Y nos cierra el camino de la resignación en relación con su corrupción y con su pérdida, con su perversión y su sinsentido. La fe cristiana reconoce la raíz inextirpable de este misterio, y el principio irradiante de su destino, en el misterio de la creación y de la redención de Dios.
La unión del hombre y la mujer
El Creador encomienda al amor divino de la vida –que habita e instituye originariamente su misma intimidad trinitaria– el gesto de la constitución de una alteridad en el mundo de la vida, confiada a la alianza del hombre y de la mujer, en donde reside la “imagen y semejanza” de Dios. El amor conyugal y fecundo del hombre y de la mujer, en el cual se realiza el cuidado del mundo y la apertura de la historia según el designio de Dios, es como el útero materno en el cual la alianza de amor de la proximidad y de la fraternidad, es decir, de la comunión de los seres humanos que habitan la tierra, hace posible su iniciación a la verdad y a la justicia, a la cualidad y al sentido de la vida que no muere. (…)
Disponemos así de una traza afectiva y normativa, capaz de orientar y plasmar nuestra misma sensibilidad en la dirección del misterio del amor de Dios que está arraigado en el ‘ordo amoris’ humano. Aquel amor que el Espíritu mismo “derrama en nuestros corazones” (Rom 5,5) y que la revelación neotestamentaria ha optado por denominar, en la lengua griega, con el término ‘agape’ (1 Cor 13). La vía de ingreso del amor humano en el horizonte del ‘agape’ de Dios permanece en verdad sólidamente atestiguada en el principio creatural de esa especial alianza conyugal del hombre y de la mujer, mediante la institución matrimonial y familiar de una ‘communio personarum’ [comunión de personas], cuyo símbolo real está en el don recíproco de la intimidad sexual y de la fecundidad generativa de una nueva persona. En este marco, el reconocimiento de una institución divina del ordo amoris pasa, ciertamente, a través de la iluminación del sentido de la vis erotica del amor, que llama en causa a la identidad sexual y a la unión sexual del hombre y de la mujer (que se deben mantener unidas, pero que no deben confundirse). Al mismo tiempo, precisamente el acontecimiento de la alianza conyugal-familiar muestra su aptitud para instruir y para generar una articulación del orden de los afectos y de la fecundidad del amor que lo trasciende, abriéndolo a su composición con la alianza y la comunión, la proximidad y la fraternidad, el don y el sacrificio que alimentan el poder del amor humano como habitus total de la persona, de la comunidad, de la entera familia humana.
El amor humano es promesa de una vida con Dios
Esta trascendencia ilumina la promesa y sostiene la esperanza de nuestro estar destinados al don de una vida con Dios, que realiza nuestra disposición a gozar del amor de Dios por la criatura. En este sentido, la filialidad y la hospitalidad de nuestro venir al mundo, en el poder y en el útero espiritual del amor humano del hombre y de la mujer, se expanden hacia la fraternidad y la acogida que deben inspirar la unidad y la comunión de la entera familia humana. El ‘arché’ [fundamento] del orden humano de los afectos es, ciertamente, la semilla conyugal-familiar (…)
Tarea de la teología
Se hace así urgente la tarea –indiscutiblemente doctrinal y pastoral– de la teología, que debe lograr elaborar una comprensión sintética de dos dimensiones fundamentales para la interpretación cristiana de ‘agape’, es decir, del amor de Dios que se encarna en el amor humano y a la vez lo trasciende. Por un lado, se trata de conservar como un tesoro la redescubierta centralidad del misterio conyugal-familiar para el entero orden de los afectos. Por otro, siempre se trata de iluminar un ‘eros’ [amor asociado al deseo de placer] que se deja purificar y trascender en el ‘agape’ [amor asociado a la autodonación] de Dios, que edifica la familia humana en todas las formas de la predilección afectiva que no se resuelven en la relación conyugal. En el ‘eschaton’ [destino final] prometido por Dios, el amor permanecerá eterno, pero la erótica sexual, como también la generación filial, se extinguirán en su mismo cumplimiento.