Carta del cardenal arzobispo de Valencia, Antonio Cañizares
Proseguimos el camino del Adviento, tiempo de esperanza; pero no se espera a Dios con los brazos cruzados. “Preparad el camino del Señor”: Es la voz de Juan Bautista, profeta y testigo de Jesús, siervo del Mesías Siervo, esclavo que sirve a su Señor, desatando la correa y llevando las sandalias, y le confiesa como el Ungido. El Bautista forjó su personalidad en el desierto que es escuela de Dios; como los auténticos profetas de Jesús, Juan se forma durante años en la austeridad no fingida, en la penitencia, en la oración, en el silencio abierto a la escucha de la palabra de Dios, en la asimilación vital de las Sagradas Escrituras.
El Evangelista anticipa en labios de Juan el Precursor las palabras de Jesús: «Convertíos, que llega el Reino de los cielos». Convertíos, es decir, cambiad de vida que está cerca Jesús, volved a Dios porque Él se ha vuelto a nosotros, viene a nosotros, se hace presente. -Venir el Reino de los Cielos- quiere decir que Dios ha de ser el centro de nuestra vida humana ya en la tierra. «Convertíos», porque la vida que llevamos no es camino recto para el encuentro con Dios. Convertirse es volverse de cara a Dios, de cara a la Verdad y no de espaldas a la Verdad. Cuanto más uno camina de espaldas a la Verdad, más se aleja de ella. Cuando el hombre camina en dirección contraria a Dios o le da la espalda, cuando se olvida de Dios que es la referencia absoluta de su vida, inmediatamente se produce una quiebra honda de humanidad, como la que estamos atravesando en los tiempos que vivimos.
Esta conversión, para preparar los caminos al Señor, reclama de nosotros cristianos que seamos en verdad cristianos, es decir, que lo seamos con mayor claridad y coherencia, que estemos entusiasmados con nuestra vocación cristiana, dispuestos a vivir la vida personal, familiar y social de acuerdo con el Evangelio de Cristo y la doctrina de la Iglesia, sin temor a ser criticados por los poderes de este mundo, capaces de presentar los contenidos de la salvación de Dios y hacerla operativa en las actuaciones y relaciones de la vida social concreta y verdadera. Que seamos cristianos fervorosos que viven intensamente su fe y su vida espiritual, su consagración bautismal, en estrecha y gozosa comunión eclesial.
Escuchamos esta llamada de Juan, en este adviento concreto de 2019: violencia, terrorismo, guerra, injusticia, países enteros que son marginados, amenazada la vida desde su concepción, debilitamiento cuando no ruptura de la familia y de su verdad, quiebra moral donde no hay nada bueno o malo en sí y por sí sino lo que a cada uno le aparece y decida que sea bueno según su propia subjetividad, sociedad de consumo y de disfrute a costa de lo que sea en la que rigen criterios totalmente contrarios a los de Dios, dominada por un espíritu que no es el de Dios. Divisiones internas, incluso, en la Iglesia.
Juan Bautista, la Iglesia en este tiempo de Adviento, y el Señor, nos invitan a una sincera conversión para poder recibir el Reino que nos trae Jesucristo, que no es otra cosa que la inmensa misericordia del Padre. El envío que el Padre hace de su Hijo al mundo es la manifestación y la esencia misma del amor, es la manifestación de la inmensa bondad y del amor de Dios a los hombres. El Mesías, Hijo de Dios vive, viene a nosotros ungido y dominado por el Espíritu de Dios: Espíritu de sabiduría, de ciencia de Dios, de piedad y de temor del Señor. Con este Espíritu viene a implantar el derecho y la justicia en la tierra, y a traer e implantar la paz, la verdadera convivencia entre las gentes. Dios nos llama en este Adviento a convertirnos, a dejar que El actúe en nosotros por su Espíritu, a dejarnos conducir por el mismo Jesucristo y establecer la verdadera convivencia y concordia entre los hombres, inseparable de la implantación de la justicia. Dios nos llama a los hombres a entrar en comunión con El, a que volviéndonos a El, fundamentándonos en su Hijo Jesucristo, estemos de acuerdo unos con otros, vivamos en la concordia, eliminemos las barreras que impiden el diálogo y las relaciones con los demás, nos acojamos unos a otros, vivamos en comunión.
Volver a Dios, convertirse a Él: ese es el secreto del momento que vivimos. Porque Dios es misericordioso y fiel, encuentra alegría en recuperar lo perdido y hacer revivir lo que se había muerto. Defiende con justicia al desamparado, con equidad da sentencia al pobre. Libra al pobre que clama y al afligido que no tiene protector, se apiada del pobre y del indigente y salva la vida de los pobres. Dios promete y da el perdón y el corazón nuevo. Dios nos ama con amor eterno y por eso viene en su Hijo y nos reconstruye; arranca de nuestra carne el corazón de piedra y nos da un corazón nuevo.
Nos infunde su Espíritu y hace que caminemos según sus preceptos y pongamos por obra sus mandamientos. Vivir el Adviento es preparar los caminos del Señor, es convertirse a Él, es seguir y hacer las obras de Dios, como Dios actúa.