
Feligreses del misionero valenciano Francisco Reig, que lleva más de 20 años como misionero en Angola.
Como los discípulos de Jesús, enviados en misión, los misioneros cambian el mundo: recorren a pie, por mar y por aire el mundo entero, sin escatimar esfuerzo alguno, para que el Evangelio sea acogido por los hombres, se conviertan a Jesucristo, y cambien. Este día suscita en nosotros la necesidad del verdadero cambio del mundo por un renovado sentido misionero, por un impulso misionero nuevo y vigoroso, por sentir que la misión y las misiones nos apremia. Por eso en este día del DOMUND, al menos yo, siento la necesidad de pedir a Dios que nos conceda a todos este espíritu y celo misionero que ha guiado y guía a tantos que han hecho y siguen haciendo posible una nueva humanidad donde se viva con el sentido de las bienaventuranzas y amen con el mismo amor con que somos amados por Jesucristo, que es quién y cómo se cambia el mundo. Misiones para evangelizar, para convertir mentes y corazones que sigan a Jesús: ahí está el verdadero cambio del mundo, en el cambio de las mentes y de los corazones.
No es casualidad que coincida el Sínodo de los Obispos para los jóvenes con el día el DOMUND con este lema «Cambia el mundo». Entra, seguramente, dentro de la providencia de Dios, para animar a los jóvenes y a una diócesis, la nuestra, Valencia, urgida y enriquecida por la misión, apremiada por dar a conocer a Jesucristo para cambiar el mundo, para un mundo y una humanidad nueva. Por eso, ante la Santísima Virgen de los desamparados pido en esta Jornada Mundial de las Misiones que Dios nos conceda la gracia de ser como la Santísima Virgen María, fieles esclavos del Señor, y, como Ella, recibir y dar a conocer y vivir a Jesucristo, salvador y salvación única de los hombres. Pedimos a Dios hoy que, por intercesión de la Virgen María, nos conceda la gracia de que nuestros corazones ardan en el mismo celo apostólico de tantos misioneros, que nos devore ese celo, esa pasión por la gloria de Dios y el cambio y la salvación de los hombres, que nos consuma la pasión por evangelizar, que nos desvivamos por dar a conocer a Jesucristo por amor a los hombres, y que cuando no podamos hablarles de
Él, de Dios -que será muchas veces- no nos abandonemos en esta pasión evangelizadora y le hablemos de ellos, con nombres y rostros concretos, a Jesucristo, a Dios, a la Santísima Virgen, Madre de Dios y de todos los hombres, en este mes dedicado al santo Rosario, que el Papa Francisco, con gran espíritu misionero, nos pide rezar todos los días, en este mes, y yo añado, y siempre ..
Que estemos dispuestos a dar la vida por esto, por Jesucristo, por los hombres, porque los hombres conozcan, amen y sigan a Jesucristo. Dispuestos siempre, como los hijos de Zebedeo, a beber el cáliz de la pasión hasta el final por dar a conocer y amar a Jesucristo que es, con mucho, lo mejor que le puede pasar al hombre para cambiar el mundo, que tanto lo necesita. Hemos conocido a Jesucristo, el mayor regalo que hemos podido recibir en nuestra vida. A partir de ahí, nuestra vida no puede ser más que servicio a los hombres, como nuestro Señor Jesucristo estamos para servir y dar la vida por todos. Sin duda el mayor servicio es dejarnos la vida a girones, dar enteramente la vida para que los hombres puedan experimentar el inmenso amor con que Dios nos ha amado y nos ama eternamente en Jesucristo. ¡Cómo cambia todo cuando se vive así, desde este Amor, desde Dios, que es amor y misericordia! Lo nuestro es servir, y no llevaremos nuestro servicio a término si no estamos atentos a la necesidad mayor que los hombres tienen, que es la necesidad de Dios, aún más fuertemente experimentada en estos tiempos de indigencia que vivimos donde Dios no cuenta para tantos y tantos de nuestro hermanos.
Invito a todos a que demos gracias a Dios por nuestros misioneros y misioneras valencianos, en las diversas partes del mundo donde se encuentran llevando el evangelio de la alegría y de la esperanza en favor de los más pobres. Tengámoslos muy presentes y ayudémosles con nuestra oración y nuestro apoyo. Incluso económico: Ellos son la vanguardia de nuestra iglesia diocesana y nos dicen: “venid, ayudadnos”. También nos dicen esto mismo los indígenas y misioneros en los vicariatos amazónicos peruanos de Requena y San José. Nos piden ayuda, y nos dicen, además singularmente a los sacerdotes, aunque también a los laicos y personas consagradas: “¿Por qué tardáis tanto en venir”. ¡Ayudadnos!”.
Queridos todos, el mundo necesita cambiar, y por eso necesita el Evangelio, porque necesita a Dios. Necesita a Jesucristo, porque necesita a Dios. Sin Dios el hombre se pierde, camina sin sentido, carece de esperanza ante el vivir y el morir y ante miseria, calamidad y pobreza. El mundo necesita a Dios, revelado, presente, entregado en Jesucristo, para que haya paz entre las gentes y los pueblos. Es una necesidad y una indigencia que llama con fuerza a nuestras puertas, que nos grita hoy. Es verdad que hay una distancia enorme entre muchos hombres de hoy, sobre todo entre los sectores más jóvenes, y lo que les estamos ofreciendo o comunicando; es verdad que, a veces, parecen con los oídos obstruidos para oír, o con los ojos cegados para ver; es cierto que muchos sienten casi una alergia o una notable indiferencia a lo que viene de nosotros, de la Iglesia. Razón de más para que cambien, para que se les haga llegar la fuerza salvadora del Evangelio.

¡Gracias por vuestra ayuda y vuestra acogida y respuesta a la llamada que dirijo a todos, a mí el primero, para el cambio del mundo, que nos apremia e importa e incumbe a todos! Para llevar a cabo esta misión a la que Cristo nos envía e impulsa el Espíritu Santo, esto es para evangelizar, para renovar y cambiar el mundo es necesario que Cristo se haya hecho vida nuestra, y que para nosotros la vida sea Cristo; que se vea que nos importa por encima de todo Cristo, que nos ha cambiado y transformado y hecho hombres nuevos, cuya vida y novedad merece vivirse.
Resulta enteramente necesario para llevar el Evangelio hoy, que nos paremos y pasemos, que nos hayamos parado y pasado largo tiempo, muchas horas contemplando el rostro de Dios, que es el rostro de Dios mismo, como la Virgen María, como Santiago y Juan, san Pablo, o san Francisco Javier. Necesitamos contemplar su rostro, el que nos ofrece cada página del Evangelio, el que se nos muestra en esa página tan bella de las Bienaventuranzas en la que Jesús mismo nos ofreció su propio autorretrato, o en la cruz y llagado donde le vemos con su rostro más genuino, el de Dios mismo inclinado a lo más escarnecido del hombre, o en tantos y tantos pobres, humillados, afligidos, hambrientos, enfermos, crucificados de la historia con los que Él mismo se identifica, en aquella página tan única como bella del capítulo 25 de san Mateo, o en los miles y miles, miríadas, de santos y testigos suyos en los que ha quedado plasmado su rostro.
En la situación social y cultural que estamos viviendo, Dios nos pide que encaminemos nuestros pasos por el único camino que conduce a la meta de la esperanza. El camino nos lo traza el mismo Cristo: Él mismo es la meta y el camino, la verdadera fuente y el término de nuestra esperanza. Él es el futuro del hombre, y el futuro del hombre es posible, porque ¡en el presente! está Jesucristo. No busquemos otra respuesta a los grandes desafíos y retos que se nos abren en los pasos de esta nueva etapa de la historia. No hallaremos otro camino verdadero que Éste para los grandes desafíos de nuestro tiempo, «No será una fórmula lo que nos salve, pero sí una Persona y la certeza que ella nos infunde: ‘¡Yo estoy con vosotros!’, nos dijo el siempre recordado Juan Pablo II (NMI 29).
Por eso se trata ahora de buscarle de todo corazón y seguirle. ¿No le pedimos con soberana certeza a la Virgen María: «Muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre?» Se trata de buscarlo de todo corazón, dispuestos a ir con Él hasta lo último, hasta las periferias del mundo, se trata de venir a Él y oírlo y contemplarlo, de adorarlo, vivirlo, darlo a conocer con obras y palabras. Se trata de enamorarnos enteramente de Jesucristo con verdadera pasión por Él, con confianza plena y sin fisuras puesta en Él, sin dudar de Él. De esta renovada experiencia de fe y de amor a Jesucristo podrá nacer un nuevo ímpetu en la misión de la Iglesia, una nueva fuerza y un renovado vigor en el testimonio de Jesucristo, guiados de la mano de tantos y tan grandes misioneros que ha dado la vida por las misiones, siguiendo las huellas y de la mano de la que es la estrella de la Evangelización, la primera evangelizadora, la Madre y Reina de la misión, la Virgen María, inseparable de la misión. ¡Por favor, por amor de Dios, no olvidemos a los Vicariatos peruanos del Amazonia que esperan nuestra ayuda y cooperación misionera!
Gracias a todos.