Queridísimas familias:
Sé que estáis sufriendo, y deseo deciros, de todo corazón, que estoy a vuestro lado, sufriendo con vosotros. En algunas familias este sufrimiento es muy grande, todavía más, porque habéis perdido a uno de vuestros seres más queridos, a uno de los vuestros, los más entrañables: padres, madres, esposos, esposas, hijos, abuelos. Y otras también estáis sufriendo en el silencio del confinamiento, impuesto pero necesario, y de la incomunicación en que nos encontramos. También os acompaño y me siento solidario con las familias que os halláis en penuria y pobreza por el cierre de las empresas, por los despidos y las deudas… que tanta angustia generan y van a generar. Os digo lloroso con vosotros que os acompaño en vuestro dolor, pero también en vuestra fe que es nuestra común fe de Iglesia, en la esperanza y en la confianza en Dios, Padre nuestro misericordioso y compasivo, que nos ha dado a su Hijo y nos ha amado hasta el extremo de la Cruz, dando su vida ahí, sin bajarse de ella, por puro amor a todos.
En estos momentos de dolor y tristeza, pero también de fe y de confianza en el Señor, con vosotros y por vosotros miro a la cruz de Cristo, me uno al Crucificado por nosotros, que lo perdió todo y se quedó solo con el Padre. Y le digo a Él, en la cruz colgado, que os acompañe, Él en vuestra cruz, que es la suya, y os alivie y conforte y os lleve a dirigir vuestra plegaria a su Padre y nuestro Padre, Dios misericordioso, y que podáis decir, desde lo más hondo de vuestra alma, con lágrimas en los ojos, el corazón tal vez desgarrado, pero con esa fe que os anima: “En ti confiamos, a tus manos nos encomendamos, el auxilio nos viene de ti y de ti vendrá y lo esperamos”. Al pie de la cruz estaba María, la Virgen, y nos la dio como Madre, y como Juan, el discípulo amado, la recibís en vuestra casa y Ella os acompaña, en su dolor que es el vuestro, y por eso le rezáis en vuestra casa, en vuestra soledad que es la suya.
Necesitáis que la Palabra de Dios os dé luz en medio de tanta oscuridad, acudid a ella, para que sea esta Palabra la que os dé luz y os guíe. Que Dios os conceda permanecer muy unidos en el amor, en la ayuda mutua, en la entrega común de todos. Algunos sé que estáis viendo por TV la retransmisión de la Santa Misa, donde tenemos todos el amor y el auxilio que siempre, y más ahora, necesitamos.
Esto mismo es lo que estáis haciendo en vuestras casas estos días: en la unidad de la familia, rezáis juntos, leéis los Evangelios, los de la pasión, y las Sagradas Escrituras, y comentáis juntos estas palabras con las que Dios nos habla como a amigos, seguís la Santa Misa, os queréis aún más, os volcáis con los más vulnerables- vuestros mayores y los más pequeños-, y os consoláis mutuamente, os dirigís a la Madre de Jesús crucificado y abandonado, la Virgen de los Dolores, de la soledad, o de las Angustias, que nos ha sido dada como Madre, le rezáis el Rosario. Estáis en esos momentos viviendo, pero de verdad, el misterio de la Iglesia: sois Iglesia, pequeña Iglesia doméstica, donde está Cristo, pero Iglesia de verdad, la gran y única Iglesia, que se une a vosotros y en vosotros, que os ama y os entrega a Jesús, nuestro salvador y nuestra esperanza. Permaneced así: unidos a la Iglesia y como Iglesia.
Estos días de Semana Santa uníos a toda la Iglesia a través de la retransmisión en TV de los Oficios litúrgicos, uníos a todas las familias, y que de cada casa, de cada familia, salga y se eleve un clamor, y se oiga un clamor más grande y unánime aún que el aplauso que salís a dar desde vuestras ventanas y balcones por las tardes, un clamor y un grito que llegue hasta el cielo pidiendo con lágrimas y súplicas que se acabe esta pandemia y sus consecuencias, que nos ayude, que se muestre compasivo con nosotros. Hacedlo con toda la confianza, la misma de Jesús, que en sus sufrimientos y en su abandono, fue escuchado por el Padre y lo resucitó. Viviendo con esta esperanza, porque el Señor nos ama y porque su confianza y su amor al Padre y por todos ha triunfado sobre la muerte, la desolación, y el pecado de los hombres, el odio y la mentira, y ha destruido todo poder que no sea servir y amar. La losa del sepulcro no lo retuvo ni con Él pudo, que tampoco la pandemia como una losa que pesa en esos momentos sobre nosotros, nos retenga y nos venza, porque esa losa es la del enemigo del hombre que nos oprime y no quiere que vivamos. ¡Ánimo! El Señor no nos deja, está con nosotros, en el dolor, la enfermedad, la privación: ¡nos quiere como nadie! Y por eso sufre la pasión con nosotros y por nosotros.
Con todo mi afecto, mi acompañamiento, mi oración y mi bendición, queridas familias.