El cardenal Cañizares pide respetar y defender la figura de San José, origen de las fiestas falleras. Así lo reiteró en la homilía que pronunció el pasado martes, día 19, en la Catedral de Valencia, en la tradicional misa en honor de San José, que organiza cada año la Junta Central Fallera y el gremio de Artesanos y carpinteros, y que contó con la presencia de las Falleras Mayores de Valencia y sus cortes de honor. Reproducimos íntegra la homilía.
Representates del mundo de las fallas acudieron a la misa en honor de San José. (FOTO: M.GUALLART)
Queridos hermanos sacerdotes, estimadas y respetadas autoridades, Falleras Mayor y Mayor Infantil de Valencia, Junta Central Fallera, Comisiones de las Fallas valencianas, hermanos y hermanas en el Señor aquí presentes o que seguís esta Santa Misa por TV a lo largo de la geografía española: Celebramos la fiesta de San José con un relieve y solemnidad especial aquí, en Valencia, donde nuestras fiestas falleras, mundialmente conocidas y admiradas, tuvieron su origen y arranque en torno a esta fiesta de San José, patrono del gremio de los carpinteros, aquí presentes, a quienes saludo con particular afecto. Saludo también, con especial deferencia y gratitud, a todos los padres en este día del padre, y a todos los “José” y Josefa o Mª José.
Toda Valencia está de fiesta, y su razón no es otra que San José, a quien Dios, en su providencia y en su misericordia sin límites, le confió la fiel custodia de los primeros misterios de nuestra salvación: le confió, nada menos que el de la encarnación y nacimiento del Salvador, Hijo único de Dios, Dios con nosotros. Dios lo puso al frente de su Familia para que, haciendo las veces de padre, cuidara de su único Hijo, concebido por obra del Espíritu Santo y nacido de santa María Virgen, su esposa. Dios quiso confiar a san José esta misión única y singular en la historia de la salvación: la custodia y vigilancia amorosa, ejerciendo las veces de padre, sobre la infancia, adolescencia, el crecimiento de Jesús.
Dios le confió la protección y salvaguardia, con amor de esposo, de la santidad virginal y excepcional de María. Esta fue la misión de José, su razón de ser en los planes de Dios: La vida entera de José está centrada en este servicio a Jesús y María. María siempre unida a José; y, por eso mismo, nuestras fiestas falleras tienen tan en su centro y corazón la ofrenda, de flores, tan hermosa y vibrante de las falleras y falleros, de niños y jóvenes, de adultos y gentes de toda condición que representan a todo el pueblo valenciano, este pueblo que tanto quiere a la Mare de Deu dels Desamparats.
Este acto de la ofrenda, sin duda religioso, enteramente religioso, está en el corazón y centro de estos días falleros, y nunca se debe, ni siquiera intentar tocar, ni cambiar, ni desfigurar, ni debilitar u obscurecer por nada ni por nadie y menos por ningún valenciano que se precie de serlo, de ser buen valenciano, y de no traicionar sus raíces que son cristianas se quiera o no, pero real y objetivamente así es.
Ella, la Mare de Déu, es manifestación inefable de la ternura incomparable de Dios, la Mareta nostra a la que tanto queremos los valencianos, la Mareta que tanto nos quiere, porque es la Mare de Deu de donde brota todo amor: Mare dels bons valencians. La vocación y misión tan sumamente importante de san José, él la realizó a lo largo de su vida, sin vacilaciones, en una entrega callada, fiel y heroica a la voluntad de Dios que muchas veces le aparecería incomprensible: No le falló a Dios.
El Evangelio proclamado en este día de fiesta debe llevarnos a la fe de José: la fe en Dios; mente, corazón y vida centrados en Dios, la acogida de la ternura y de la misericordia que no tiene límite y que se transparenta en la ternura de san José. Como todos los elegidos de Dios, José tuvo que pasar por la prueba de la fidelidad, en esperanza, como Abraham y Sara, o como su esposa María. Los Evangelios, con una gran sobriedad, nos ofrecen los trazos de una fidelidad a prueba e inquebrantable que delinean la figura singular de José, en quien Dios ha encontrado la docilidad total para llevar a cabo sus promesas. José confía en Dios, escucha su palabra que le llega a través del Ángel mensajero, la acoge, la obedece, se fía, cuando éste le dice: «José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo». Y José «hizo lo que le dijo y le había mandado el Ángel», todo lo que le había dicho y mandado. Sin relativismos ni ambigüedades o cambios de posición.
Mateo dice de José, «como era un hombre justo obedeció al mandato». Ser justo es decirlo todo de José; en esta palabra, “justo”, el evangelio encierra toda la honradez, integridad, y santidad de José; decir de él que era justo es decir sencillamente la reciedumbre y solidez de toda su persona que se caracteriza por vivir de la fe: que rara avis resulta esto en nuestro tiempo. El justo es el hombre de principios firmes y válidos, que camina en la ley del Señor y escucha sus mandatos, el que vive en la total comunión con el querer divino y realiza su verdad, el que permanece firme en la fidelidad inquebrantable de Dios, y toma parte en su misma consistencia, la de Dios mismo: el justo es el hombre de las bienaventuranzas bien arraigado y confiado en Dios, obra de Dios, y aparece únicamente como servidor. José, fiándose de Dios, renunciando a sí mismo y a su criterio, a su manera de ver las cosas y a su proyecto propio, accede y coopera con el plan de la salvación: deja a Dios ser Dios, sin imponerle ningún molde o criterio humano previo, preestablecido por el hombre. Cierto que la intervención divina en su vida no podía menos que turbar su corazón, sumido en la oscuridad y falta de luz en esos momentos. Y es que confiarse en Dios no significa ver todo claro según nuestros criterios, no significa realizar lo que hemos proyectado; confiarse en Dios quiere decir expropiarse, es decir, vaciarse de sí mismos, renunciar a sí mismos; porque sólo quien acepta perderse por Dios puede ser «justo», con la justicia o verdad de Dios, como san José; es decir, puede conformar su propia voluntad y querer con Dios, y así vivir y caminar en la verdad y la luz, la paz y la alegría. En la fidelidad de José vemos la fe de nuestro padre Abrahán, padre de los creyentes. En José encontramos a un auténtico heredero de la misma fe de Abraham; fe en Dios que guía los acontecimientos de la historia según su misterioso designio salvífico. En verdad, como dice la Carta a los Hebreos acerca de Abrahán, también José “creyó contra toda esperanza”. Se fió enteramente de Dios. Esa fe es la grandeza de José. Esta grandeza de la fe en José, como la de María, resalta aún más, porque cumplió su misión de forma humilde y oculta en la casa de Nazaret.
Es José el hombre de la discreción, de la misión cumplida sin gestos populistas ni alharacas; como lo dibujaba San Juan Pablo II, es el hombre del silencio, del “silencio de Nazaret”. Es el estilo que lo caracteriza en toda su existencia. A él, sin embargo, le cupo el honor y la gloria de criar a Jesús, esto es de alimentar y enseñar a Jesús, de conducirle por los caminos de la vida para aprender a ser hombre, para aprender a trabajar como hombre, amar como hombre con corazón de hombre, a insertarse en una historia y una tradición concreta, aquella del Pueblo de Dios elegido y amado, educarle como hombre, e incluso, educarle en la plegaria de aquel pueblo y en rezar como hombre de ese pueblo. ¡Qué maravilla! el que el Hijo de Dios se sometiese así a José y así aprendiese a obedecer y a caminar en la vida del hombre junto a José!¡San José ha sido, en suma, el custodio, el educador, el cabeza de la familia en que el Hijo de Dios ha querido vivir en esta tierra. Protector de su cuerpo, es por ello, también protector del Cuerpo Místico de Cristo, la Iglesia, protector universal de esta nueva familia que ha nacido de la fe en Cristo, que es la Iglesia!
¡Cuánto necesitamos de la custodia de san José en la Iglesia en estos tiempos de prueba, de renovación y de fidelidad!.¡Qué ejemplo tan grande tenemos en él todos para ser servidores de los otros, para servir a Cristo, para servir silenciosamente a Cristo, que se identifica con los pobres, los enfermos, los que sufren, los desvalidos, los que están solos,…,los ancianos. Dios nos concede la guía y la protección el aliento y la luz, el estímulo sencillo y grande de san José. ¡Qué esperanza tenemos también en San José, protector de la vida física e histórica de Jesucristo y que ahora, desde el cielo es el protector del cuerpo de Cristo que es su Iglesia!.
La Iglesia siente necesidad de acudir a San José en los momentos de especial necesidad y de prueba; como en otro tiempo libró de la muerte la vida amenazada del niño Jesús, así ahora defiende también a la santa Iglesia de Dios de las hostiles insidias y de toda adversidad, del enemigo, del maligno, del diablo que anda buscando a quien devorar, no solo en la Iglesia sino en el mundo entero, como señala el Papa en su discurso importantísimo al final del reciente encuentro con los presidentes de las Conferencias episcopales a propósito de la protección y defensa de los menores; San José nos protege guiándonos y mostrándonos el camino de la santidad, él también defiende a tantos miles y miles de cristianos perseguidos en tantos lugares de la tierra, protege a los desterrados, refugiados y emigrantes que tienen que salir de sus tierras a veces tan hostiles… .
El patrocinio de san José debe ser invocado y es necesario para la Iglesia no sólo como defensa contra los peligros que surgen, sino también y sobre todo como aliento en su renovado empeño de renovación y de caminar por sendas de justicia y honradez, de evangelización en el mundo y de reevangelización en aquellos países y naciones, como la nuestra, en los que la religión y la vida cristiana fueron florecientes y que están ahora sometidos a dura prueba. No olvidemos que es patrón principal de las misiones, y que ahora el Papa nos encomienda a la diócesis dos Vicariatos Apostólicos en la Amazonía peruana, concretamente un Vicariato Apostólico en Perú que lleva precisamente su nombre: San José del Amazonas.
Pienso también, de manera especial, en aquellos países donde los cristianos están siendo tan duramente perseguidos y masacrados en un verdadero y renovado holocausto, ante la pasividad y silencio de quienes rigen los destinos de los pueblos. Invoquemos también, de manera muy especial, el patrocinio de san José sobre la gran tarea de reevangelización y de cooperación misionera en que está comprometida nuestra Iglesia de Valencia para ser fiel al Espíritu en la coyuntura que atravesamos, difícil pero apasionante, que desde la fe debemos leer como una hora propicia e inaplazable para una nueva evangelización, para la misión: el Evangelio que nos llama a la conversión es el futuro para el hombre, en él está nuestro futuro. Invoquemos su patrocinio sobre las familias, porque el futuro del hombre pasa por la familia, invoquemos ese patrocinio sobre las familias valencianas, particularmente, por las que se encuentran afligidas por la separación, por la violencia interna, por la enfermedad, por el paro, o por cualquier otra amenaza que se cierna sobre ellas. Invoquemos este patrocinio sobre los jóvenes y las jóvenes, y por los niños que tan bien están representados por las falleras y falleros, mayores e infantiles, que estos días con tanta ilusión han depositado las flores del homenaje de su corazón y de todos los valencianos a los pies de la Mare de Deu.
Invoquemos, de manera muy especial en estos momentos, el patrocinio de San José, educador primero de Jesús, por los que tienen en sus manos la tarea educativa de niños y jóvenes para que hagan posible una educación integral, verdaderamente libre, libre sobre todo de imposiciones ideológicas y partidistas. Invoquemos su patrocinio sobre esta ciudad de Valencia, que tanto, sin duda, lo necesita en estos momentos.
Encomendémonos todos a la protección de san José, aquel hombre justo a quien Dios confió la custodia de sus tesoros más preciosos y más grandes, y aprendamos, al mismo tiempo, de él a servir a los designios de salvación que Dios tiene sobre los hombres, que es donde se halla el bien común del que tan poco se habla hoy pero que tanto se le vulnera. Imploremos su ayuda sobre las familias y sobre los padres de familia, protectores de la vida: Proteger la vida como San José es el gran reto del siglo en el que estamos.
No olvidemos, hermanos, que si es verdad que la Iglesia entera es deudora de la Virgen Madre por cuyo medio recibió a Cristo, después de María es a san José a quien debe un agradecimiento y una especial veneración y confianza. San José, custodio del Redentor, es también custodio de su obra de redención, la Iglesia. Además, como con razón decía santa Teresa de Jesús, gran devota de san José, que si Jesús le obedeció en la tierra, también desde el cielo le obedecerá: por eso encomendemos a san José nuestras súplicas y el aprender de él. San José, bendito, acuérdate de nosotros con tu oración ante Jesús, intercede también por nosotros ante la Virgen, tu esposa, “Mare de Deu”, madre de aquel que, habiendo estado bajo tu obediencia, con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina por los siglos de los siglos. No olvidemos que las fiestas que estamos celebrando tienen su origen en San José, a él celebramos, respetémosle en consecuencia.
Marina Civera, fallera mayor de Valencia 2019. (FOTO: M.GUALLART)
Glorioso San José, inspira nuestra alabanza y nuestra acción de gracias y recomienda ante Dios nuestro Señor nuestras suplicas y nuestras ofrendas cuando nos presentamos ante ti como representantes del pueblo valenciano en este momento cumbre de tu fiesta.
Cada año aprendemos más cosas de ti, pero aún tenemos mucho que aprender de tu ejemplo, como padre y esposo fiel en las dificultades, trabajador y artesano honrado pero, sobre todo, hombre justo y creyente sincero.
Tú contemplas desde el cielo nuestros monumentos destinados al fuego, aprecias el buen hacer de nuestros artistas y seguro que quieres que los vicios y defectos, se purifiquen cuando quemamos los ‘ninots’ y los símbolos de madera y cartón.
También querrías que las cosas bellas y positivas que representan asimismo las Fallas se llenen del fuego del amor, del entusiasmo por el bien, y que no hubiera en el mundo más truenos ni pólvora que los que anuncian la fiesta.
Querido San José, cómo no vas a alegrarte cuando nos ves desfilar para cubrir de flores la imagen de tu santísima esposa, nuestra Madre de los Desamparados.
Por todo eso contamos contigo para que nuestra fiesta sea un ejemplo de convivencia y de sana alegría para todo el mundo, para que vivamos en paz y unidad trabajando por Valencia y para la humanidad.
Sabemos que estás con nosotros, un año más aquí nos tienes, no nos dejes de tu mano, con Jesús y con María y así hasta el cielo. Amén.