papa-y-patriarcaREDACCIÓN| 29-05-2014

La visita del Papa a Tierra Santa tuvo su punto álgido en el encuentro ecuménico entre Francisco y el patriarca ortodoxo Bartolomé I en la iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén. Ambos firmaron una declaración conjunta por la unidad de los cristianos, cuando se cumplen cincuenta años del encuentro entre sus antecesores Pablo VI y Atenágoras… y casi mil años después de la mutua excomunión entre la Iglesia Católica y la Ortodoxa.

Durante su histórica visita, el Papa invitó, además, a rezar en el Vaticano por la paz a los presidentes de Israel y Palestina; y mantuvo encuentros con judíos, musulmanes, así como con refugiados.

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[su_spoiler title=»Histórico compromiso de Francisco y el Patriarca Bartolomé I por la unidad de los cristianos» style=»fancy»]

El domingo 25 de mayo, en la basílica del Santo Sepulcro de Jerusalén, se produjo uno de los momentos más importantes de la visita del Papa a Tierra Santa y el que, de hecho, la motivó principalmente: el encuentro entre el Obispo de Roma y el patriarca ortodoxo de Constantinopla. Francisco y Bartolomé I celebraron, así, el histórico encuentro que cincuenta años atrás mantuvieron sus antecesores Pablo VI y Atenágoras, sucesores a su vez de los apóstoles Pedro y Andrés.
De ese modo, ambos líderes religiososo sellaron simbólicamente el esperanzador camino hacia la unidad de los cristianos. Los dos firmaron una declaración conjunta por la unidad de las dos iglesias casi diez siglos después del cisma entre Oriente y Occidente, recordando así también la histórica decisión hace medio siglo de Pablo VI y Atenágoras de levantarse mutuamente las excomuniones que pesaban sobre ambas iglesias desde que se produjo el cisma.
Francisco y Bartolomeo I, uno vestido de blanco y el otro de negro, se arrodillaron largamente ante la tumba de Jesús. Los dos líderes religiosos fueron muy aplaudidos, tras lo cual repitieron el gesto de abrazarse, tal como ocurrió entre Pablo VI y Atenágoras en 1964.
“Nuestra reunión es fuente de profunda alegría espiritual para nosotros”, afirmaron el Papa y el Patriarca Ecuménico. “Representa una ocasión providencial para reflexionar sobre la profundidad y la autenticidad de nuestros vínculos, fruto de un camino lleno de gracia por el que el Señor nos ha llevado desde aquel día bendito de hace cincuenta años”, agregaron.
A este respecto, subrayaron que “nuestro encuentro fraterno de hoy es un nuevo y necesario paso en el camino hacia aquella unidad a la que sólo el Espíritu Santo puede conducirnos, la de la comunión dentro de la legítima diversidad”.
“El abrazo que se dieron el papa Pablo VI y el patriarca Atenágoras aquí en Jerusalén, después de muchos siglos de silencio, preparó el camino para un gesto de enorme importancia: remover de la memoria y de la mente de las Iglesias las sentencias de mutua excomunión de 1054”, recordaron.
“Aun siendo plenamente conscientes de no haber alcanzado la meta de la plena comunión, confirmamos hoy nuestro compromiso de avanzar juntos hacia aquella unidad por la que Cristo nuestro Señor oró al Padre para que ‘todos sean uno’”, concluyeron.
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[su_spoiler title=»Declaración común del Papa Francisco y del Patriarca Ecuménico Bartolomé I» style=»fancy»]

1. Como nuestros venerables predecesores, el Papa Pablo VI y el Patriarca Ecuménico Atenágoras, que se encontraron aquí en Jerusalén hace cincuenta años, también nosotros, el Papa Francisco y el Patriarca Ecuménico Bartolomé, hemos querido reunirnos en Tierra Santa, “donde nuestro común Redentor, Cristo nuestro Señor, vivió, enseñó, murió, resucitó y ascendió a los cielos, desde donde envió el Espíritu Santo sobre la Iglesia naciente” (Comunicado común del Papa Pablo VI y el Patriarca Atenágoras, publicado tras su encuentro del 6 de enero de 1964).
Nuestra reunión –un nuevo encuentro de los Obispos de las Iglesias de Roma y Constantinopla, fundadas a su vez por dos hermanos, los Apóstoles Pedro y Andrés– es fuente de profunda alegría espiritual para nosotros. Representa una ocasión providencial para reflexionar sobre la profundidad y la autenticidad de nuestros vínculos, fruto de un camino lleno de gracia por el que el Señor nos ha llevado desde aquel día bendito de hace cincuenta años.
2. Nuestro encuentro fraterno de hoy es un nuevo y necesario paso en el camino hacia aquella unidad a la que sólo el Espíritu Santo puede conducirnos, la de la comunión dentro de la legítima diversidad. Recordamos con profunda gratitud los pasos que el Señor nos ha permitido avanzar.
El abrazo que se dieron el Papa Pablo VI y el Patriarca Atenágoras aquí en Jerusalén, después de muchos siglos de silencio, preparó el camino para un gesto de enorme importancia: remover de la memoria y de la mente de las Iglesias las sentencias de mutua excomunión de 1054.
Este gesto dio paso a un intercambio de visitas entre las respectivas Sedes de Roma y Constantinopla, a una correspondencia continua y, más tarde, a la decisión tomada por el Papa Juan Pablo II y el Patriarca Dimitrios, de feliz memoria, de iniciar un diálogo teológico sobre la verdad entre Católicos y Ortodoxos. A lo largo de estos años, Dios, fuente de toda paz y amor, nos ha enseñado a considerarnos miembros de la misma familia cristiana, bajo un solo Señor y Salvador,
Jesucristo, y a amarnos mutuamente, de modo que podamos confesar nuestra fe en el mismo
Evangelio de Cristo, tal como lo recibimos de los Apóstoles y fue expresado y transmitido hasta nosotros por los Concilios Ecuménicos y los Padres de la Iglesia.
Aun siendo plenamente conscientes de no haber alcanzado la meta de la plena comunión, confirmamos hoy nuestro compromiso de avanzar juntos hacia aquella unidad por la que Cristo nuestro Señor oró al Padre para que “todos sean uno” (Jn 17,21).
3. Con el convencimiento de que dicha unidad se pone de manifiesto en el amor de Dios y en el amor al prójimo, esperamos con impaciencia que llegue el día en el que finalmente participemos juntos en el banquete Eucarístico. En cuanto cristianos, estamos llamados a prepararnos para recibir este don de la comunión eucarística, como nos enseña san Ireneo de Lyon (Adv. haer., IV,18,5: PG 7,1028), mediante la confesión de la única fe, la oración constante, la conversión interior, la vida nueva y el diálogo fraterno. Hasta llegar a esta esperada meta, manifestaremos al mundo el amor de Dios, que nos identifica como verdaderos discípulos de Jesucristo (cf. Jn 13,35).
4. En este sentido, el diálogo teológico emprendido por la Comisión Mixta Internacional ofrece una aportación fundamental en la búsqueda de la plena comunión entre católicos y ortodoxos.
En los periodos sucesivos de los Papas Juan Pablo II y Benedicto XVI, y del Patriarca Dimitrios, el progreso de nuestros encuentros teológicos ha sido sustancial. Hoy expresamos nuestro sincero aprecio por los logros alcanzados hasta la fecha, así como por los trabajos actuales.
No se trata de un mero ejercicio teórico, sino de un proceder en la verdad y en el amor, que requiere un conocimiento cada vez más profundo de las tradiciones del otro para llegar a comprenderlas y aprender de ellas. Por tanto, afirmamos nuevamente que el diálogo teológico no pretende un mínimo común denominador para alcanzar un acuerdo, sino más bien profundizar en la visión que cada uno tiene de la verdad completa que Cristo ha dado a su Iglesia, una verdad que se comprende cada vez más cuando seguimos las inspiraciones del Espíritu santo.
Por eso, afirmamos conjuntamente que nuestra fidelidad al Señor nos exige encuentros fraternos y diálogo sincero. Esta búsqueda común no nos aparta de la verdad; sino que más bien, mediante el intercambio de dones, mediante la guía del Espíritu Santo, nos lleva a la verdad completa (cf. Jn 16,13).
5. Y, mientras nos encontramos aún en camino hacia la plena comunión, tenemos ya el deber de dar testimonio común del amor de Dios a su pueblo colaborando en nuestro servicio a la humanidad, especialmente en la defensa de la dignidad de la persona humana, en cada estadio de su vida, y de la santidad de la familia basada en el matrimonio, en la promoción de la paz y el bien común y en la respuesta ante el sufrimiento que sigue afligiendo a nuestro mundo.
Reconocemos que el hambre, la pobreza, el analfabetismo, la injusta distribución de los recursos son un desafío constante. Es nuestro deber intentar construir juntos una sociedad justa y humana en la que nadie se sienta excluido o marginado.
6. Estamos profundamente convencidos de que el futuro de la familia humana depende también de cómo salvaguardemos –con prudencia y compasión, a la vez que con justicia y rectitud– el don de la creación, que nuestro Creador nos ha confiado. Por eso, constatamos con dolor el ilícito maltrato de nuestro planeta, que constituye un pecado a los ojos de Dios.
Reafirmamos nuestra responsabilidad y obligación de cultivar un espíritu de humildad y moderación de modo que todos puedan sentir la necesidad de respetar y preservar la creación. Juntos, nos comprometemos a crear una mayor conciencia del cuidado de la creación; hacemos un llamamiento a todos los hombres de buena    voluntad a buscar formas de vida con menos derroche y más austeras, que no sean tanto expresión de codicia cuanto de generosidad para la protección del mundo creado por Dios y el bien de su pueblo.
7. Asimismo, necesitamos urgentemente una efectiva y decidida cooperación de los cristianos para tutelar en todo el mundo el derecho a expresar públicamente la propia fe y a ser tratados con equidad en la promoción de lo que el Cristianismo sigue ofreciendo a la sociedad y a la cultura contemporánea. A este respecto, invitamos a todos los cristianos a promover un auténtico diálogo con el Judaísmo, el Islam y otras tradiciones religiosas. La indiferencia y el desconocimiento mutuo conducen únicamente a la desconfianza y, a veces, desgraciadamente incluso al conflicto.
8. Desde esta santa ciudad de Jerusalén, expresamos nuestra común preocupación profunda por la situación de los cristianos en Medio Oriente y por su derecho a seguir siendo ciudadanos de pleno derecho en sus patrias. Con confianza, dirigimos nuestra oración a Dios omnipotente y misericordioso por la paz en Tierra Santa y en todo Medio Oriente.
Pedimos especialmente por las Iglesias en Egipto, Siria e Iraq, que han sufrido mucho últimamente. Alentamos a todas las partes, independientemente de sus convicciones religiosas, a seguir trabajando por la reconciliación y por el justo reconocimiento de los derechos de los pueblos. Estamos convencidos de que no son las armas, sino el diálogo, el perdón y la reconciliación, los únicos medios posibles para lograr la paz.
9. En un momento histórico marcado por la violencia, la indiferencia y el egoísmo, muchos hombres y mujeres se sienten perdidos. Mediante nuestro testimonio común de la Buena Nueva del Evangelio, podemos ayudar a los hombres de nuestro tiempo a redescubrir el camino que lleva a la verdad, a la justicia y a la paz. Unidos en nuestras intenciones y recordando el ejemplo del Papa Pablo VI y el Patriarca Atenágoras, de hace 50 años, pedimos que todos los cristianos, junto con los creyentes de cualquier tradición religiosa y todos los hombres de buena voluntad reconozcan la urgencia del momento, que nos obliga a buscar la reconciliación y la unidad de la familia humana, respetando absolutamente las legítimas diferencias, por el bien de toda la humanidad y de las futuras generaciones.
10. Al emprender esta peregrinación en común al lugar donde nuestro único Señor Jesucristo fue crucificado, sepultado y resucitado, encomendamos humildemente a la intercesión de la Santísima siempre Virgen María los pasos sucesivos en el camino hacia la plena unidad, confiando a la entera familia humana al amor infinito de Dios.
“El Señor ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor se fije en ti y te conceda la paz” (Nm 6,25-26)
Jerusalén, 25 de mayo de 2014

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[su_spoiler title=»El Santo Padre invita a los presidentes de Israel y Palestina al Vaticano a rezar juntos por la paz» style=»fancy»]
En la ciudad de Belén, en la plaza del Pesebre,  donde el papa Francisco celebró una eucaristía, se produjo uno de los más momentos más significativos del viaje apostólico. Francisco invitó a los presidentes de Palestina, Mahmoud Abbas, y de Israel, Shimon Peres, a rezar en el Vaticano por la paz entre ambos pueblos y, en general, en Oriente Medio.
“En este lugar -dijo el Santo Padre-, donde ha nacido el Príncipe de la Paz, deseo dirigir una invitación a usted, señor Presidente Mahmoud Abbas, y al señor presidente Shimon Peres, a que elevemos juntos una intensa oración pidiendo a Dios el don de la paz. Ofrezco mi casa en el Vaticano para acoger este encuentro de oración”. La invitación fue recogio con aplausos por los fieles congregados en la misa.
Los no nacidos
El Obispo de Roma habló también de la situación de los niños y dijo que para diagnosticar la salud de la sociedad actual, basta ver cómo son tratados, ya incluso desde el seno materno.
Horas después, ya en Jerusalén, Francisco observó que Jerusalén significa “ciudad de la paz”: “Así la quiere Dios y así desean que sea todos los hombres de buena voluntad”, indicó. Por ello, exhortó a que se redoblen los esfuerzos para alcanzar una solución justa al conflicto entre Israel y Palestina. Asimismo, reiteró su invitación a rezar por la paz en el Vaticano.
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[su_spoiler title=»Catequesis semanal del Papa – La paz se construye artesanalmente» style=»fancy»]
He realizado una peregrinación a Tierra Santa. Ha sido un gran don para la Iglesia, y le agradezo a Dios. Él me ha guiado en aquella tierra bendita que ha visto la presencia histórica de Jesús, y donde se verificaron eventos fundamentales para el judaísmo, el cristianismo y el Islam. La finalidad principal de esta peregrinación fue conmemorar el 50 aniversario del histórico encuentro entre el papa Pablo VI y el patriarca Atenágora. Fue la primera vez que un sucesor de Pedro visitó Tierra Santa: Pablo VI inauguraba así, durante el Concilio Vaticano II, los viajes de los papas fuera de Italia, en la época contemporánea.
Aquel gesto del obispo de Roma y del patriarca de Constantinopla ha puesto una piedra angular en el camino, sufrido pero prometedor, de la unidad de todos los cristianos, que desde entonces ha cumplido pasos importantes. Por lo tanto, mi encuentro con su santidad Bartolomeo ha sido el momento culminante de la visita. Juntos hemos rezado ante el sepulcro de Jesús, y con nosotros estaban el patriarca griego-ortodoxo de Jerusalén Theophilos III, y el patriarca armenio apostólico Nourhan, además de arzobispos y obispos de diversas Iglesias y comunidades, autoridades civiles y muchos fieles.
En aquel lugar en donde resonó el anuncio de la Resurrección, hes visto toda la amargura y el sufrimiento de las divisiones que todavía existen entre los discípulos de Cristo. Y verdaderamente ésto hace tanto mal, estamos todavía divididos, en esos lugares en donde resonó la voz de la Resurrección, en donde Jesús nos dio la vida. Pero sobre todo, en aquella celebración cargada de recíproca fraternidad, de estima y de afecto, hemos sentido fuerte la voz del Buen Pastor Resucitado, que quiere hacer de todas su ovejas un solo rebaño. He sentido el deseo de sanar las heridas todavía abiertas y seguir de forma tenaz el camino hacia la plena comunión.
Nuevamente, como hicieron los papas anteriores, yo pido perdón por lo que nosotros hemos hecho para favorecer esta división y le pido al Espíritu Santo que nos ayude a sanar las heridas que hemos causado a nuestros hermanos. Con el patriarca Bartolomeo hemos compartido la ganas de caminar juntos, hacer todo lo que juntos podemos hacer: rezar juntos, trabajar juntos por el rebaño de Dios, buscar la paz, custodiar la creación y como hermanos tenemos que ir adelante.
Otra finalidad de esta peregrinación ha sido animar en aquella región el camino hacia la paz, que es al mismo tiempo don de Dios y empeño de los hombres. Lo he hecho en Jordania, Palestina e Israel. Y lo he hecho en cuanto peregrino, en el nombre de Dios y del hombre, llevando en el corazón una gran compasión por los hijos de aquella Tierra que desde hace demasiado tiempo conviven con la guerra y tienen el derecho de conocer finalmente días de paz.
Por este motivo he exhortado a los fieles cristianos a dejarse ‘ungir’ con corazón abierto y dócil, por el Espíritu Santo, para ser siempre más capaces de gestos de humildad, de fraternidad y de reconciliación… El Espíritu permite asumir estas actitudes en la vida cotidiana, con personas de diversas culturas y religiones, y así volverse ‘artesanos’ de la paz. La paz se contruye artesanalmente, no hay industrias de paz, se hace cada día, y con el corazón abierto para que venga el don de Dios.
En Jordania he agradecido a las autoridades y al pueblo por su empeño, al acoger numerosos prófugos provenientes desde las zonas de guerra, que necesitan el apoyo constante de la comunidad internacional. Tenemos que rezar para que el Señor bendiga a este pueblo, en este trabajo de acogida que realiza.
También en otros lugares he animado a las autoridades para que sigan en sus esfuerzos para relajar las tensiones en Oriente medio, especialmente en la martirizada Siria, como seguir buscando una solución equitativa al conflicto palestino-israelí. Por esto he invitado al presidente de Israel y al presidente de Palestina, ambos hombres de paz y artífices de paz, para que vengan al Vaticano a rezar juntos conmigo por la paz.
Esta peregrinación en Tierra Santa ha sido también la ocasión para confirmar en la fe a las comunidades cristianas, que sufren tanto, y expresar la gratitud de toda la Iglesia por la presencia de los cristianos en esta zona y en todo Oriente Medio. Estos hermanos nuestros son valientes testigos de la esperanza y caridad, ‘sal y luz’ en aquella tierra. Con su vida de fe y de oración y con su preciosa actividad educativa y asistencial, ellos trabajan por la reconciliación y el perdón, contribuyendo al bien común de la sociedad.
Con esta peregrinación he querido llevar una palabra de esperanza, si bien al mismo tiempo la he recibido. La he recibido de los hermanos que esperan ‘contra toda esperanza’, a través de tantos sufrimientos.
Recemos por ellos y por la paz en Tierra Santa y en todo el Medio Oriente. La oración de toda la Iglesia sea de apoyo también del camino hacia la plena unidad entre los cristianos, para que el mundo crea en el amor de Dios, que en Jesucristo vino a vivir en medio de nosotros.
(Extracto de la catequesis del Papa del 28-5-14)
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[su_spoiler title=»El Papa, Tierra Santa y el lenguaje universal del amor» style=»fancy»]Durante su viaje a Tierra Santa, el Papa volvió a acompañar sus palabras de gestos inolvidables. Gestos a veces tan elocuentes como los propios discursos. Quizá porque están expresados en el lenguaje universal, ése que todo el mundo entiende sin mayor esfuerzo: el del amor.
La visita apostólica nos deja, por ejemplo, el abrazo de amistad entre un católico, un judío y un musulmán. Las tres religiones monoteístas, tantas veces enfrentadas, fundidas en un saludo estrecho, sincero, entre tres viejos amigos. Porque Jorge Bergoglio, el rabino Abraham Skorka y el dirigente musulmán Omar Ahmed Abboud escribían ya juntos con esa inequívoca gramática del amor en tiempos del primero como arzobispo de Buenos Aires. “Lo logramos”, comentaron los tres bajo el Muro de la siempre disputada Ciudad Santa, en ese abrazo del 26 de mayo del 2014 que queda ya para la historia.
Los tres amigos se conocieron en Buenos Aires. Y desde hace años, han trabajado juntos por fomentar el entendimiento entre distintas religiones. Ahora nos han brindado ese gesto universal que habla por sí mismo.
Francisco ha conmovido también al mundo al ser él, todo un líder religioso, quien se inclinaba para besar las manos de los supervivientes judíos del Holocausto. O cuando decidió saltarse el programa previsto y hacer parar su vehículo para rezar ante el muro que divide dramáticamente a Israel y Palestina. Oró en silencio allí, no hizo ningún discurso. No hizo falta. Todos le entendimos.
Eduardo Martínez
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