L.B. | 12-01-2018
El próximo miércoles 17, la Iglesia celebra la fiesta de san Antonio Abad, conocido popularmente como ‘San Antón’ y reconocido como protector de los animales. Cientos de personas acudirán con sus mascotas y animales domésticos a algunas de las numerosas bendiciones que tienen lugar en muchas poblaciones de nuestra diócesis. Con motivo de esta festividad, Ferran Lluch, director del secretariado diocesano de Ecología Humana, explica a PARAULA el significado de esta tradición.
– ¿Por qué se bendice a los animales?
– Las bendiciones ordinariamente se extienden a personas y a cosas, quieren santificar las diferentes circunstancias de la vida. También comprenden la alabanza a Dios por sus obras y sus dones y la intercesión de la Iglesia para que las personas puedan hacer uso de los dones de Dios según el espíritu evangélico. Bendecimos los alimentos, bendecimos objetos, casas, tiendas… bendecimos campos de cultivo, términos municipales. Si bendecimos cosas ¿por qué no animales? Al fin y al cabo nos han acompañado ayudándonos en nuestros trabajos desde el neolítico y, en el caso de los perros, ya se integraban en los grupos humanos incluso antes de la aparición de la agricultura. En nuestra sociedad la manera mayoritaria de acompañarnos es como mascotas.
Pero la bendición no es magia, no nos libra de la acción de bacterias, virus y hongos que, por otra parte, también forman parte de la vida y de la “casa común”. Tampoco es un bautizo, tal como lo entienden algunos; no es un sacramento. Pero sí una responsabilidad: la nuestra de ordenar el trato de estos animales de una forma respetuosa y dar gracias a Dios por ayuda y compañía.
– ¿Se puede rezar por ellos?
– En las fórmulas de bendición para animales se pide por ellos, si bien se hace desde una concepción un tanto utilitarista. Se pide “para que nos sirvan bien”. Evidentemente estas fórmulas están ligadas al uso, sobre todo al agrícola. En sociedades post-agrícolas la utilización de animales para el trabajo está prácticamente en ‘desuso’, y reemplazado por vehículos a motor en las zonas rurales. Los ‘usos’ actuales son más bien, como decíamos antes, para la compañía, a veces y por desgracia puramente ‘ornamental’ o incluso como una ‘colección’.
En tanto que son ‘criaturas’ buenas por sí mismas por el hecho de ser creadas por Dios, tiene sentido pedir por ellos, para que no sufran, para que nos sigan ayudando, aun cuando sea haciéndonos compañía y, por supuesto, para que nos ayuden a seguir descubriendo las huellas de Dios en la creación.
– ¿Se puede tratar a los animales “a cuerpo de rey”?
– Cualquier individuo de cualquier especie ni lucha, ni vive, ni trabaja para otras especies, en todo caso ‘colabora’ y no de forma ‘altruista’, siempre de forma ‘interesada’. Ciertamente la especie humana ha llegado al desarrollo de ciertas inteligencias (artística, matemática, intrapersonal, espiritual, emocional…) a las que otras especies no parece que hayan llegado. La persona puede alcanzar un mayor nivel de empatía (ser capaz de ponerse en el lugar de otro) que en el caso de que otras especies (como algunos mamíferos). Y, por supuesto, con una pizca de libertad se convierte en responsable de sus actos. ¿Podemos hacer ‘responsables’ de sus actos a otras especies? Eso supone una diferencia no pequeña de nuestra especie respecto a las otras. Por eso no es responsable tratar ‘a cuerpo de rey’ una mascota y vivir al margen del sufrimiento humano que me rodea.
Pero también hay que preguntarse qué pasa en nuestra sociedad que provoca que tantas personas entren más fácilmente en empatía, y establezcan relaciones emocionales más fuertes con su mascota que con otras personas. ¿Por qué hay personas que reciben más afecto de su perro que de sus familias, de sus vecinos? ¿Quién es más censurable, el que quiere ‘desmesuradamente’ a su perro o quienes no han sabido dar apoyo y cariño a esa persona? A pensar.
Hay una relación patente entre el cuidado de los animales y el de las personas: “La crueldad ante las demás criaturas de este mundo siempre termina trasladándose de algún modo al trato que damos a otros seres humanos. El corazón es uno solo, y la misma miseria que lleva a maltratar a un animal no tarda en manifestarse en la relación con las demás personas. Todo ensañamiento con cualquier criatura «es contrario a la dignidad humana” (LS. 92).
– ¿Cómo debemos tratar a los animales teniendo en cuenta que tampoco son cosas u objetos a disposición de las personas?
– Siempre en clave de responsabilidad. Si nos une algo a ellos, desde la fe en un Dios creador, ha de ser nuestra responsabilidad y respeto a la creación.
Si se trata de animales en la naturaleza, respetando su entorno. Si en la casa, procurar que sea el animal adecuado para vivir en ella: perros grandes en pisos pequeños; perros cazadores que apenas dan unos pasos tres veces al día en la calle; animales exóticos que deberían estar en sus ecosistema (adquirirlos fomenta el tráfico de animales, forma parte del capricho egoísta más que de la responsabilidad), o incluso el hecho de alimentar en las plazas de la ciudad a las palomas (en su mayoría repletas de parásitos capaces de transmitir enfermedades) aumenta la insana superpoblación de una especie fuera de su ecosistema natural… No son estas, en general, buenas formas de tratar a los animales. El ‘mal-trato’ no sólo es pegar.
Los animales, son criaturas con valor en sí mismos, como todas las criaturas, no son simples útiles, ni un invento de Dios para nuestro capricho. Son una oportunidad para educar en responsabilidad a los niños y jóvenes, una buena compañía para quien se encuentra sólo y una buena terapia para quienes les cuesta relacionarse con el entorno. Así dice Laudato si’: “Cuando uno lee en el Evangelio que Jesús habla de los pájaros, y dice que «ninguno de ellos está olvidado ante Dios » (Lc 12,6), ¿será capaz de maltratarlos o de hacerles daño? Invito a todos los cristianos a explicitar esta dimensión de su conversión, permitiendo que la fuerza y la luz de la gracia recibida se explayen también en su relación con las demás criaturas y con el mundo que los rodea, y provoque esa sublime fraternidad con todo lo creado que tan luminosamente vivió san Francisco de Asís”(LS. 221).