❐ L.B. | 13.04.2023
El arzobispo de Valencia, Mons. Enrique Benavent, destacó que “si me preguntaran qué sueño para nuestra Diócesis, diría un presbiterio unido por la comunión en la caridad” y para conseguirlo es “fundamental reforzar los vínculos de comunión entre el Obispo y los sacerdotes”, algo que sucede “especialmente” en la Misa Crismal que presidió el miércoles día 5, en la Catedral.
El Arzobispo comenzó la homilía en valenciano compartiendo su “gran alegria de celebrar esta eucaristía, per primera vegada com a Arquebisbe, amb el presbiteri al qual em vaig incorporar en el moment de la meua ordenació sacerdotal, eucaristia en la que tants anys vaig participar com a sacerdot i com a bisbe auxiliar en esta Catedral. Les meues primeres paraules són d’agraïment pel vostre acolliment en els primers mesos de esta nova missió i per la vostra entrega a l’Evangeli, treball i generositat”.
Esta eucaristía “nos recuerda que la relación entre nosotros nace del hecho de que todos participamos de la misma unción de Cristo y de la misma misión del Señor. Es una celebración que nos reúne a todos alrededor del Señor Jesucristo y en ella se expresa nuestra comunión eclesial y crecemos en ella”, indicó.
El titular de la Archidiócesis animó a los sacerdotes a “cultivar las actitudes espirituales que nos ayuden a vivir cada día más como hermanos: la humildad, para estar dispuestos a aprender los unos de los otros, y la sencillez en la vida. Viviendo así tendremos un corazón abierto a las necesidades del resto de los hermanos en el presbiterio y un espíritu de acogida a todo lo que nos pueda venir de los demás”.
Respecto a la renovación de promesas sacerdotales que los presbíteros realizaron después de la homilía, monseñor Benavent subrayó que “somos sacerdotes sólo por un motivo: por el amor a Jesucristo. Sólo manteniendo vivo ese amor se mantendrá viva la alegría del horizonte de nuestras vidas”.
También señaló el Arzobispo que los sacerdotes no pueden vivir el ministerio “desde el deseo de los bienes temporales, que abarcan los bienes materiales y cualquier interés personal que nos pueda descentrar de nuestra entrega. Vivir con ese deseo rompe la fraternidad sacerdotal y la comunión eclesial”.
“El único deseo que debe inspirar nuestras vidas es el celo por la salvación de las almas, que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”, aseguró.
“La nostra missió: edificar l’església com a la casa de tots”
Durante la misa, el Arzobispo bendijo los óleos y el crisma que serán utilizados en las celebraciones del Bautismo, Confirmación, Ordenación Sacerdotal y Episcopal, Dedicación de las Iglesias y Unción de Enfermos a lo largo del año.
Haciendo referencia a esta bendición y a la misión de los presbíteros, monseñor Benavent precisó que “l’Església s’edifica amb el treball de tots però no és un conjunt de grups inconnexos. La nostra missió tendeix a l’edificació de l’Església com a la casa de tots. La unitat i comunió sacramental viscuda en esta celebració ens ha de portar a treballar per a que la nostra Diòcesi siga una familia en la qual tots ens sentim germans”.
Finalmente, el Arzobispo recordó que estamos viviendo el Año Jubilar del Centenario de la Coronación de la Mare de Déu dels Desamparats. Por este motivo “vos convide a posar el vostre ministeri en les mans de Maria, a qui el Senyor li va confiar la missió de cuidar de tots, també dels que participem del mateix sacerdoci: protegits per Ella ens sentim segurs. Li demanem que cuide de tots el sacerdots, especialment dels malalts i dels que passen per situacions de dificultat, i que òbriga el cor dels joves a la crida del Senyor”.
La misa fue concelebrada por el cardenal Antonio Cañizares y monseñor Manuel Ureña, arzobispos eméritos de Valencia y Zaragoza, respectivamente; monseñor Arturo Ros, obispo auxiliar de Valencia; monseñores Esteban Escudero y Vicente Juan Segura, obispos auxiliares eméritos de Valencia; y el vicario general, Vicente Fontestad, junto con el Cabildo Catedralicio.
La celebración de la misa crismal, cuyos orígenes datan del siglo VI, tenía lugar tradicionalmente en la mañana del Jueves Santo pero se trasladó al día anterior, tras permitirlo el papa Pablo VI para que pudiera asistir el mayor número de sacerdotes y renovar en ella las promesas de su ordenación sacerdotal.