Rafael -el segundo por la izquierda- participó activamente en las representaciones teatrales del ‘Patronato’.
B.N. | 09-11-2017
Todo está listo ya para que la ciudad de Madrid acoja la beatificación de 60 mártires de la Familia Vicenciana, entre ellos el valenciano Rafael Lluch Garín y los padres paúles Agapito Alcalde y Rafael Vinagre que, realizando su labor pastoral en la cartuja de El Puig, encontraron la muerte en tierras valencianas.
Destaca la figura del joven Rafael puesto que, defendiendo su fe, murió a la corta edad de 19 años, lo que le convierte en el beato mártir más joven de la Iglesia en Valencia. Sin embargo, en estos 19 años creó un eterno recuerdo en todos aquellos que le conocieron y que, tras su muerte, no pudieron más que alabar su figura y resaltar en él su profundo amor hacia el Señor y su Madre. En plena persecución religiosa llevaba en el bolsillo una estampa de la Virgen de los Desamparados. Advertido del peligro de llevar símbolos religiosos, contestó: “Antes me quitáis la vida que a mi Madre”. Y fue por su Madre por lo que fue apresado en la botica que regentaba su cuñado- también detenido- en la localidad de Picassent.
Nunca renegó de su fe
Tal y como relataba PARAULA en su número 1.410 (22.1.17), Rafael nunca renegó de su fe y siempre la hizo visible. Un malogrado 12 de octubre de 1936, día del Pilar, unos milicianos entraron en la farmacia. Cuando accedieron a la rebotica comenzaron a proferir blasfemias contra la Madre de Dios, y quisieron arrancar el cuadro de la Virgen que se hallaba en la zona del laboratorio. Rafael, entonces, les dijo que se llevaran lo que quisieran, pero que no tocaran a la Virgen. Ante esta actitud la miliciana dijo: “¿Y, a este guapo lo vais a dejar aquí?”… Inmediatamente se lo llevaron preso.
Lo retuvieron tres días en el cuartel de la guardia civil de Sollana, incitándole a blasfemar, con amenazas de represalias y el día 15 de octubre lo mataron en Silla.
Sus sobrinos y amigos recordarían tiempo después que “su martirio fue un don de Dios para toda la familia. El martirio de mi tío fortaleció, sin lugar a dudas, el amor a Dios y al prójimo de las personas que convivieron con él”, tal y como explican en el libro ‘Mártires de la Familia Vicenciana’ de los autores Jaime Carlos Moreno Garví y Josefina Salvo.
Y es tras su muerte cuando cobra vital importancia una carta que el joven escribe a su madre con tan sólo 10 años, en la que ya deja ver la alegría de la Resurrección “y porque esto me dice que yo también resucitaré y el día del juicio final estaré en el Cielo con alma y cuerpo”. Unas palabras que recuerdan a las que, en un pequeño papel, dedicó a su madre antes de morir: “No llores mamá; quiero que estés contenta, porque tu hijo es muy feliz. Voy a dar la vida por nuestro Dios. En el Cielo te espero”.
Otra muestra más de la convicción inequívoca de que fue mártir de la fe, se deduce del perdón generoso que la familia dispensó a los autores de su muerte. “Mi abuela, la madre de Rafael, después de la guerra recibió la visita de unos representantes de la Justicia que le informaron sobre lo que habían averiguado de quiénes lo habían asesinado, detenido e interrogado, así como de lo ocurrido con su muerte. Y le preguntaron si quería acusarlos. Mi abuela contestó: Por mí que no se les acuse de nada, que Dios les perdone como yo los he perdonado”.
“Mi tío -recuerda otro de sus sobrinos- murió por dar testimonio de su fe, consciente de que arriesgaba su vida y de que le hubiera bastado con disimular y callar para salir del trance”. Ratifican este testimonio los demás hermanos, familiares y amigos.
Lea el artículo ‘Ante la próxima beatificación’, de Ramón Fita Revert, delegado diocesano para las Causas de los santos, en la edición impresa de PARAULA