Abandonar su casa, su ciudad, su país y su forma de vida es el drama al que se ven sometidas millones de personas cada año, a causa de los conflictos, las persecuciones, las catástrofes naturales o la búsqueda de derechos y libertad.
La Iglesia alza la voz por todos ellos este fin de semana, durante la Jornada Mundial del Migrante y Refugiado, para recordar a la sociedad que es necesario aunar esfuerzos para reducir el sufrimiento y la tragedia de los procesos migratorios.
❐ MARTA ALMELA | 21.09.23
Así es la historia de una de las jóvenes, cuya identidad prefiere no desvelar, que reside en el centro“Mare de Déu dels Desamparats e Innocents”, gestionado en la localidad de Torrent por Cáritas Diocesana de Valencia, bajo la tutela de la Generalitat Valenciana.
Con tan solo 15 años decidió abandonar Gambia, su país natal, en busca de una vida diferente, que le ofreciera un futuro más libre. Pero no lo hizo sola, sino de la mano de su prima, de la misma edad. Las dos adolescentes, que continúan inseparables desde que nacieron, dejaron atrás su casa, su familia y sus amigos en busca de una vida con más oportunidades, donde cumplir su deseo de estudiar y formarse, para luchar por un futuro con más esperanza que el matrimonio acordado al que la joven debía someterse.
“No fue fácil, fue muy duro dejarlo todo atrás, llegar a un país sin conocer a nadie, sin dinero y sin entender ni hablar el mismo idioma”, relata la joven. Emprendieron el viaje a España asesoradas por un familiar que reside en Madrid, recordar las primera noches durmiendo en la calle llenan sus ojos de emoción, pero inmediatamente recupera su sonrisa asegurando que “ahora estoy bien”.
A las tres semanas de ser rescatadas por los servicios territoriales de atención de la Conselleria de Igualdad y Políticas Inclusivas de la Generalitat Valenciana, fueron designadas por esta misma entidad al Centro “Mare de Déu dels Desamparats e Innocents” de Torrent, donde residen desde hace más de dos años.
En este tiempo, la joven gambiana terminó la Enseñanza Secundaria Obligatoria en un colegio de Torrent y comenzó su formación profesional en Cocina, Hostelería y actualmente está a la espera de comenzar el curso de Monitor de Tiempo Libre.
Sus ojos esconden la timidez de una niña, con mucho sufrimiento acumulado, pero su voz y el relato de su historia reflejan la valentía y la fortaleza de una mujer luchadora que mira siempre hacia delante. Asegura que se siente afortunada por estar en este centro, que considera su casa, y agradece el trato y la ayuda llenos de cariño y respeto que recibe cada día por parte de todos los trabajadores, a los que considera ya su familia.
El centro, gestionado por Cáritas, ofrece a niños y adolescentes, de hasta 18 años, acogida, acompañamiento y ayuda en ese camino de crecimiento personal que deben recorrer alejados de sus familias, alejados de su país. Se trata de un centro de protección destinado a proyectos migratorios, que pertenece a la red pública de la Conselleria.
Los jóvenes residen en pisos en grupos reducidos, con habitaciones individuales y dobles, con baños y cocina independientes, en los que ellos mismos gestionan la limpieza, el aseo y la organización, explica Pablo Mascaró, director del centro.
Comparten todos juntos el desayuno y la comida en el comedor del centro, sin embargo la cena la realiza cada grupo en sus pisos junto a su tutor, y se encargan ellos mismos de la recogida y limpieza. Una característica propia de este centro que fomenta la autonomía y la responsabilidad, pero también la protección y la estabilidad, así como la sensación de pertenencia a un núcleo familiar.
En el caso de la joven y su prima, conviven con otras chicas procedentes de Marruecos y Argelia, con las que reconoce tener “un vínculo muy especial”, como compañeras de piso que comparten inquietudes, experiencias y proyectos de su adolescencia.
Pablo recuerda con cariño una anécdota vivida junto a la joven gambiana, que tras asistir a su graduación, a la que quiso invitar a educadores y tutores del centro, una vez terminada la celebración le dijo “vámonos a casa”. Prueba de que se ha hecho real el objetivo de la iglesia valenciana con este proyecto: conseguir un verdadero “hogar” para los menores de edad que se han visto forzados a abandonar el suyo. Que sientan el centro como su casa. Un lugar donde atender, acompañar, pero sobre todo cuidar y escuchar con el cariño y la dedicación que lo convierte en su “otra familia”.
Los que han terminado la escolarización obligatoria y ya no asisten al colegio, organizan su horario según la formación que estén cursando o el trabajo. “Tenemos un porcentaje de empleabilidad de un 25%, de los veinticuatro residentes, en la actualidad cuatro se encuentran trabajando y otros dos terminando los trámites del contrato”, ya que al tener diecisiete años, debe estar autorizado por la tutela de la Generalitat.
“Una de las cosas que nos damos cuenta es que todos ellos tienen claro a lo que han venido, quieren trabajar de lo que sea, quieren aprender lo que les podamos enseñar, movidos sobre todo por el objetivo de devolver a su familia el esfuerzo económico que supuso su viaje hasta aquí”, señala Pablo.
Por ese motivo, en su mayoría “son adolescentes con un admirable sentido de la responsabilidad, capaces de levantarse a las cinco de la mañana para llegar a un puesto de trabajo, tras dos horas de recorrido en transporte público”
La importancia de la mediación cultural
En los centros de protección de menores el mediador cultural tiene un papel fundamental, su labor es la de establecer un nexo de entendimiento entre el educador y el menor, que llega al hogar sin apenas dominar el lenguaje, sin conocer la cultura y sin un vínculo afectivo en el que apoyarse.
Por eso, más allá del apoyo lingüístico, el mediador se convierte en el respaldo psicológico, en el referente de su cultura, en la persona que entiende verdaderamente de dónde vienen y las dificultades a las que se enfrentan, ya que la mayoría de ellos, también tiene detrás una proceso migratorio.
Amina Rqibi es mediadora cultural del centro de Torrent y en sus más de 20 años en España ha trabajado en casi todos los centros de acogida y recepción de migrantes de la Comunidad Valenciana. “La mayoría de los menores de edad llegan decepcionados, la imagen falsa que reciben en su país de lo que les espera en Europa, hace que se encuentren con una realidad desoladora”, señala. Los jóvenes emprenden el viaje con la esperanza de que “van a encontrar dinero y trabajo nada más cruzar la orilla, que no van a sufrir y que van a disponer de una vida libre y sin límites, y desgraciadamente, se encuentran con una realidad completamente diferente”. Es importante apoyarles y estar a su lado, ya que algunos aceptan las normas y se adaptan, pero otros sienten la injusticia, la humillación y les cuesta más la aceptar la realidad.
Amina asegura que el centro ‘Mare de Déu dels Desamparats e Innocents’ “es una maravilla, tanto en instalaciones como en los servicios de alimentación y tiempo libre que ofrece a los menores”. Su organización permite la integración de los jóvenes como si se tratase de su propia casa y sobre todo destaca el respeto a la cultura propia de cada acogido.
“En el centro los musulmanes celebramos el Ramadán y todos los trabajadores y acogidos vienen a acompañarnos en nuestra fiesta, al igual que nosotros celebramos con ellos la Navidad”, señala Amina. “Al final todos somos hermanos y el respeto es fundamental”.
“Cáritas está haciendo un gran papel dentro del proceso migratorio, apoyando a las familias en todo lo necesario desde su llegada a nuestro país”, prueba de ello son los lazos que se establecen, “los jóvenes que pasan por el centro siguen vinculado a él y acuden a pedir ayuda o consejo una vez emancipados”.
Amina, de origen marroquí es ciudadana española y vive en Valencia con sus dos hijos. Hace más de dos décadas ella también vivió las dificultades de integración en un nuevo país, al que viajó dejando su trabajo estable en Tánger en busca de una vida diferente. Al principio encontró rechazo y discriminación, “sólo con verte con el pañuelo te cuelgan la etiqueta de mujer inculta y sumisa”, a pesar de ser licenciada universitaria. Pero también encontró el apoyo y la ayuda de “mucha gente que creyó en mí, me ayudó a homologar mis títulos y establecer mi situación”. Hoy es ella quien, en su trabajo diario, devuelve ese cariño y comprensión a los menores de edad, acompañándoles para hacerles más fácil su camino de integración.
Un hogar bajo el amparo de la Mare de Déu
El Hogar Mare de Déu dels Desemparats i dels Innocents se puso en marcha en diciembre de 2019, desde entonces han pasado por sus instalaciones más de 110 menores de edad, a los que ha proporcionado un entorno de convivencia seguro, inclusivo y abierto a la diversidad y en el que se posibilita el acceso a los derechos, la igualdad de trato y oportunidades.
Un centro innovador que impulsa un modelo humanizador y que está pensado “como un hogar para los menores de edad, que les ofrece acogida y convivencia, alojamiento y manutención, apoyo educativo y atención integral personalizada, en un ambiente familiar y que está orientado a la integración social y la incorporación laboral”.
Una iniciativa que dio respuesta a la invitación del papa Francisco, en su discurso en el Consejo pontificio para la Familia, de no dejar de lado a los menores de edad: “Cada vez que un niño es abandonado no solo un acto de injusticia, sino el fracaso de esa sociedad”.
El hogar es una casa llena de niños vulnerables, un sueño hecho realidad, una casa como la que podemos tener todos nosotros y en la que buscamos que los pequeños se sientan queridos, amados y protegidos, señala Pablo, su director.