L.B. | 13-06-2019
Este domingo 16, solemnidad de la Santísima Trinidad, la Iglesia celebra la ‘Jornada pro orantibus’, con el lema ‘La vida contemplativa. Corazón orante y misionero’. Este día se nos invita a que valoremos y agradezcamos la vida de los religiosos que se consagran enteramente a Dios por la oración, el trabajo, la penitencia y el silencio.
Para el padre dominico Martín Gelabert, vicario episcopal para la Vida Consagrada, “es un acierto unir la condición orante y misionera porque es una manifestación de que las dos cosas están profundamente unidas: no hay oración sin misión, ni misión sin oración”.
“Las religiosas contemplativas son un testimonio misionero y, con su oración, apoyan a los que más directamente están metidos en asuntos a los que ni ellas ni los demás podemos llegar. Ya decía santo Tomás de Aquino que la buena contemplación se tiene que prolongar en el testimonio y la misión. Porque quien encuentra un tesoro, algo bueno, necesita comunicarlo a los demás y compartir su alegría con los otros. Es mejor ser misionero y orante que sólo una cosa”, añade el P. Martín. Y recuerda que ya santa Teresita del Niño Jesús fue proclamada patrona de las misiones.
Esta jornada es una oportunidad para recordar que las monjas contemplativas están implicadas en todo lo que es Iglesia. Ya dice el papa Francisco e insiste en que hay que hacer que la Iglesia esté en estado de misión.


Las jóvenes religiosas, en el convento de la Encarnación, de Valencia.
Jóvenes Carmelitas de la Antigua Observancia de Valencia rezan por los sacerdotes y los seminaristas
En el convento de la Encarnación, en pleno barrio de Velluters
En pleno centro de Valencia, entre los muros del monasterio de la Encarnación del Verbo Divino, varias jóvenes han consagrado su vida al silencio y la oración. Su vocación surgió de la catequización que un matrimonio y un sacerdote, misioneros españoles pertenecientes al Camino Neocatecumenal, están llevando a cabo en Venezuela, de donde proceden. Dentro de su carisma de oración, las Carmelitas de la Antigua Observancia de este convento, tienen especialmente encomendada la oración por los sacerdotes y los seminaristas. “Éste es un legado que nos dejó el anterior arzobispo, Carlos Osoro, y que nos recuerda el cardenal Antonio Cañizares cuando viene a visitarnos”, destaca la superiora, la hermana María del Sagrario. Algunas de estas jóvenes ofrecen su testimonio vocacional a Paraula.
María de la  Misericordia, tiene 19 años y ya lleva dos en el convento de la Encarnación. Aunque era de familia cristiana y vivía su fe en una comunidad del Camino Neocatecumenal, reconoce que se sentía triste y deprimida. “Estaba constantemente leyendo novelas románticas que me hacían vivir en un mundo ficticio que no me hacía feliz. Vivía amargada y triste”. Sin embargo, “aquí he visto que Dios está conmigo, es mi compañero y amigo. Él me escucha, me llena, es algo totalmente diferente a lo que tenía fuera, una experiencia muy bonita”, añade.
Por su parte, Mª Faustina del Sagrado Corazón de Jesús y de la Santísima Trinidad, a sus 20 años reconoce que antes vivía “hipócritamente” porque aunque era de familia cristiana, en el fondo “vivía como una pagana”. Estaba estudiando ingeniería civil y, en apariencia, no le iba mal, sacaba buenas notas y tenía amigos. Pero reconoce que “podía pasar todo el día echada en el sofá con el móvil o con el ordenador. Y comiendo. Comía muchísimo. Buscaba la vida en muchas cosas que no me llenaban y, sin ser consciente, tenía un gran vacío”. Todo cambió en el encuentro de jóvenes con el Papa en el año de la Misericordia. “Realmente yo iba de turismo, pero el Señor aprovechó ese momento para llamarme”, dice. Ahora ha experimentado que “Dios existe y que me quiere. Él ha sido bueno conmigo y me ama a pesar de mi vida. Y no puedo dejar de darle gracias”.
Diana de Paulina y de San Pedro de Alcántara, tiene 22 años. Estudiaba química, pero como no le llenaba nada de lo que hacía, pasó a estudiar turismo, después diseño… “Creía ser feliz, pero no era así. Realmente, no sabía qué hacer con mi vida. Yo, que quería ser libre, terminé siendo esclava de la universidad, de internet, de mil cosas. No era feliz”. Diana incluso dedicaba parte de su tiempo a los niños y ancianos más necesitados. “Estaba intentando llenar mi vida pero no lo conseguía”, explica. Además, quería casarse y tener una familia. Pero sus planes se frustraron cuando cayó en depresión. Fue en ese momento, en 2017, cuando asistió a un encuentro vocacional con Kiko Argüello. “Hoy puedo decir ‘bendita crisis’ que me ha traído aquí. Dios es muy grande. Aquí he encontrado su amor y he podido sentir esa paz y esa alegría que andaba buscando. Él llena mi corazón y cada día más. Si ahora es así, no quiero ni pensar lo que puede llegar a ser”, exclama.
Mª Pilar, de 29 años, proviene de una familia carismática. Ve la mano de Dios en su vida pero también la acción de sus padres que cuidaron de su vida y de su fe. Mª Pilar llevaba una vida activa dentro de la Iglesia. Iba a catequesis, a misa, al grupo de oración… Sacó su carrera de maestra y estuvo dando clases en una escuela. Tenía novio y se iba a casar. Tenía lo que cualquiera hubiera considerado una vida feliz, pero que no era suficiente para ella. “Siempre me preguntaba qué quería Dios para mí”, recuerda. Buscando algo más asistió a unas catequesis del Camino Neocatecumenal. A partir de ahí pudo experimentar cómo Dios iba cambiando y poniendo paz en su vida. A los seis meses de estar en el Camino participó en un encuentro vocacional. “Le pedí a la Virgen que me dijera qué quería Dios para mí”. Y fue entonces cuando sintió la llamada. “Poco a poco, el Señor ha ido iluminando mi vida y ha puesto orden en todo. Estoy muy agradecida a Dios por haberme dado esta oportunidad sin yo merecerlo”, explica Mª Pilar.
Canónigas Regulares Lateranenses de San Agustín, la vitalidad de una orden de 1.500 años
Con origen en las vírgenes y viudas consagradas de la primitiva Iglesia, están en el monasterio de S. Cristóbal
Las hermanas Mª José, Mª Fátima. Mercedes, Mª Jesús y Amelita.
Se trata quizás de uno de los monasterios valencianos y de una de las órdenes religiosas menos conocidas. A pesar de que se encuentra junto al colegio San Pío XII, en el interior del monasterio de San Cristóbal apenas se percibe el barullo de los niños. Las seis religiosas que en la actualidad forman la comunidad de la Orden de Canónigas Regulares Lateranenses de San Agustín, llevan una vida marcada por el silencio y la oración.
La orden tiene su origen en las vírgenes y viudas de la primitiva Iglesia que, consagradas públicamente por el Obispo, se entregaban totalmente al Señor en la continencia y servicio a la Iglesia. “No tenemos un fundador como otras congregaciones, sino que fue la Iglesia misma la que nos fundó. Luego, en el siglo IV-V fue san Agustín, quien nos dio las reglas”, explica la superiora, la madre Mercedes Aparisi.
Llegaron a nuestra diócesis desde Barcelona, instalándose en el monasterio de Santa Bárbara, de Alzira. Como las condiciones del convento no eran muy salubres, en 1409 se trasladaron a Valencia, a la calle del Mar, junto a la iglesia de San Cristóbal, de la que tomaron el nombre para su monasterio. Con la desamortización tuvieron que dejar el convento. Tras un breve paso por las calles Convento Jerusalén y Sagunto, junto a la parroquia de San Antonio, en 1891 ocuparon el actual Real Monasterio de San Cristóbal, un edificio de finales del siglo XIX situado en el margen izquierdo del río Turia, detrás del convento de la Trinidad, junto a la calle Alboraya, que en un primer momento fue ocupado por una treintena de religiosas.
La actual comunidad está formada por seis religiosas: la madre Mª María Comellas, sor Mª José de Juan, sor Mª Jesús Aparicio, sor Amelita Barliso, sor Mª Fátima Uayan y sor Mª Mercedes Aparici.
Oración y eclesialidad
El carisma de las Canonesas se expresa en cuatro aspectos básicos: oración, fraternidad, eclesialidad y hospitalidad.
A lo largo de su jornada, las religiosas dedican tiempos fuertes a la oración personal y también a la comunitaria. Siete veces al día se reúnen en el oratorio para rezar el oficio de lectura, laudes, tercia, sexta, nona, vísperas y completas.
“Rezamos por todos, desde los más pequeños, hasta los mayores, y siempre por los sacerdotes, la Iglesia, los más pobres, por la paz, por el gobierno, por la conversión de los pecadores, por la familia, los jóvenes, las vocaciones y, también por los enfermos”, explicar la superiora.
Junto a los grandes tiempos que dedican a la oración, no puede faltar el trabajo. “Hacemos rosarios, pulseras, lavamos y planchamos ropa (manteles, principalmente) de iglesia o de particulares. Y ahora estamos estudiando la posibilidad de dedicarnos a fabricar formas”, añade sor Mª Mercedes. Parte del tiempo de trabajo lo dedican también a cuidar de los árboles frutales de su huerto.
Además de destinar sus ingresos a su propio sustento, las religiosas colaboran con la casa de formación que, poco a poco, están construyendo en Filipinas.
Misión en Filipinas
“La estamos haciendo gracias a las aportaciones de muchos valencianos que nos hacen donativos, y también contamos con la colaboración de la Fundación Ad Gentes del Arzobispado de Valencia, de la Conferencia Episcopal Española, a través de los Fondos para la nueva evangelización, y otras entidades”, indica sor Mercedes. Allí se están formando en la actualidad unas diecinueve chicas y ya necesitan ampliar la casa que aún no han terminado de construir, porque hay varias chicas esperando para ingresar. “Tenemos muchas vocaciones en Filipinas porque allí las familias son muy católicas y, sobre todo, por la gran labor llevada a cabo por los misioneros Dominicos que han llevado a aquellas tierras también la devoción por san Vicente Ferrer”, reconoce la superiora.
La orden de Canonesas Regulares Lateranenses de San Agustín, tiene también presencia en Alicante, Álava, San Sebastián, Burgos, Guipúzcoa, Ibiza, Palencia y Mallorca. Y en países como Italia, Francia y Santo Domingo.