La comunidad del Seminario Menor, en Xàtiva, conformada por 10 seminaristas, junto al equipo de formadores, también celebran el Día del Seminario. Son niños y adolescentes que han de crecer, madurar pero que ya son capaces de intuir la semilla de entrega que Dios ha puesto en su corazón y corresponder al amor de Dios con generosidad y libertad.
❐ BELÉN NAVA| 29.2.24
El Seminario Menor es una ayuda que pone la Diócesis para que los jóvenes que quieren entregar su vida a Dios siendo sacerdotes, y que intuyen una llamada hacia ese camino, puedan reconocer más fácilmente la llamada de Dios, su vocación, su misión, y se hagan más capaces de corresponder, con libertad y con alegría.
El Seminario es un centro formativo. “Podríamos decir que por “debajo” del joven que responde libre y responsablemente a la vocación ha de haber un cristiano. Y por debajo de este cristiano, por decirlo de alguna manera, ha de haber un sujeto humano capaz de “albergar” a este cristiano. Nuestra principal tarea es acompañar el crecimiento integral de los chicos como personas. Y en este sentido, nos interesan todas las dimensiones de la persona. Si bien es cierto que todas las dimensiones están íntimamente ligadas, y todas son esenciales, nuestra prioridad es el cuidado de las dimensiones humana, cristiana y vocacional en este mismo orden”, explica Pablo Soriano, rector del Seminario Menor en Xàtiva.
Porque “lo que somos cada uno se despliega en el tiempo. Nos estamos haciendo, nos vamos “dando forma”. No nacemos hechos, sino que estamos haciéndonos. Cuando somos jóvenes nos vamos formando, ayudados principalmente por las personas que nos quieren”, indica. En este sentido, el rector del Seminario Menor explica que las familias con hijos que se plantean la vocación al sacerdocio cuentan con la ayuda de la Diócesis, con el Seminario, “no solamente para el cuidado de su vocación, sino también para su crecimiento en virtudes humanas y cristianas. Queremos que si al acabar el Seminario Menor quieren seguir discerniendo su vocación en el Seminario Mayor, su sí a Dios sea más maduro: alegre, sincero, libre y por amor”.
Para los formadores con los que cuenta el Seminario Menor, son tres las dimensiones que conforman los pilares de la formación. Por un lado la dimensión humana. Es un elemento fundamental puesto que es la base. “Es la estructura necesaria para que se den las otras dimensiones”, puntualiza el rector. El trabajo del formador es extraer la riqueza personal de cada uno de los seminaristas. Por este motivo, el Seminario es una escuela de virtudes humanas.
“A los chicos suelo repetirles que la Ordenación sacerdotal no nos ordena (no pone orden): si el día de la Ordenación delante del obispo hay una persona sin buenos modales, sin elegancia, sin capacidad de tratar con educación y cariño a todos, si delante del obispo hay una persona que no sabe comportarse en la mesa, o no es aseado en su modo de vestir, o no sabe estudiar o es incapaz de sacrificarse por los demás, el obispo ese día hará sacerdote (ordenará) a una persona así, desordenada. Esa ordenación no ordena nuestro caos”, asegura.
En ese sentido, el tiempo de seminario es tiempo de trabajar la “musculatura” del alma: las virtudes. “Por eso damos mucha importancia a la formación en buenos modales en la mesa, por ejemplo. O damos mucha importancia al orden en la habitación, a que los armarios, las estanterías, los cajones de cada uno guarden un orden. A que cada cosa esté en su sitio. A que hay que estudiar todos los días. A repetir, en definitiva, actos buenos, que nos van “haciendo buenos””. Para ello, la vida comunitaria es una gran oportunidad para trabajar estas virtudes. “Todos los días son como un entrenamiento para formar un corazón más atento, más generoso, más servicial, más amable, más comprensivo, más capaz de perdón”, asegura.
La segunda dimensión es la espiritual. Un seminarista es un niño o joven cristiano. Tiene, por tanto, que aprender a rezar, a tratar con confianza con Dios. Tiene que dedicar tiempo a la lectura y meditación del Evangelio. Tiene que valorar la celebración de la Misa diaria, “que es el centro de nuestra jornada”. De igual manera, los seminaristas cuentan también con el director espiritual, con el que pueden hablar y confesarse siempre que lo necesiten.
Por último, pero no por ello menos importante, está la dimensión vocacional, “evidentemente está presente en la vida del seminario, de manera natural y adaptada a la edad de los seminaristas. Ellos viven con naturalidad el hecho de ser, si Dios quiere, sacerdotes. Además, realizamos algunas actividades para proponer la vocación sacerdotal a otros jóvenes, como son las convivencias vocacionales que hacemos aquí en el seminario, o las visitas que hacemos a algunas parroquias junto con el Seminario Mayor”, concluye Pablo Soriano.