“No es bueno que el hombre esté solo”. En el relato de la Creación que se narra en el libro del Génesis ya aparece que el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, es un ser para la relación y la comunión con el otro. Hoy en la sociedad que vivimos el problema de la soledad, y concretamente de la ‘soledad no deseada’, es cada vez mayor, una auténtica epidemia silenciosa, que aparece en personas de todas las edades y sobre todo en los mayores. Diversos expertos analizaron esta realidad en una jornada organizada por el Centro de Escucha San Camilo del Centro Arrupe, que nos dan algunas claves.

❐ CARLOS ALBIACH | 20.04.2023
La soledad, como apunta José Carlos Bermejo, religioso camilo y director del Centro de Humanización de la Salud San Camilo, “es un concepto poliédrico”. Por un lado, hablamos de una soledad objetiva, del que no está en compañía y por otro lado de una soledad subjetiva, de quien no tiene suficientemente significativas las relaciones. No hay duda, como apuntan los expertos consultados, que la peor cara de la soledad es la no deseada.

Se trata de un fenómeno que está creciendo y así lo demuestran los datos: una de cada diez personas dicen sentirse solas (en mayor medida mujeres, viudas y personas en residencias y hospitales), 4,5 millones viven solas en España, 2 millones de las personas que viven solas son personas mayores (los mayores de 80 alcanzan las 850.000 personas). Es, como añade Bermejo, “un problema severo que está siendo objeto de atención como problema de salud pública y se generan estudios desde las administraciones y entidades privadas”.

Las primeras consecuencias de la soledad no deseada “es que tiene un impacto directo en la calidad de vida, el estado de salud y el bienestar de las personas”, según explica Juanjo Zacarés, profesor de Psicología de la Universitat de València y miembro de la Escuela de Escucha en Valencia. Así lo ha advertido también la Organización Mundial de la Salud (OMS). De hecho, el profesor añade que “hay mucha evidencia acumulada sobre cómo la falta de relaciones sociales significativas se asocia a toda una serie de efectos físicos (obesidad, hipertensión, alteraciones del sistema inmunitario, etc.) y psicológicos (depresión, mayor riesgo de deterioro cognitivo, aumento de los problemas mentales, etc.). Según Zacarés es toda “una epidemia silenciosa cuyos efectos equivalen a fumar quince cigarrillos al día”.

La irrupción de la pandemia del covid-19 en nuestras vidas ha hecho que “el sentimiento de soledad se haya ido incrementando, debilitando las interacciones entre personas”, tal y como explica Ana M. Tur-Porcar, profesora de Psicología de la Universitat de València y miembro del Centro de Escucha. Además, añade la profesora, existen algunos factores que agudizan el sentimiento de soledad: procesos de pérdida, quedarse sin trabajo, etc.

Aprender a vivir solo, añade Bermejo, “es un desafío, en particular para que la soledad no sea un espacio de sufrimiento evitable”. “Tiene que ver con aprender a manejar la tristeza, la relación, el sentido, la melancolía, la frustración, la esperanza. Solo el que sabe estar solo sabe encontrarse, de modo que enseñar a manejar la soledad es enseñar a relacionarse sanamente. Es importante en la familia, como lo es en la escuela, pero también después. Quien no se encuentra consigo mismo, quien no sabe estar solo, tendrá dificultades emocionales y relacionales”, añade.

Frente a la soledad es fundamental la educación, así como explica Zacarés, “se han de promover espacios que faciliten las relaciones informales entre diferentes generaciones, creando oportunidades de apoyo y comunicación emocional entre ambas”. Para que los jóvenes descubran a los mayores como “valiosos tesoros”.

El papel de la fe
¿Ayuda la fe a combatir la soledad? Bermejo señala que hay un camino intrapersonal y uno interpersonal para humanizar la soledad. En este recorrido la dimensión espiritual “es una fuente de sentido, además de relación, tanto con uno mismo como con los demás (dimensión comunitaria) y con Dios mismo”.

Zacarés apunta que la fe ayuda a una disminución de la soledad en dos sentidos. Primero porque en la medida en que la fe implica la participación en una comunidad parroquial o movimiento asociativo se crean vínculos de apoyo y se refuerza el sentido de pertenencia, algo que disminuye el aislamiento social. Además, porque en el caso de las personas mayores en que la fe ha sido importante en su vida a través de la oración y otras actividades espirituales puede llegar a experimentar una ‘soledad habitada’, tal y como afirmó Benedicto XVI: “En la oración el hombre nunca está solo”.

Soledad en los mayores: “Calidad frente a cantidad en las relaciones sociales”

Aunque la soledad no tiene edad y está presente en todas las etapas de la vida, como sostiene Juanjo Zacarés, “es más probable que en el proceso de envejecimiento las personas experimenten circunstancias que reducen sus redes sociales y vayan incrementando la vivencia de soledad”. “Hay cambios vitales (jubilación, viudedad y muerte de amigos y familiares, cambios de domicilio o institucionalización…) que se unen a un proceso gradual de problemas de salud y reducción de capacidades funcionales (movilidad, dificultades sensoriales) y a factores estructurales como la falta de adaptación en el transporte y en la arquitectura en las ciudades. Esto acaba provocando que aumente el número de personas mayores que viven solas o con mayor aislamiento social, realidad que también está creciendo”, detalla.

Sin embargo, hay que tener en cuenta según el experto, “que si se acaba viviendo solo o estando solo es más probable que se experimente soledad pero no son realidades equivalentes”. “No todas las personas mayores que viven solas se sienten solas ni estar acompañado es una vacuna infalible frente a la soledad”, añade.

El papel de las expectativas, apunta, “es aquí importante porque la persona mayor puede desear más relaciones de las que tiene aunque desde fuera nos parezca que está suficientemente acompañada y no debería sentirse sola”. “Lo que sí está más claro es que la calidad de las relaciones sociales de los mayores es más importante que la cantidad o frecuencia de sus contactos con otras personas. Es mejor tener pocas relaciones pero que aporten seguridad emocional y confianza que muchas relaciones más superficiales a las que se vea con más frecuencia”, explica.

¿Qué hacer para combatir la soledad en las personas mayores? Según Zacarés se puede actuar de varias maneras, siendo todas ellas necesarias. Un tipo de actuación ·es aumentar las capacidades sociales de las personas mayores como las habilidades de comunicación y gestión de emociones para que se puedan sentir más capaces de manejar su situación de soledad”. De modo paralelo, continúa, “también se pueden modificar pensamientos negativos y otros procesos cognitivos en relación a la soledad que resultan poco adaptativos.” Por otra parte, hay acciones que están dirigidas a proporcionar apoyo social a través de voluntarios, realizando un acompañamiento presencial y/o telefónico y ofreciendo a la persona mayor ayudas de diverso tipo en su domicilio o en su entorno (ocio, tareas administrativas y domésticas, temas de salud).

Un tercer grupo importante de acciones tiene que ver con el aumento de las oportunidades de participación social de los mayores con un posible riesgo de aislamiento social y soledad. Desde participar en actividades comunitarias del barrio (creativas, físicas y culturales), a viviendas intergeneracionales (por ejemplo estudiantes universitarios que viven con gente mayor que vive sola) y se crean espacios de convivencia y ayuda entre vecinos. “No es suficiente con acudir al domicilio de la persona mayor sino que es importante la participación en un grupo y ajustar bien las actividades a las necesidades específicas de la persona en cada caso”, concluye.

Soledad en los jóvenes: “Una sociedad más interconectada pero más individualista y solitaria”

La soledad también está presente entre los jóvenes. De hecho, un estudio realizado entre la población española, entre 16 y 74 años, obtuvo que la soledad afecta a todos los colectivos y a las diferentes franjas de edades. Además un 30% son personas de menos de 30 años. De ahí, como señala, Ana M. Tur, “sea un indicador de que los jóvenes se están convirtiendo en un colectivo vulnerable”. A ello hay que añadir que más del 54% de los jóvenes se sienten poco satisfechos con su vida.
Puede parecer paradójico que en un mundo donde a través de las redes sociales se está más comunicado que nunca haya un alto número de jóvenes que se sientan solos. De hecho, según Tur, “están provocando un individualismo mucho más pronunciado”. “Estas redes permiten incrementar la sociabilidad en número y distancia, pero no garantizan que se cree comunidad. Aparece la posibilidad de conectar con los demás a partir de la máquina, con lo cual la posibilidad de crear espacios ideales, poco realistas y cargados de cierta utopía está al alcance de todos. Es más fácil comunicarse a través de una máquina, que mantener relaciones de interacción social. La comunicación virtual facilita la pérdida de los miedos a las reacciones de los otros, las vergüenzas o las inseguridades: me escondo detrás de la máquina. Estos sentimientos pueden ser reforzantes, por lo que puede incrementarse el interés por mantener este tipo de comunicación, que no necesita del desarrollo de recursos más complejos, como la asertividad y las habilidades sociales, para la interacción con los demás. Como resultado encontramos una sociedad más interconectada, pero a la vez más individualista y solitaria”, explica.
Para prevenir la soledad la educación es fundamental, así como la buena comunicación en la familia y un buen desarrollo de estudios y trabajo.

Una de las claves, según la profesora, “es crear espacios para fomentar la educación del ocio y el tiempo libre”. “Nuestros jóvenes tienen pocos lugares a donde ir, quitando bares o discotecas. Conviene, pues, fomentar servicios y actividades alternativas que atiendan a la educación del ocio y tiempo libre”, explica. Iniciativas como los Juniors, Scouts, etc. “han demostrado ser eficaces para su desarrollo emocional, social y afectivo”.